La moneda es una parte clave de la vida de una nación. Cuando Julio César se alzó con el poder de Roma, mandó a acuñar monedas con su perfil. Estas rezaban Dictator Quartum (dictador por cuarta vez) y también le mostraban en una carroza, divinizado.
Este movimiento fue controvertido incluso para una sociedad como la romana. Era costumbre de los reyes griegos estampar imágenes suyas en las monedas, pero Roma tenía una tradición republicana. Fueron estas monedas las que inspiraron a un grupo de senadores a matar a César. Tal es la importancia de la moneda.
Lo que el gobierno de Daniel Ortega no dice del «crecimiento» de la economía.
Anastasio Somoza García no era César, tampoco se presentaba a sí mismo como dictador, pero su rostro, al igual que el del general José Santos Zelaya, caudillo antes que él, estaba en los billetes. No es sorpresa: desde su origen, la moneda en Nicaragua estuvo ligada a la autoridad, incluso en tiempos prehispánicos.
La moneda prehispánica
Los nahuas, o nicaraguas, vinieron del norte y desplazaron a los pueblos ya establecidos en lo que sería Nicaragua, más concretamente la zona del Pacífico. Entre los varios dioses que adoraban se encontraba Cacahuat, el cacao divinizado, de cuyos granos se constituyó la primera moneda del territorio.
El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés cuenta que fueron los nahuas quienes “trajeron á la tierra el cacao ó almendras que corren por monedas en aquellas partes”. Comenta en su Historia general y natural de las Indias que ellos tenían el control de “los heredamientos de los árboles que llevan esa fructa”, lo que les otorgaba una clara hegemonía ante otros pueblos, como los chorotega, puesto que el cacao era la base del intercambio en la región.
La administración imperial
Incluso tras subyugado y anexado el territorio de Nicaragua al Imperio Español, el cacao continuó sirviendo de moneda en menor o mayor medida hasta bien entrado el siglo XIX. Se establecieron equivalencias y tazas de cambio entre los granos y las distintas monedas en circulación, como el maravedí, que equivalía a cinco granos, o el real, que ascendía a ciento sesenta granos, entre otras.
Pero durante la era colonial, el tributo no se pagaba con moneda. Como era típico de las administraciones de corte feudal, solo los funcionarios y altos jerarcas manipulaban metales. Las masas pagaban con productos agrícolas, artesanales, animales o con su fuerza de trabajo en el caso de los “indios de servicio”. Era un sistema similar al que imperó en Europa durante siglos, y se rompió progresivamente con imposiciones desde nuevas autoridades republicanas.
El caos de la independencia
El periodo de la independencia estuvo marcado por el caos. La unión centroamericana murió joven, habiendo prohibido la acuñación y circulación de monedas de la Corona Española. Circulaban por su territorio monedas irregulares y de poca calidad, conocidas como “macuquinas”, que eran fácilmente falsificadas.
El nuevo Estado de las Provincias Unidas de Centroamérica vivió todos sus años en crisis económica y política, adquiriendo deudas de instituciones extranjeras para financiar las propias. Fue anexado por el imperio mexicano de los Iturbide y luego, en su segunda independencia, empezó a desquebrajarse. No era un ambiente propicio para el establecimiento de un sistema monetario.
Nicaragua fue el primer Estado en separarse de la unión centroamericana en 1838. En enero de 1840, la nueva administración empezó a legislar en cuestiones monetarias y el 4 de septiembre de 1844 se autoriza la circulación de la moneda llamada “chilacate”. Más tarde se facultó a la Municipalidad de León para que emitiera sus propias monedas, los centavos del Mercado de León.
Sin embargo, la reseña histórica del Banco Central de Nicaragua asegura que “Nicaragua no pudo acuñar moneda ni en los años inmediatamente posteriores a la Independencia ni en los siguientes a la ruptura del Pacto federal. Se suplía de las monedas de algunos países del área, de México y América del Sur, especialmente del Perú”.
Los treinta años conservadores
Los gobiernos conservadores establecidos tras la guerra nacional (1856-1857) reformaron el sistema monetario de Nicaragua e introdujeron la primera moneda nacional, el centavo, que era la centésima parte de un peso. El decreto de 1878 estipulaba que la moneda debía llevar el escudo de Nicaragua, el nombre de la República y que se componía de “tres cuartas partes de cobre y una cuarta parte de níquel”.
Al año siguiente, el gobierno conservador de Joaquín Zavala emitió los primeros billetes nacionales, unos cien mil de a peso, “con el objeto de facilitar las traslaciones de dinero de o para las cajas nacionales”. Los billetes eran finos trabajos artísticos, usualmente grabados con imágenes de símbolos patrióticos.
Zavala también emprendió una lucha contra los falsificadores de moneda y en 1880, autorizó la acuñación de monedas de plata de veinte, diez y cinco centavos. Pero la estabilidad que permitió a los gobiernos conservadores emitir esta clase de reformas no sería eterna.
En 1886, en tiempos del presidente Adán Cárdenas, del Partido Conservador igual que sus predecesores, Nicaragua sufrió una devaluación de la moneda. La inestabilidad solo incrementó los siguientes años y en 1893, José Santos Zelaya se sublevó, dando inicio a la revolución liberal.
La revolución liberal
A finales del siglo XIX e inicios del XX, los hacendados tenían por costumbre mandar a acuñar sus propias monedas particulares para pagarle a los jornaleros que contrataban. Las llamaban “contraseñas” o “fichas”, poseían distintos valores y eran válidas solo dentro de los confines de las haciendas respectivas.
La Colección Numismáticas del Banco Central de Nicaragua posee algunos ejemplares, como “las de José Vita en Matagalpa, Desiderio Román en Jinotepe (por valor de «una tarea» en su hacienda «La Guinea») y H. de Padro de Y. Maliaño con la Leyenda: «Vale por un celemín de café»”.
Más tarde, en medio de la gesta por consolidar el Estado-Nación nicaragüense, los billetes de la época zelayista presentaban los rostros de héroes nacionales y grabados que aludían al campo nicaragüense. Los encargaron al artista José María Ibarra, que había estudiado en Italia beneficiado por el gobierno de Joaquín Zavala y, en opinión del historiador Luis Cuadra Cea, eran “los billetes mejor grabados de Centroamérica”.
Notoriamente, en el billete de “cinco pesos” aparecía el rostro del caudillo de la revolución liberal, José Santos Zelaya, que gobernó Nicaragua entre 1893 y 1909. Zelaya fue depuesto en una rebelión apoyada por los Estados Unidos.
Lo que siguió en la historia de Nicaragua fueron varios años de dominio de los Estados Unidos sobre el territorio, y en consecuencia, de los banqueros de Wall Street sobre la política monetaria del país. También Nicaragua continuaba sufriendo la inestabilidad del vacío de poder dejado por Zelaya.
Los billetes del somocismo
Anastasio Somoza García trepó los cargos de la Guardia Nacional hasta deponer al presidente liberal Juan Bautista Sacasa y el 1 de enero de 1937 tomó posesión, tras ser electo a finales del año anterior. Somoza gobernó a Nicaragua con puño de hierro e imprimió en el país su sello personal; sus hijos hicieron lo propio. El billete de mil córdobas llevaba su rostro; el de un córdoba, retrataba a su hija, Lillian.
El Banco Central de Nicaragua fue establecido en tiempos de Luis Somoza Debayle, en un proceso de modernización de las instituciones financieras. Con todo, el córdoba durante el somocismo mantuvo una estabilidad considerable, devaluándose en pocas ocasiones, especialmente a finales del régimen, cuando la situación de guerra impactó a la economía.
Todos millonarios
La revolución de 1979 abre uno de los periodos más tumultuosos de la historia nacional, así como de la historia monetaria de Nicaragua. Las nuevas autoridades revolucionarias enfrentaban los desafíos de la guerra y la inflación ocasionada por sus torpes políticas económicas.
Para 1985, el nicaragüense promedio tenía en sus manos miles, incluso millones de córdobas, pero el córdoba casi no valía nada. En su ensayo Un relato de medio siglo, Arturo Cruz Sequeira cuenta que “por pretender un cambio radical en el modo de producción” el régimen sandinista “derrochó el capital social que el país había acumulado”.
Los billetes con rostros de Sandino, de personalidades de la revolución y héroes del pasado de Nicaragua, valían por diez, veinte, treinta mil córdobas. En una simple moneda cabían quinientos córdobas.
El 14 de febrero de 1988, el gobierno sandinista trató de mitigar la situación con la llamada Operación Berta, que consistía en cambiar los billetes viejos por nuevos: cada mil córdobas viejos serían un córdoba nuevo, pero el límite de canje era de diez millones y en el proceso hubo irregularidades que dejaron a muchos nicaragüenses empobrecidos.
Del córdoba oro al córdoba de hoy
Luego de la guerra, la inflación no se disipó inmediatamente, y era posible llevar en mano diez millones de córdobas en un solo billete. El nuevo gobierno de Violeta Barrios de Chamorro resolvió la situación con el “córdoba oro”, que en 1990 se convirtió en la moneda oficial con paridad igualitaria al dólar estadounidense. Los billetes pasaron de contar millones de córdobas, a solo centavos.
En 1992 se estableció el córdoba que persiste hasta hoy a través del Decreto Ley No. 1-92. Aunque el diseño de este ha cambiado con el tiempo, el marco legal ha permanecido.
El último cambio de diseño de los billetes ocurrió en 2015. Estos son los que siguen circulando a día de hoy, están hechos de plástico y no retratan a héroes o dictadores como en el pasado, sino a “nuevas imágenes de edificios, paisajes y tradiciones que promueven la identidad, cultura y belleza de nuestro país”, en palabras del entonces presidente del Banco Central de Nicaragua, Ovidio Reyes R.
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