Pese al control que ejerce sobre el aparato estatal, Daniel Ortega nunca ha tenido menos apoyo que ahora. El caudillo sandinista lleva más de 15 años en la presidencia de Nicaragua y aunque, según encuestas, llegó a gozar de gran aprobación, la crisis sociopolítica iniciada en el 2018 y las medidas tomadas para mantenerse en el poder, le han pasado factura.
La división de las fuerzas liberales facilitó a Ortega regresar a la presidencia y eso ya se veía venir desde la campaña del 2006. En agosto de ese año la firma CID-Gallup dio a conocer que Ortega acumulaba una intención de votos del 29%; el candidato de la Alianza Liberal Nicaragüense (ALN), Eduardo Montealegre, un 23%; mientras que los candidatos del PLC, José Rizo y del MRS, Edmundo Jarquín, estaban empatados con un 14%. Ortega necesitaba alcanzar el 35% de los votos para alzarse con la victoria en primera vuelta.
En octubre, pocas semanas antes de las elecciones presidenciales, Ortega parecía estancado. Una encuesta de Borge & Asociados le daba un 30% de intención de votos. Los candidatos liberales, Eduardo Montealegre y José Rizo tampoco habían logrado despegar y lograban un 22.4% y un 14.6% de intención de votos, respectivamente.
Cuando el 5 de noviembre los nicaragüenses fueron a las urnas, el líder sandinista logró quedarse con la presidencial al lograr el 38.07% de los votos. Montealegre logró el 29% y Rizo el 26.21%. Ortega regresaba al poder con un respaldo muy bajo y el liberalismo, aunque dividido, continuaba siendo la fuerza política más importante del país, al sumar el 55% del respaldo popular.
La vida y muerte del PLC
Encuestas le daban una alta aprobación, mientras Ortega se consolidaba
En los años subsiguientes, Ortega empezó un arduo trabajo de consolidación en el poder, lo cual no estuvo exento de denuncias de fraudes electorales, como el de las elecciones municipales del 2008. No obstante, hay algo innegable: las diferentes encuestas siempre le favorecieron. Es cierto que muchas de estas han sido muy cuestionadas por la oposición, como por ejemplo las que realizaba Siglo Nuevo o bien las que da a conocer M&R, pero los estudios de firmas de mayor prestigio como CID Gallup y Borge & Asociados también le daban buenos números.
Por ejemplo, en agosto del 2011, CID Gallup revelaba una encuesta en la que Ortega lograba, con el sistema de caja negra, una intención de voto del 42%, mientras que Fabio Gadea, del PLI, lograba un 34%. Pero en un ejercicio, de pregunta directa, los resultados obtenidos eran diferentes: Ortega lograba el 53% y Gadea solo el 14%.
Ya para octubre, en una nueva encuesta Ortega tenía un 48% de intención de voto y Gadea un 31%. La diferencia era de casi 18 puntos.
El 6 de noviembre, día de las presidenciales, Ortega logró su reelección con el 62.46% de los votos. Gadea quedó con el 31%.
Eliminando toda competencia
Consolidado en el poder, Ortega siguió punteando en las encuestas y en el 2016 impuso a su esposa Rosario Murillo como candidata a la vicepresidencia y eliminó toda competencia opositora cuando la Corte Suprema de Justicia (CSJ) quitó a Eduardo Montealegre la personería del PLI y el Consejo Supremo Electoral y la Asamblea Nacional despojó de sus curules a 28 diputados opositores.
Esas arbitrariedades apenas parecían hacer mella en la “popularidad” del caudillo. En julio del 2016 una encuesta de Borge & Asociados señalaba que un 44% de los consultados votaría por Daniel Ortega.
En octubre, otra encuesta de CID Gallup elevaba el porcentaje: Ortega tenía un 64% de opinión favorable, aunque al momento de candidaturas presidenciales el apoyo bajaba hasta el 52%, lo que aún así era abrumadoramente mayor al 4% que obtenía Maximino Rodriguez, candidato presidencial del PLC.
En las elecciones de ese año, el CSE le adjudicó a Ortega y a Murillo el 72.44% de los votos y a Maximino Rodríguez el 15.03% de los votos.
La represión y la pérdida del apoyo hasta en su mismo partido
Las protestas antigubernamentales del 2018 significaron un cambio de rumbo en esa tendencia. Organismos defensores de derechos humanos afirman que las protestas dejaron más de 320 asesinatos, la mayoría a manos de policías y paramilitares.
La popularidad de Ortega se desplomó vertiginosamente. Simpatizantes del FSLN empezaron a repudiarlo, y muchos trabajadores del Estado y altos funcionarios fueron renunciando exigiendo justicia por los crímenes cometidos.
Una encuesta de enero del 2019 de CID Gallup indicaba que el 54% de la población apoyaba un adelanto de elecciones. El gobernante FSLN apenas lograba un 25% de simpatías, aunque un 65% de los consultados no tenían simpatía por ningún otro partido.
En junio del 2020 otra encuesta de CID Gallup reflejaba que apenas un 24% de los nicaragüenses respalda al gobierno de Daniel Ortega.
Votaciones del 2021: La debacle
De cara a las elecciones presidenciales del 2021 y la nueva ola represiva con la eliminación de los partidos políticos en los que se había aglutinado la oposición y el encarcelamiento de decenas de personas, incluyendo los principales aspirantes presidenciales, el desplome de Ortega fue aún mayor.
En octubre del 2021 una nueva encuesta de CID Gallup reflejaba que el 72% de la población desaprobaba gestión del caudillo rojo y negro.
Posteriormente, otra encuesta de la misma firma indicaba que solo un 8% de la población respaldaba al FSLN, un 5% al ya ilegalizado Ciudadanos por la Libertad (CxL) y un 2% al PLC, que muchos opositores consideran colaboracionista del oficialismo.
Pese a las encuestas, el 7 de noviembre, día de las votaciones, el CSE le adjudicó a Ortega y a Murillo un 75.92% de los votos. La oposición, la Organización de Estados Americanos (OEA), Estados Unidos y la Unión Europea catalogaron esos comicios como una “farsa”.
Los centros de votación lucieron muy vacíos, a tal punto que la organización Urnas Abiertas, que monitoreó el proceso electoral, dijo en su informe que el 81.5% de la población se abstuvo de acudir a las urnas.
Esas votaciones incluso golpearon fuertemente las bases del FSLN. Ante la celebración de muchos sandinistas Geovany López, un influencer y exsimpatizante de Ortega, dijo en sus redes sociales que le daría “vergüenza” decir que habían ganado.
“Cuando Daniel ganó en el 2006 legalmente, cuando sí hubo una competencia electoral, los militantes sandinistas no tuvieron necesidad de andar de verga sacando a la gente. (El domingo) si es que solo faltó que le fueran a dar la boleta (a la gente) hasta la puerta de la casa”, expresó López.
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La gente pensante ya no le cree
El desgaste de Ortega y su partido es tanto, que según el analista político y sociólogo Oscar René Vargas, el apoyo al régimen es hoy bajísimo. “Pocas cosas hay más triste en la vida que saber que solamente el 15 por ciento de la sociedad quiere que Ortega-Murillo siga en el poder. Aunque la dictadura se mantenga en el poder vive en una realidad traumática: la gran mayoría de los ciudadanos no los quiere, su legitimidad ha saltado en pedazos, su aislamiento internacional crece y solamente se puede sostener por la represión”, afirma.
Cuando el 23 de marzo del 2022 el embajador de Ortega en la Organización de Estados Americanos (OEA), Arturo McFields, denunció al régimen, dejó claro el verdadero estado de las bases sandinistas. McFields era hasta hace pocas semanas un furibundo defensor del régimen. Ese día se quitó la careta que le sofocaba y habló con total libertad. “Tomo la palabra en nombre de los miles de servidores públicos, de todos los niveles, civiles y militares, de aquellos que hoy son obligados por el régimen de Nicaragua a fingir y a llenar plazas y repetir consignas, porque si no lo hacen pierden su empleo», dijo sorpresivamente el diplomático en la sesión del Consejo Permanente de la OEA.
La opositora Daysi George, integrante de la Alianza Cívica, también cree que el apoyo a Ortega es cada vez menos tanto en su partido como en el aparato estatal.
“Yo creo que a esta altura la gente que es pensante ya están convencidas que la propaganda de querer echarle la culpa a los opositores como los terroristas, a los medios de comunicación como los que están haciendo daño a Nicaragua, ya no va a calar. La gente sabe que no es cierto. Son más bien sus propias medidas, el afán (de Ortega) de mantenerse en el poder, no le permite ver el daño que están haciendo a toda Nicaragua”, expresa George, insistiendo en que “todos los nicaragüenses son rehenes de esta dictadura”.
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