Como Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega ha sido implacable. Desmanteló a la oposición apresando adversarios, entablando juicios anómalos en su contra, desterrándolos, despojándolos de su nacionalidad y confiscando sus bienes.
En el país no ha quedado una sola voz crítica. No hay periódicos impresos, no hay organismos de derechos humanos, no hay medios de comunicación independientes operando dentro del país y los pocos que quedan están bajo autocensura para evitar su cierre. Organizaciones internacionales, como la ONU, advirtieron que los actos cometidos por Ortega son crímenes de lesa humanidad.
Sin embargo, cuando fue oposición durante 16 años, el caudillo sandinista exigía a los gobernantes de turno que respetaran la pluralidad de voces y que atendieran las demandas de sus adversarios políticos.
En una entrevista realizada por el periodista Carlos Fernando Chamorro para el programa Esta Semana de cara a las elecciones del año 2001, Daniel Ortega se queja de lo que considera intransigencia del entonces presidente Arnoldo Alemán, por no implementar «un Acuerdo Nacional» que el Frente Sandinista le propuso solo unos días después de que este asumiera la presidencia del país.
«El problema es que él ha sido de la lógica de que ganó el Partido Liberal, el Partido Liberal gobierna», dijo en un mensaje que ahora más bien encaja con su estilo de mando.
«Nosotros como oposición indiscutiblemente hemos buscado la forma de hacer menos costoso para el país las contradicciones que se generan normalmente entre oposición y gobierno, de ahí la importancia del diálogo», indicó el ahora propietario del partido sandinista, a pesar de que durante su gestión se rehúsa a impulsar cualquier tipo de diálogo o a atender las peticiones de los diferentes sectores y de la comunidad internacional.
Ortega confesó que mantenía contacto directo y frecuente con el presidente mientras estaba liderando la oposición y lo hacía a través de Dionisio Marenco, quien según dijo, «es el que toma contacto con el Secretario de la Presidencia y cuando es necesario tenemos comunicación directa por teléfono o nos reunimos», expresó.
Avalaba la lucha cívica y hasta la vía armada
Ortega afirmó que ante un gobierno que no escucha a la oposición es necesaria «la lucha cívica», y eso pasa por manifestaciones. Las cuales él usó de manera desproporcionada y violenta mientras fue opositor, dirigiendo asonadas, huelgas generales y boicots de todo tipo. Las marchas ahora están criminalizadas por su gobierno.
Al ser cuestionado por Carlos Fernando Chamorro sobre la ambigüedad de sus declaraciones, debido a que en unas ocasiones hablaba de luchas no violentas y en otras de volver a tomar las armas y sacar a Alemán del poder por la fuerza, Ortega dijo que «las posiciones se toman de acuerdo con las circunstancias».
«El mismo Cristo tenía un mensaje de amor, pero también sacó a latigazos del templo a los fariseos», indicó.
-¿Hay circunstancias en las que la violencia sigue siendo vigente?, Peguntó Chamorro.
-Claro, hay circunstancias desafortunadamente, contestó Ortega.
Es la misma directriz de pensamiento que tiene hoy Rafael Solís, su antiguo amigo y padrino de bodas, que propone como única alternativa al fin de su régimen la toma de las armas por parte de la oposición.
«Yo no veo que dialogar sea malo, es normal, estamos en los tiempos en que los diálogos están a la orden del día», dijo Ortega ante la negativa en ese momento de Arnoldo Alemán de dialogar con él y ceder a sus exigencias.
«Toman las decisiones simplemente porque ellos ganaron, sin tomar en cuenta a nadie. Muy diferente es cuando vos consultás, escuchás, lo que te permite enriquecer el planteamiento», afirmó el entonces líder dela oposición.
«Cuando no haces eso simplemente lo que vas a encontrar es resistencia de los diferentes sectores hacia las medidas que estás tomando, entonces simplemente tenemos que hacer una política de todos, porque realmente este país solamente puede salir adelante con la participación de todos los nicaragüenses», afirmó quien ahora como mandatario con poder absoluto hasta desnacionalizó a sus detractores por considerar que sus posiciones políticas los vuelven «traidores de la patria» y por tanto no tienen ese derecho.
«Un dirigente político debe estar abierto a escuchar», aseguró 24 años atrás el cambiante Daniel Ortega.
«Si yo fuera presidente, cambio al parlamentarismo».
Daniel Ortega se quejaba del Poder que, según él, tenía Arnoldo Alemán sobre el Parlamento, donde el Frente Sandinista era minoría y por tanto, les era difícil incidir en la aprobación de leyes y reglamentos. Hoy la Asamblea Nacional es completamente oficialista.
«Desgraciadamente en la Asamblea tiene mucho peso del Ejecutivo, por el peso que tiene el presidencialismo, te debilita la Asamblea, te debilita todos los poderes, el presidencialismo tiende a debilitar todos los poderes del Estado», protestó.
Ortega proponía «decapitar al presidencialismo, trasladarle más poder al pueblo y subordinar al Ejecutivo a la Asamblea Nacional».
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«¿Y si usted regresara a la presidencia en el 2001, digamos que es nominado candidato, gana las elecciones, le gustaría ser decapitado y someterse a la Asamblea Nacional, estará dispuesto a esto?, le preguntó Carlos Fernando Chamorro.
«Yo promovería ese tipo de proyecto, creo que sería sano para Nicaragua, nos daría más seguridad a todos, fortalecería la independencia de poderes, subordinaría al Ejecutivo al Parlamento. Europa es un ejemplo, y funciona muy bien», respondió.
Hoy Ortega ha desechado por completo la idea del parlamentarismo ya que alcanzó la presidencia y se hizo con el poder absoluto del partido y del país, creando un estilo de gobierno Estado-partido-familia que ubica a Nicaragua entre los países más corruptos del mundo, de acuerdo con Transparencia Internacional, pero es también uno de los más antidemocráticos.