En vez de intentar acabar con el vicio y la ilegalidad, el sandinismo lo que intenta es legalizar. Una de esas inmoralidades es la expoliación, algo en lo que son expertos y que tratan de unificar a la «expropiación», un mecanismo legal que no tiene nada en común con su robo institucionalizado.
El sandinismo roba lo que es incapaz de crear. Como no puede generar conocimiento ni intelectualidad, roba universidades, creyendo que es en los salones y no en las mentes que surgen las chispas de genialidad. Cuando no pudo generar riqueza material, pretendió usurparla de la clase comerciante y verdaderamente productiva previo a la revolución, la que había atacado al somocismo y facilitado, acaso ingenuamente, su conquista del Estado.
Ortega usó una ley somocista para expropiar sede de la OEA en Managua
En su primer gobierno, el sandinismo usurpó miles de propiedades y bienes. Cuando fueron derrotados en las elecciones, el gobierno liberal de la Unión Nacional Opositora, a través de la Procuraduría, contó cerca 4 500 reclamos sobre 16 000 propiedades, sólo unos mil perteneciendo a Somoza y allegados.
Estas propiedades no pasaron a manos del Estado, sino que se repartieron entre funcionarios y simpatizantes del gobierno sandinista. Incluso, cuando se les encaró y exigió devolver lo robado, el sandinismo respondió con la violencia ya usual y evidente en nuestros días, aunque siempre visible a quienes han puesto atención.
La muerte del doctor Arges Sequeira, presidente de la Asociación de Confiscados de Nicaragua, a manos de ex-miembros de la Seguridad del Estado sandinista prueba hasta dónde están dispuestos a llegar para mantener el botín de la expoliación.
¿El resultado de todo eso? La ruina, como ha probado la historia y nuestra experiencia actual.
Si existe todavía producción intelectual en Nicaragua, se escabulle como puede de los controles gubernamentales. Cuando puede, huye más allá de nuestras fronteras. Si aún existe riqueza material para el pueblo, la gozan muy pocos y de hecho la gozan grandes corporaciones extranjeras, a quienes el sandinismo ofrece jugosas concesiones para extraer el valor de nuestro país, siempre que llegue el tributo.
En nombre del pueblo, el sandinismo ha construido la mayor maquinaria opresora que se ha visto en este país, superando en muchos sentidos la que pretendieron abolir y aprendiendo de ella. Ya lo admitió Luis Almagro, el secretario general, luego de que atentasen y más tarde confiscasen la sede de la Organización de Estados Americanos.
¿Para qué, pues, construir un museo de la infamia? Si ya tenemos las más grandes demostraciones de infamia en la historia de este país a la vista, en acción. Ya El Carmen no es ni el museo, sino la mansión de la infamia. Ya la Asamblea es una fábrica de infames maquinaciones. Ya no es el partido sino una gigante confederación de infames con una infame familia a la cabeza.
Pero ni con todo esos elementos son incapaces de crear lo que el pueblo quiere y necesitan, sólo pueden robar o destruir a quienes, por lo menos, lo han intentado.
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