Carlos García y Pablo López comparten más que una historia de migración. Aunque sus caminos hacia Costa Rica fueron distintos, ambos comparten la tradición de volver a Nicaragua cada diciembre, de manera irregular, para abrazar a sus seres queridos en la temporada navideña.
Este año, sin embargo, la recién aprobada reforma a la Ley de Migración y Extranjería de Nicaragua los ha dejado en una encrucijada que mezcla temor, indignación y resignación.
El martes 26 de noviembre de 2024, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo aprobó una reforma que penaliza con hasta seis años de cárcel a quienes crucen las fronteras de Nicaragua de manera irregular.
Ortega criminaliza a migrantes que huyen del régimen, mientras deja libre el tráfico humano
La medida no solo refuerza el control sobre los ciudadanos que buscan escapar o regresar al país, sino que también legaliza la negativa de ingreso a quienes el gobierno considere «traidores». Para migrantes como Carlos y Pablo, la nueva ley es un golpe devastador, un recordatorio de las cadenas que los siguen atando a un régimen del que pensaban estar fuera.
Cruzan frontera para ahorrar
Carlos García, originario de Juigalpa, tiene 48 años y ha vivido en Costa Rica durante más de dos décadas. Desde que cruzó la frontera en busca de un mejor futuro, ha trabajado en el sector de la construcción, enviando dinero regularmente a su madre y hermanos en Nicaragua. Aunque posee documentos que le permiten viajar legalmente, Carlos siempre cruzó la frontera de manera irregular para ahorrar costos.
«Transbordando desde San José hasta la puerta de la casa de mi mamá en Juigalpa, gasto solo 30 dólares. Si lo hago legalmente, contratando una agencia, el costo sube a casi 200 dólares», relata. Para alguien como él, cuyo salario mensual apenas cubre las necesidades básicas, gastar una suma tan elevada en transporte es impensable.
Carlos recuerda con nostalgia las veces que, al llegar a Juigalpa, su madre lo esperaba con nacatamales calientes en la humilde casa que lo vio nacer a las afueras de la ciudad. Sin embargo, este año la alegría de volver se ha transformado en un miedo paralizante.
«Yo tengo familiares en Nicaragua que han sido perseguidos políticos. Algunos se han exiliado por el acoso policial. Ahora no sé si, al regresar, el gobierno me puede acusar de ser un traidor a la patria o de querer menoscabar la soberanía nacional como dice esa ley reformada», lamenta Carlos, quien asegura que sus visitas solo buscan reconectar con su familia, no involucrarse en política.
La incertidumbre que siente Carlos no es infundada. En Nicaragua, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha utilizado la legislación para justificar represalias contra disidentes y sus familias. Desde 2018, miles de opositores han sido encarcelados bajo cargos vagos y arbitrarios. Carlos teme que, al cruzar la frontera, lo identifiquen como parte de una familia «marcada» y termine en prisión.
Pablo López, de 36 años, llegó a Costa Rica hace 12 años huyendo de la pobreza extrema en Masaya, una de las ciudades más emblemáticas de la resistencia contra Ortega. Sin documentos legales desde su llegada, Pablo ha cruzado la frontera de manera irregular cada Navidad para visitar a su esposa y tres hijos, quienes permanecen en Masaya.
«Mis hijos me esperan cada diciembre. Es el único momento del año en el que puedo verlos. Mi esposa siempre me recibe con una sonrisa, aunque sé que le duele cuando me voy», comenta con la voz quebrada.
El costo de legalizar su estatus migratorio en Costa Rica y obtener los documentos necesarios para viajar formalmente a Nicaragua ha sido inalcanzable para Pablo, quien trabaja como obrero en una finca agrícola. Aunque arriesgarse a cruzar de manera irregular nunca ha sido fácil, este año la amenaza de cárcel lo ha sumido en la desesperación.
«Masaya fue lugar de muchas protestas contra Ortega. Sé que si me atrapan cruzando la frontera ilegalmente, pueden usar eso en mi contra. Tengo miedo de que me encierren solo por ser de Masaya o porque mis familiares han sido calificados como golpistas por el gobierno», confiesa.
Para Pablo, el dilema no tiene una solución sencilla. Si decide no viajar, perderá la única oportunidad del año para ver a sus hijos. Pero si intenta cruzar y lo descubren, no solo enfrentará prisión, sino que también podría dejar a sus hijos sin un padre.
Un castigo para los más vulnerables
La reforma migratoria, presentada bajo la excusa de proteger la soberanía nacional, está diseñada para ejercer control absoluto sobre la población. En un contexto donde miles de nicaragüenses han migrado debido a la represión política y la crisis económica, la medida criminaliza aún más a quienes ya enfrentan una vida precaria.
Nicas que visitan a su familia en Navidad cruzando puntos ciegos ya no podrán
Carlos y Pablo son solo dos entre los miles de migrantes nicaragüenses que cada año arriesgan todo para mantener el vínculo con sus familias. Para ellos, la frontera nunca fue una línea política, sino un obstáculo físico que cruzaban con ingenio y determinación. Ahora, esa frontera se ha transformado en una amenaza que pone en juego su libertad y dignidad.
«Lo que más duele es que no somos delincuentes. Solo queremos ver a nuestras familias», dice Carlos.
Ambos migrantes coinciden en que por años han logrado llegar por puntos ciegos a Nicaragua, a vista y paciencia de guardias y policías fronterizos que se conformaban con 20 dólares para dejarlos cruzar.
«Ahora no sé si esos guardias o policías en lugar de agarrar el dinerito que les dábamos para cruzar, nos van a meter presos. Ellos me conocen, pero las órdenes de sus superiores no las conozco y no me puedo confiar», dijo Pablo.
A pesar del miedo, Carlos y Pablo no pierden la esperanza de volver a abrazar a sus seres queridos. Para ellos, la nostalgia no es solo un sentimiento, sino también un acto de resistencia frente a un régimen que busca aislar y dividir a su gente.
«Quizás este año no pueda ir, pero mi corazón siempre está con mi familia en Juigalpa. Ellos saben que los amo y que no los olvido», asegura Carlos, con lágrimas en los ojos.
Por su parte, Pablo se aferra al recuerdo de sus hijos. «Espero que algún día podamos vivir en un país donde no tengamos que salir para poder encontrar un trabajo digno y que no podamos escondernos para estar juntos. Ese es mi sueño», concluye.
Mientras tanto, en las comunidades fronterizas de Costa Rica, la incertidumbre se mezcla con la solidaridad. Los migrantes nicaragüenses saben que, aunque las leyes sigan endureciéndose, sus lazos familiares son más fuertes que cualquier frontera. Y aunque el régimen de Ortega busque silenciarlos, sus historias seguirán recordando al mundo la valentía de quienes luchan, día a día, por mantener vivos los lazos con su tierra y sus seres queridos.