Dalia Ramos, una joven de 31 años, originaria de León, recuerda que a su corta edad tuvo que abandonar sus estudios debido a las constantes convulsiones que sufría producto de la epilepsia. Motivada por las limitaciones económicas y médicas en su pueblo natal, su familia decidió migrar hacia el municipio de Ticuantepe, en Managua, donde continuó el tratamiento a su enfermedad.
Cada año Ramos -quien es madre de un niño de 12 años- puede sufrir entre tres a siete convulsiones inesperadas, las cuales se producen con una previa alerta que le permite identificar naturalmente la imprescindible reacción que tendrá su cuerpo, a lo que muchos especialistas se refieren con el nombre de aura.
Ramos narra que una vez que empieza la primera de las repetitivas convulsiones que se dan en menos de diez minutos, pierde la noción del tiempo y el conocimiento de su realidad. Durante la crisis la persona empieza a experimentar Mioclónica, que son sacudidas cortas en partes del cuerpo; y movimientos involuntarios, incontrolables y rígidos de los músculos, a los que le llaman tónico.
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La persona puede babearse, puede vérsele un color azulado en el rostro y los labios, la respiración puede cambiar, pero una vez terminada la crisis el paciente tiende a tener mucho sueño y necesita descansar.
En el caso de Ramos, experimenta algunas secuelas como la alteración de sus nervios, la ansiedad, memoria a corto plazo y constantes dolores de cabeza. Sin embargo, desde hace aproximadamente un año dejó de asistir a sus citas médicas al recibir un tratamiento diferente en el centro de salud, el cual considera «inservible» para el control de su enfermedad.
«Yo dejé de ir (al hospital) y abandoné el tratamiento porque la carbamazepina que me daban, ya no hay, y me daban otra pastilla que no me hace nada (la fenitoina). Tres veces al día me la tenía que beber, según el doctor, porque sino me agarra el mal (convulsiones) más seguido», relató la joven madre.
Minsa reporta más casos de epilepsia en el último año
Según el Mapa el Mapa Nacional de Salud de Nicaragua, la epilepsia en 2021 fue la sexta enfermedad crónica más frecuente en el país, y especifica que un total de 33 mil 797 nicaragüenses fueron diagnosticados con esta enfermedad.
Comparado a 2020 cuando se informó de 29 mil 761 casos nuevos en el país, las cifras de 2021 representan un incremento del 12%. No obstante, de 2017 hasta la fecha la epilepsia pasó de ser la cuarta enfermedad crónica a ser la sexta en el Mapa de Salud.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) explica que la epilepsia es una enfermedad cerebral no transmisible crónica que afecta a personas de todas las edades, y es uno de los trastornos neurológicos más comunes al contabilizar 50 millones de personas padeciéndola en el mundo.
La epilepsia puede ser de causa genética, estructural o metabólica y de causa desconocida; no es una enfermedad mental que provoque algún tipo de retraso o discapacidad, en cambio es considerada como un trastorno cerebral que provoca constantes convulsiones y que indirectamente afecta la vida cotidiana del paciente.
Incluso, el doctor Marcos Urrutia, Pediatra Neurólogo del Hospital La Mascota, en Managua, señaló en 2021 en entrevista medios oficialistas que la epilepsia es una enfermedad crónica que afecta la calidad del sueño disminuyendo su tiempo total, lo que incide en una serie de alteraciones conductales, de memoria y de aprendizaje.
¿Qué hacer para ayudar a los pacientes con epilepsia?
La psicólogo forense, Imelda Torres, explicó en entrevista a este medio que la epilepsia «no es una enfermedad curable pero sí es tratable», sin embargo puede desencadenar consecuencias graves cuando las fuertes caídas -que sufren inesperadamente- afectan el cerebro.
El suicidio y las señales de alerta
«He visto casos de que se ahogó en un charco insignificante, y otro por un golpe fuerte en un lavandero que provocó un trauma craneoencefálico severo, sin embargo, de manera directa puede provocar que el cerebro quede sin oxígeno por un tiempo considerable y llevarte a la muerte», dijo Torres.
A su criterio, los factores de riesgos que más inciden en esta enfermedad son antecedentes familiares, lesión en el cerebro producto de traumatismo cerebrovascular, y consumo o abuso de sustancias psicoactivas.
«Se debe ayudar ha gestionar las emociones y los episodios de ansiedad mediante respiración consolada, pensamiento dirigido; intentar a toda costar que le de el ataque epiléptico», puntualizó la especialista.
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