Por: Marco Aurelio Peña Morales
Economista, abogado y académico nicaragüense
La Rebelión de Abril (2018) es el acontecimiento sociopolítico de más impacto en la Nicaragua contemporánea. 7 años después es un país absolutamente diferente al que era 7 años antes. Las juventudes, núcleo de una ciudadanía enfurecida, demostraron que se podía partir la historia en dos con el vigor de la protesta social. En las circunstancias actuales, las nuevas generaciones ponemos a prueba nuestra capacidad de superar las taras de nuestra cultura política. Los patrones de la política pinolera alrededor de los antagonismos por el poder mantienen al país en un “bucle histórico” el cual sintetizo en 4 etapas: Autocracia–Rebelión–Esperanza–Crisis. Es el mismo guión con distintos actores a lo largo del tiempo, en el que la esperanza alberga ideales democráticos, pero la crisis arrastra al país hacia otra autocracia sostenida por clanes familiares, el militarismo y una base social fanática.
La superación de este bucle histórico depende del “colapso estructural” de un régimen tipo cossa nostra (política, negocio y crimen), travestido de presidencialismo bicéfalo; y de una “transición democrática” orientada al principio de justicia estructural que ponga en su centro a las víctimas. La onda expansiva del vibrante movimiento autoconvocado con millares de abrilistas o abrileños elevando la bandera azul y blanco, manto del lema trinitario “libertad, justicia y democracia”, mortifica al sandinismo en el poder cuya paranoia derivada del espanto de su colapso engrosa las filas de su propia militancia de desgraciados. Desde el punto de vista del clan familiar Ortega–Murillo, potencialmente “todos los compas son enemigos”. Esta predisposición de conspirar por la desgracia del otro (o de liquidarlo) es parte de la ontología de la organización rojinegra desde su origen hasta su desarrollo.
Pensar la fenomenología del poder desde el realismo dinámico da fundamento para afirmar que entre más despiadado se presenta el régimen para aumentar las probabilidades de perpetuarse; correlativamente revela su vulnerabilidad y aumentan las posibilidades de su colapso. En términos de filosofía dialéctica, en el seno de su dinastía, se desarrollan las condiciones de su propia caída. Para sancionar su dominio endogámico, impusieron un panfleto de constitución política a la hechura de su narrativa de consignas y su pobreza intelectual. La pregunta es, ¿cuán sostenible es esta gerontocracia hechicera? Las faunas políticas de esta especie no habían necesitado constitucionalizar su jefatura, a menos que su posición de poder esté sobredimensionada o no sea sostenible. Ellos saben que tienen en su contra la matemática biológica, a la ciudadanía nicaragüense y al mundo democrático.
Siendo que el partido es la familia, la familia es el partido y ambos son el Estado, se parasitan los recursos presupuestarios y se adueñan del capital público que explica la formación de fortunas privadas de origen ilícito. La paranoia creciente de los miembros del clan familiar hacia quienes no sean de su agrado o confianza (con apetitos cada vez más voraces por los privilegios estatales), aumentará el número de los “desgraciados de la revolución” cuando algún cuadro intermedio cause molestias, haya corrupción no autorizada o simplemente se decida reestructurar los controles de mando. Altos funcionarios, servidores públicos, militares y policías, secretarios políticos y negociantes al amparo del poder; nadie duerme tranquilo con la sensación permanente de ser destituido, encarcelado o desterrado al día siguiente. Esta psicopatología por el poder evoca al Joker en “Batman: El Caballero de la Noche” (2008), cuando al inicio del film cada secuaz tiene la orden de eliminar al otro.
Con las “noches de cuchillos largos” en las instituciones estatales caen las satrapías fieles al comandante y se instauran satrapías fieles a la compañera (se observa un patrón matrilineal de la dinastía). Se recrudece la política de “vigilar y castigar”; por lo que, a niveles intermedio y de base, los militantes opresores pasan a ser militantes oprimidos simultáneamente. El servilismo o la trayectoria de combatiente no son garantía de nada. Cada militante, visto como instrumento o pieza de un tablero de damas rojinegro, se evalúa conforme un criterio fundamental: cuánto poder se gana o cuánto poder se pierde. Este instrumentalismo perverso no es nuevo, sólo peor. Varios de los conocidos disidentes que armaron la maquinaria rojinegra fueron “purgados” por el “Stalin del sandinismo” en las luchas intestinas por la secretaría general, la alcaldía de la capital y la presidencia de la república.
Fidel Castro, patriarca de las dictaduras socialistas y maestro de liberticidas profesionales, instrumentalizó primero y “ajustició” después a Camilo Cienfuegos, Huber Matos y Arnaldo Ochoa, compañero de armas y protagonistas de la revolución cubana. Estos instintos letales sin límites ético-políticos ni ético-jurídicos, explican que Carlos Guadamuz, Dionisio Marenco y la gloria del boxeo nicaragüense Alexis Argüello, hayan sido confinados o cegados. Los exdiputados Evertz Cárcamo y Xochilt Ocampo fueron figuras televisivas enamoradas del mito revolucionario y luego ejecutadas políticamente. Recientemente, causaron estruendo la debacle de la operadora judicial Alba Luz Ramos, el encarcelamiento del ideólogo Carlos Fonseca Terán y la degradación de la exrectora universitaria Ramona Rodríguez.
Las credenciales revolucionarias y militares son irrelevantes en esta vorágine. La muerte en prisión de Hugo Torres; el arresto domiciliario de Henry Ruiz; el aislamiento de Bayardo Arce; el ostracismo de Omar Halleslevens; el fratricidio contra Humberto Ortega (desenlace fatal entre dos Caínes) y la larga condena impuesta a Álvaro Baltodano, son evidencia de que nadie está a salvo en esta secuencia de fusilamientos políticos. No respetan a sus propias figuras, su liturgia ni sus orígenes. Vampiros legislativos que han succionado el presupuesto nacional por más de dos décadas como Edwin Castro, Wálmaro Gutiérrez y Gustavo Porras, en cualquier momento caen en desgracia cuando su papelón de “orcos útiles” llegue a su fin.
Es como un virus informático que ha corrompido todo el sistema. El mismo peligro asecha a Wilfredo Navarro y Moisés Absalón Pastora, bufones y rufianes de la política de partidos, los más sandinistas entre sus correligionarios. Pastora tiene la percepción de la realidad alterada pues cree que su peso corporal se correlaciona con su peso político. El panóptico vigila a técnicos como Ovidio Reyes (la versión local del Hjalmar Schacht nazi), el militante de la banca central que informa una macroeconomía de cifras alegres funcional al establishment.
Desde los años del verde olivo, la paranoia hacia el “compa”, tenido como competidor, conspirador y traidor en potencia, inició su fase de incubación. Entre los celos de semidioses de plástico, panegíricos de escritores ilusos y orgías revolucionarias, cada alto dirigente en lo más hondo de su ser abrigó el celo y la tentación de fusilar políticamente al otro. La pareja de autócratas es producto de estos bajos instintos y arrolla especialmente a quienes se lucraron con ellos, se sirvieron de ellos o les sirvieron a ellos. Desde el realismo dialéctico, es la triste historia de cómo se pasa de la militancia del heroísmo a la militancia de los desgraciados.
Nicaragua Investiga
