Cuando Wen Chen se desahogó por teléfono del fastidio de recibir una multa de estacionamiento, su mensaje en WeChat fue apenas una gota en el océano de publicaciones diarias en la mayor red social de China, que sin embargo no pasó desapercibida y le acarreó problemas de inmediato.
La indignada diatriba del automovilista apuntó a los «simplones» policías de tránsito, lo que le valió vérselas con el omnisciente aparato de vigilancia del país de gobierno comunista.
Aunque borró rápidamente el mensaje, las autoridades lo rastrearon y detuvieron horas después bajo cargos de «insultar a la policía». Pasó cinco días detenido por «discurso inapropiado».
El caso de Chen, uno de miles planteados por un disidente y reportados por medios locales, exponen la omnipresente vigilancia que caracteriza la vida en la China de hoy.
Las autoridades chinas han adoptado desde hace tiempo un enfoque autoritario del control social.
Pero al llegar el presidente Xi Jinping al poder en 2012, comenzó a frenar las corrientes sociales relativamente libres de la época, utilizando una combinación de tecnología, leyes e ideología para reprimir la disidencia y adelantarse a las amenazas a su gobierno.
Aunque se presentan como acciones dirigidas a criminales y la protección del orden, los controles sociales se han usado contra disidentes, activistas y minoritarias religiosas, así como personas ordinarias, como Chen.
Ojos en el cielo
El chino promedio actualmente pasa cada momento despierto bajo el ojo vigilante del Estado.
La firma de investigación Comparitech calcula que una ciudad promedio de China tiene 370 cámaras de seguridad por cada 1.000 personas, lo que las convierte en los sitios más vigilados del mundo. En comparación, Londres tiene 13 por cada 1.000 habitantes y Singapur 18.
El proyecto nacional de vigilancia «Skynet» se ha expandido, con cámaras capaces de reconocer rostros, ropa y edad.
«Estamos vigilados todo el tiempo», comentó a AFP un activista ambiental que pidió no ser identificado.
El control del Partido Comunista es más duro en la región occidental de Xinjiang, donde el reconocimiento facial y la recolección de ADN se han empleado en especial con las minorías musulmanas por motivos de antiterrorismo, según las autoridades.
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La pandemia del covid-19 reforzó el sistema chino de vigilancia, con personas rastreadas por una aplicación en sus teléfonos móviles que determina dónde pueden ir según un código de colores verde, amarillo y rojo.
Las regulaciones vigentes desde 2012 cerraron los portillos que permitían comprar tarjetas SIM sin facilitar el nombre, e impusieron una identificación gubernamental para tomar casi cualquier forma de transporte.
Ofensas en internet
En internet tampoco hay respiro, ya que incluso las aplicaciones de pago requieren registrarse con un número de teléfono vinculado a un documento de identidad.
Wang, un disidente chino que usó un pseudónimo para hablar con AFP por motivos de seguridad, registró que antes de Xi los censores no estaban enterados de todo y «contar chistes sobre (el expresidente chino) Jiang Zemin en internet era muy popular».
Pero el internet chino, resguardado por el «gran cortafuegos» desde inicios de los años 2000, se ha convertido cada vez más en un espacio vigilado.
Wang está a cargo de una cuenta de Twitter que sigue millas de casos de personas detenidas, multadas o castigadas por declaraciones desde 2013.
Gracias a un sistema de verificación de nombres ya la cooperación entre policías y plataformas de redes sociales, muchos fueron castigados por ofensas en internet.
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Las plataformas como Weibo disponen de miles de moderadores de contenido que automáticamente bloquean palabras clave sensibles, como el nombre de la tenista Peng Shuai, que el año pasado acusó a un alto cargo chino de agresión sexual.
Vigilancia ideológica
Muchas de las tecnologías de vigilancia en uso han sido aplicadas por otros países.
«La verdadera diferencia en China es la ausencia de una prensa independiente y una sociedad civil capaz de hacer críticas significativas o señalar las deficiencias de esas innovaciones», comentó a AFP Jeremy Daum, del Centro Paul Tsai sobre China en la Universidad de Yale.
Xi moldeó la sociedad china y ahora el Partido Comunista estipula lo que los ciudadanos «deben saber, sentir, pensar, decir y hacer», requerido a AFP Vivienne Shue, profesora emérita de estudios contemporáneos chinos de la Universidad de Oxford.
A los jóvenes se les mantiene alejados de las influencias extranjeras. Las autoridades censuran libros internacionales y prohíben a las empresas de tutoría de alumnos contratar a profesores extranjeros.
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“Lo que más me molesta no es la censura misma, sino cómo moldea la ideología de la gente”, expresó Wang, el de la cuenta de Twitter.
«Con la supresión de la información disidente, cada página web se convierte en un culto de adoración al gobierno y las autoridades».
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