Nuestro equipo periodístico enfrentó serios desafíos para encontrar mujeres lesbianas dispuestas a dar su testimonio de forma pública para este reportaje. “Mi familia no lo sabe y temo lo que vayan a decir”, o “mi familia lo ha aceptado con dificultad, pero me piden que lo mantenga oculto”, esas fueron las razones que con mayor frecuencia expusieron las personas que consultamos.
Martha Ibarra, aceptó. Lleva casi toda su vida enfrentando los retos de confesarse lesbiana y no ha sido fácil. Rupturas familiares y enormes decepciones laborales la han marcado emocionalmente y la han llevado a depresiones profundas y autocuestionamientos, que hoy solo forman parte de su historia de vida, del trayecto que tuvo que caminar para finalmente aceptar quién era.
Tiene 65 años y desde los 8 sabe que no es heterosexual. Aunque asegura que siendo una niña no tenía claro cómo definirse por no entender muy bien el tema de la diversidad sexual, estaba segura de que no le gustaban los hombres.
“inicialmente como quería estudiar la oculté (mi identidad de género), porque tenía aspiraciones de estudio y había visto que la discriminación era fuerte”, nos cuenta.
Con el paso del tiempo, sus compañeros de estudio y de trabajo se dieron cuenta que ella no tenía los mismos intereses de otras mujeres y principalmente le cuestionaban que nunca le habían visto con un “novio”.
Fue entonces cuando empezaron a usar epítetos discriminatorios en su contra; “machorra, marimacha, tortillera”.
La familia, ¿el lugar más seguro?
Martha dice que trataba de ser “muy femenina” durante su adolescencia para evitar las habladurías y las ofensas de sus amistades y vecinos. Pero lo peor vino cuando su familia se enteró.
“Mi hermano decía que se avergonzaba de mí, él quería que yo no viviera en la casa”, relata.
Asegura que su familia empezó a excluirla de eventos, de reuniones o conversaciones y que fueron momentos de “profundo dolor”.
“Cuando me dijeron que me tenía que ir de casa para mí fue bien fuerte, y entonces decidí trabajar duro y trabajaba 18 horas diarias, para comprar mi casa”, relata.
Vivir esa etapa de aislamiento la sumió en una depresión profunda. Fue la primera vez que se cuestionó si merecía ser amada por su familia.
No es un sentimiento extraño para las mujeres lesbianas. Cristina Arévalo, activista del Movimiento Feminista La Corriente dice que la mayoría de ellas viven una de las peores etapas del proceso de autoaceptación en el mismo hogar, porque se supone que este debería ser “un territorio de cuidado, un territorio de afecto”, pero termina siendo el lugar donde más se les cuestiona.
Arévalo manifiesta que las mujeres lesbianas que viven el rechazo familiar tienden a desarrollar depresiones profundas, y en algunos casos instinto suicida, porque además de las críticas de sus seres queridos, la persona está viviendo su propia lucha interna, autocuestionándose lo que siente y cómo se define.
“Lo primero es que nos da mucho miedo, nos da mucho miedo aceptar o entender y abrazar que efectivamente nos gustan las mujeres (…) porque es todo lo contrario a lo que nos han dicho, entonces tienes que esconder lo que sientes y tienes que esconder una parte que es vital en tu vida”, dice Arévalo, a quien también le tocó vivir ese proceso como mujer lesbiana.
Obligándote a “ser femenina”
El rechazo familiar y social obliga a muchas mujeres lesbianas a vivir una doble vida, asegura la activista feminista Cristina Arévalo.
Unas, dice, lo hacen por su propia voluntad en la búsqueda de aceptación y otras sometidas a presiones sociales o laborales.
Martha Villanueva, Directora Ejecutiva del Grupo SAFO, dedicado desde hace 17 años a promover los derechos de las personas de la diversidad sexual también constata esta realidad. Indica que en más de una década ofreciendo servicios de asesoría y acompañamiento a mujeres lesbianas, han permitido evidenciar que muchas de ellas tratan de encajar en el prototipo social para evitar la crítica y la discriminación o pasan un largo proceso para reconocer o aceptar su verdadera orientación sexual.
“Hay mujeres que después de estar en un matrimonio 25 años de repente, conocen a una mujer, se sienten atraídas por una mujer y deciden llevar adelante esa relación después de haber tenido un matrimonio con hijos”, dice Villanueva.
También han reportado casos en que el rechazo familiar escala a otros niveles cuando las mujeres se confiesan lesbianas.
“Muchas veces somos objeto de violación y nos hacen eso porque nos dicen que nos van a corregir, porque la única manera de que te hagás mujer es que tengás una relación con penetración y que sea un hombre el que te inicie para que te quite eso de ser lesbiana”, relata.
Martha también asegura que hay casos en los que hay presión familiar para que la mujer que se confiesa lesbiana tenga hijos, porque les aseguran que de esa forma desarrollarán “instintos femeninos”.
También hay casos en que las mujeres son llevadas a las iglesias o sometidas a prácticas religiosas que cuestionan su salud mental o espiritual. Ella cree que “el aislamiento al que las iglesias someten a las lesbianas es criminal, como que vas a contaminar al resto de personas”.
Las presiones familiares llegan al punto en que terminan por aceptar la orientación sexual de la persona, pero les piden que “lo mantenga oculto” o que “no lleve a su pareja a las reuniones familiares para no ser expuestas”.
Para Villanueva esta es una forma de maltrato psicológico y afecta de manera significativa la forma en cómo las mujeres lesbianas viven su sexualidad y su vida romántica.
De hecho, vivió una experiencia personal muy traumática cuando decidió formalizar una relación con otra mujer.
“En el barrio donde vivimos comenzamos a tener discriminación (…) nos llegaron a denunciar hasta por medios televisivos en ese momento, los vecinos recogieron firmas para que nos fuéramos”, cuenta la activista que pasó muchos años tratando de comprender y aceptar aquel incidente.
“No quiero que me pase nada en la calle”
Melina Bravo, de 26 años, vive esta etapa de aceptación como parte de una generación que ha estado más expuesta a información y a campañas de sensibilización sobre estos temas. Reconoce que ha habido avances, pero hay factores sociales estructurales vinculados a la discriminación que cree serán difíciles de erradicar.
Incluso, piensa que hay colectivos dentro de la comunidad LGBTI que han tenido más aceptación y visibilización que otros.
“La bandera de la comunidad gay se entiende como solo de los hombres gays y cuando se dice gays se piensa solo en hombres gays”, ejemplifica.
Melina cree que otras expresiones y orientaciones de género no son tan tolerables para la sociedad, como las lesbianas y las mujeres trans y considera que hace falta mucha educación y mucha apertura familiar para hablar de estos temas con confianza y sin prejuicios.
Melina también pasó el proceso de enfrentarse a su familia y a su círculo de amistades para reconocerse públicamente como bisexual y aunque asegura que trató de no sentirse afectada por las críticas, también reconoce que ha tenido que adaptarse a los estándares sociales para evitar ser juzgada y discriminada.
“Yo tengo una forma de vestir que es socialmente aceptada, pero hay mujeres lesbianas que se dicen Tomboy, que se sienten cómodas vistiéndose con un short flojo, una camisa floja, teniendo el cabello corto, y ya les dicen; sos una marimacho”, explica.
Es por eso, que Melina asegura que no se atreve a mostrar expresiones de afecto hacia otra mujer en la calle, o cualquier otra cosa que sea “mal visto” ante la sociedad.
“Yo en lo personal ha sido: ´no quiero que me pase nada en la calle, no quiero que me digan nada en la calle, entonces no voy a hacer algo que la sociedad no acepte”, confiesa.
La joven relata que aún se encuentra en esa etapa en que la presionan para tener pareja, pero dice que solo hará aquello con lo que se sienta bien, y por ahora, estudiar psicología y ayudar a otras personas a crear redes de apoyo es su principal motivación, ya que asegura que a ella le ha ayudado mucho encontrarse con otras personas que han pasado lo mismo y que le han dado consejos y palabras de aliento para superar el desafío de confesar su orientación sexual.
“Yo se que no soy una mala persona”, dice Melina convencida que es eso lo que realmente debe importar a quienes tratan de juzgarla.
Ser lesbiana, “la mancha” en el currículum
Martha Ibarra llegó al punto de entender que su familia nunca iba a aceptar por completo su orientación sexual. Hace 12 años estableció una relación de pareja con Mildred Bermúdez, psicóloga de profesión y las cosas no fueron mejores. La familia de su pareja también la rechaza porque consideran que la relación de ambas “no es natural”.
Sin embargo, lo peor para Martha estaba por venir. Había pasado muchos años especializándose. Culminó una licenciatura en contabilidad, hizo una maestría en economía, una especialidad en administración de empresas y daba un alto perfil profesional como siempre lo había vislumbrado desde que decidió que sería económicamente independiente para poder decidir sobre su vida.
Hace muchos años trabajaba en la Universidad de Ingeniería UNI (estatal) y todo hacía indicar que su próximo ascenso estaba cerca como vicerrectora administrativa, pero uno de los funcionarios de la universidad la llamó un día y le dijo que su orientación sexual era un impedimento para asignarle el puesto.
“Me dijo que me casara, que no importaba la experiencia que yo tenía pero yo tenía que vender esa imagen como muchas lesbianas que se casan, entonces tuve que renunciar, porque comprendí que jamás iba a tener una oportunidad como lesbiana”, confiesa aún con decepción.
Para ella esa fue una de las peores experiencias que le tocó enfrentar, porque su realización profesional era de las áreas de su vida en las que más se había esforzado.
“Sentí una gran derrota por el momento”, nos cuenta. Fue su segundo episodio de depresión profunda y se debió a la misma razón; ser lesbiana.
A partir de ese momento Martha asegura haber tenido un sorbo de realidad, se convenció que debía ser resiliente y desarrollar mecanismos de fortalecimiento emocional que le permitieran darse cuenta de que a pesar de los obstáculos podría seguir avanzando.
Mildred, la pareja de Martha cree que “por muchas campañas que se hagan siempre hay discriminación”, porque considera que hace falta mucha educación.
“He tenido amistades que han caído en cuadros depresivos, que les ha costado superar su pasado, que les ha costado aceptar la realidad que vivimos muchos de la comunidad LGBTI aquí en Nicaragua y en el mundo”, cuenta Mildred.
Leyes que no se aplican
Cristina Arévalo dice que ha habido avances en el marco jurídico, pero en la práctica “no hay tolerancia” hacia la comunidad diversa.
“Tenemos una procuraduría, pero hace mucho que no sabemos nada de ella”, recuerda la activista.
A pesar de esa procuraduría especial y que el gobierno actual asegura promover “la inclusión” a todos los niveles, algunos diputados sandinistas como Wilfredo Navarro, han expresado en muchas ocasiones epítetos ofensivos para descalificar a sus adversarios, usando palabras como “maricones” o se ha referido a las lesbianas como “abortistas”, creando estigmas sociales sobre estos colectivos.
La Procuraduría para la diversidad sexual solo tiene tres artículos con fecha de 2020 en su sitio web, mientras el resto de entradas corresponden a los años 2014 y 2015, por lo que no hay información oficial ni estadísticas actuales sobre la comunidad LGBTI y los desafíos que enfrentan, tampoco se sabe qué mecanismos de inclusión desarrolla el Estado para erradicar la discriminación y favorecer el respeto de las personas no heterosexuales.
Martha Villanueva, de SAFO dice que el “marco jurídico es muy bueno”, pero que aplicar esas leyes ha sido el desafío. De hecho, asegura que hay médicos y enfermeras que desconocen leyes aprobadas en 2014 que garantizan el acceso a los servicios de salud sin discriminación para la comunidad LGBTI.
Villanueva también refiere muchos casos que han acompañado en su organización en que los jueces “favorecen a los hombres” y les dan la custodia de los hijos porque estos han presentado como “prueba” de “mala maternidad”, el hecho que las mujeres se hayan confesado lesbianas.
Cristina Arévalo recuerda que las mujeres lesbianas no piden nada que no tengan el resto de las personas en el país; “el respeto a nuestros derechos humanos, a nuestras vidas, a nuestra forma de ser, a nuestra existencia”.
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