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20 de abril: Así se dio la masacre estudiantil en la Universidad Nacional de Ingeniería

Las agresiones contra los adultos mayores durante una manifestación ocurrida el 18 de abril de 2018 despertó la conciencia de cientos de nicaragüenses, especialmente, universitarios.

INTI OCON / AFP

Abril se convirtió en 2018 en el mes de las manifestaciones ciudadanas; primero, los nicaragüenses protestaron contra la ineficiente respuesta estatal al megaincendio de la reserva Indio Maíz, después, no solo marcharon en contra de las reformas al Seguro Social —que afectaban a empleadores, trabajadores y jubilados— sino por el maltrato que recibieron algunos ancianos por parte de simpatizantes sandinistas cuando reclamaban públicamente por la súbita reducción de las pensiones.

Las agresiones contra los adultos mayores durante una manifestación ocurrida en León el 18 de abril de 2018 despertó la conciencia de cientos de nicaragüenses, especialmente, universitarios. Ese día, los colectivos gubernamentales atacaron a ancianos y jóvenes en León y, en Managua, a universitarios en la zona comercial Camino de Oriente y en la entrada de la Universidad Centroamericana (UCA).

«Ante la continuidad de las protestas, entre el 19 y 22 de abril, el Estado activó una estrategia represiva más agresiva en contra de los manifestantes e incluso personas que no participaban en las protestas», de acuerdo con el informe Graves violaciones de derechos humanos en el marco de las protestas sociales de Nicaragua presentado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) el 21 de junio de 2018.

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Al día siguiente, 19 de abril, se reportan las primeras víctimas mortales. «La falta de reconocimiento y condena del gobierno en relación con la represión desatada también produjo una mayor indignación», afirmó la CIDH. Estudiantes, principalmente, de universidades públicas decidieron continuar las protestas. El 20 de abril, agentes policiales junto a fuerzas de choque atacaron a los estudiantes refugiados en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI).

Nicaragua Investiga conversó con las madres de dos de los jóvenes asesinados el 20 de abril durante el asalto a la UNI. Juana Ramírez y Alba García Vargas, con dolor, relatan el último día de vida de sus hijos.

Juana Ramírez recuerda que su hijo Marlon Manasés Martínez Ramírez, de 20 años, se indignó al ver en el noticiero que «las turbas sandinistas llegaron y golpearon a los ancianos». Marlon pensó que los jóvenes debían apoyar a los adultos mayores en sus demandas.

—Mama, voy a ir. Voy a ir a asomarme. Vamos a ir a apoyar a los ancianos porque no es justo lo que les están haciendo. Y viendo, talvez, más gente nos hacen caso. Como somos jóvenes, nosotros vamos a aguantar más.

Juana nunca imaginó que dos días después su hijo sería asesinado. Marlon fue a protestar el 18 de abril en la tarde. «Regresó y regresó bien, gracias a Dios, y vino temprano. Volvió a ir el 19 (de abril)», contó. El 19 de abril ella le pidió que no continuara manifestándose.

—No sigás yengo. ¿Qué vas a hacer? Eso no es problema tuyo.

—Mama, cómo no, es problema de todos porque también mi papa va a llegar a cotizar y lo mismo va a pasar. Entonces, tenemos que apoyar como nicaragüenses que somos.

El 19 de abril Marlon volvió a su casa temprano. En la noche, los primeros jóvenes fueron asesinados. Eso no lo detuvo. A las diez de la mañana del 20 de abril, Juana ve que su hijo se está alistando. Al principio, ella creía que él iba a salir con alguna muchacha, pero le aclaró cuáles eran sus planes.

—¿Adónde vas vos?

—Ahí vengo. Yo me voy a ir a asomar…

—No vayás. Quedate ayudándome aquí. No vayás, hijo.

—No, mama, ya vengo. No voy a dilatar.

—No vayás.

—Cómo no. Solo voy a ir a ver. De largo voy a ir a ver.

—Dale, pues.

Juana confiesa que se enojó con su hijo porque no escuchó sus ruegos. Esa fue la última vez que conversaron. Antes reunirse con los estudiantes, Marlon fue a visitar a su abuela, quien también le pidió que no fuera a protestar.

—No vayás, hijo. ¿Qué vas a ir a hacer?

—No, mamita. Yo ya vengo. Si solo voy a ir a asomarme y ya vengo. No me voy a meter en nada. Solo voy y vengo. Voy a ir a asomarme. Voy a ir a ayudarles a pasar agua.

Marlon tampoco escuchó las peticiones de su abuela y se fue a la UNI. Juana estuvo toda la tarde con su madre en Ciudad Sandino. En esa zona, el ambiente estaba tenso porque los pobladores se manifestaron. Ella sintió una profunda tristeza porque sabía que su hijo andaba protestando.

Juana Ramírez muestra la foto de su hijo tras un año de su asesinato en la UNI el pasado 20 de abril. Foto: NI

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«A mi hijo le disparan a las cuatro y media de la tarde. Le disparan y le dan en la cabeza. Mi hijo cae, pero no muere ahí nomás, sino que, como los hospitales no estaban atendiendo, no les estaban haciendo caso, mi hijo muere a las ocho y media de la noche por falta de atención porque no me le dieron atención médica. Los estaban dejando morir ahí», relata Juana.

Luego de acompañar toda la tarde a su madre, Juana regresa a su casa. Revisa su celular y se da cuenta de que tiene varias llamadas perdidas. La señal es pésima. Su hermana intentó comunicarse con ella varias veces. Casi a las siete de la noche, el teléfono vuelve a sonar.

—Mirá, dicen que a Manasés lo hirieron.

—¿Cómo que lo hieron?

—Sí, lo hirieron.

—Cuando llegué a tu casa, no lo hallamos, no lo hallamos.

Un sobrino de Juana estaba cerca de Marlon cuando le dispararon, pero él no sabía que la víctima era su primo. Vio que hirieron a uno de los jóvenes. Se acercó para ayudar y, cuando lo volteó, descubrió que era su pariente. Quedó tan conmocionado que, ese día, no supo darles detalles a sus familiares sobre los hechos.

Aunque Juana sabía que su hijo estaba grave, no perdía las esperanzas. Su sobrino, su esposo y algunos vecinos fueron a buscarlo a varios hospitales. Según el sobrino de Juana, las fuerzas gubernamentales que rodearon la universidad no permitían que las ambulancias ingresaran a la UNI para trasladar a los heridos. Finalmente, Marlon fue llevado al Hospital Fernando Vélez Paiz, donde lo entubaron. Luego, los médicos lo remitieron al Hospital Lenín Fonseca.

«En el Lenín Fonseca, ahí no me lo atendieron. Me lo dejaron morir», aseguró Juana Ramírez. Aunque, al principio, sus familiares intentaron ocultarle la verdad, cuando ella llegó al hospital le informaron que su hijo tenía cinco minutos de haber fallecido.

INTI OCON / AFP

El ataque a la UNI

El sobrino de Juana le contó que los policías y los paramilitares salieron del Estadio Dennis Martínez «tirando balas» y que rodearon la UNI. La CIDH informó que «fuerzas policiales y grupos parapoliciales ingresaron por una puerta trasera de la UNI, abriendo fuego e incendiando las instalaciones del edificio de Posgrado de la Universidad Nacional de Ingeniería… hubo una fuga masiva de estudiantes, pero muchos quedaron atrapados en el recinto y varios perdieron allí la vida o sufrieron graves heridas». Según Juana, los videos comprueban que Marlon no portaba armas, solamente, una hulera. Antes de que le dispararan, él andaba recogiendo piedras para su tiradora.

Un informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) comprueba el testimonio del sobrino de Juana: Marlon «se encontraba con los manifestantes en la parte Norte de la UNI. Alrededor de las 17:00 recibió un impactó de arma de fuego en el cráneo… Falleció ese día en el Hospital. De acuerdo con el Dictamen médico legal, antes de morir Marlon había recibido distintos golpes en la cabeza, uno de ellos en la boca que le arrancó tres dientes… El momento y el lugar donde Marlon Manases Martínez Ramírez cayó revelan que fue herido por la acción del grupo que invadió la UNI, compuesto por grupos de choque paraestatales y Policía Nacional».

Juana Ramírez responsabiliza «al Gobierno» por el asesinato de su hijo. «Él es el que da la orden. Ellos dijeron: “vamos con todo”, y fueron con todo porque ahí se llevaron a mi hijo. Ahí asesinaron a mi hijo porque, si el Gobierno hubiera sido tan honesto y todo, hubiera parado. No hubiera tantos asesinatos… Él pudo haber evitado todo este dolor que nos ha causado a tantas madres, pero no quiso», afirmó.

Víctimas de la represión entre el 19 y 21 de abril de 2018. GIEI

A Juana le indigna que, al cumplirse un año del asesinato de su hijo, ninguna persona haya sido procesada. «Así como agarra a los pesos políticos y les pone culpa, así debería agarrar a los policías y ponerles (una condena) porque ellos dispararon», lamentó. Ella no confía en la justicia prometida por el Gobierno de Nicaragua, solamente, en la justicia divina. «Ya estuviera metiendo (presos) a un poco de policías, a un poco de paramilitares, a un poco de las turbas sandinistas porque él (Daniel Ortega) armó a esa gente y eran tiros seguros: la cabeza, aquí debajo de la tetilla y la garganta», señaló.

Juana Ramírez asegura que, mientras tenga fuerzas, seguirá exigiendo justicia. Su principal objetivo es que los culpables sean condenados. «Este es un dolor que, mientras yo esté viva, a mí no se me va a quitar, así haya presos. A mí me hicieron un gran daño. Esto a mí no se me va a quitar… me arrancaron también mi vida… Es como que esté muerta en vida yo también. Voy al cementerio a ver un poco de tierra. Yo sé que mi hijo no está ahí, pero están sus restos. No era justo que él me le haya quitado la vida a mi hijo», manifestó.

Aunque no se conocen, Juana Ramírez y Alba García Vargas están unidas por el mismo sufrimiento. Al hijo de Alba García, Moroni Jacob López García, también lo mataron en el ataque de la UNI.

Moroni estudiaba Medicina en la UNAN-León, pero en 2014 pausó su carrera y se fue a República Dominicana a servir como misionero de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En 2016, empezó a trabajar medio tiempo como jardinero para los mormones.

El viernes 20 de abril en la mañana platicó con su hijo por última vez. Pensó que él se dirigía a su trabajo. Ella tenía cita con el cardiólogo a las ocho de la mañana, llegó tarde y salió de la clínica a las doce y media.

«Yo sentía una desesperación, como que me oprimían el pecho… Vine a buscarlo», narró. Le preguntó a su hijo menor si Moroni había regresado. Cuando le respondió que no había venido, sintió «un feo escalofrío». Marcó a su número, pero no andaba saldo. Fue a la venta a comprar una recarga. A las dos y media de la tarde, pudo contactarse con él.

—Moroni, ¿dónde estás?

—Aquí, aquí estoy, mama, metido en la catedral.

—¿Qué estás haciendo ahí?

—Estoy ayudando, mama. Les estoy dando los primeros auxilios.

—Moroni, salite de ahí. Yo no sé qué vas a hacer. O escondete.

Después de unos veinte minutos, a las dos y cincuenta de la tarde, oyó una explosión y se le apagó el teléfono. A las tres y veinte de la tarde, la llama una vecina cuyo hijo andaba con Moroni.

—Doña Alba

—Sí.

—A su hijo lo hirieron.

—No, no puede ser, si mi hijo anda trabajando; después, se va a estudiar.

«Entonces, yo me quedé atónita porque fue un impacto tremendo con solo que me dijeron que está herido», aseveró Alba García.

—Dígame la verdad. ¿Está muerto?

—No, no está muerto. Está solo herido.

Desafortunadamente, a los cinco minutos la llamó una muchacha para darle la terrible noticia.

—Buenas.

—Aló. Buenas. ¿Por qué me estás llamando del número de mi hijo?, ¿por qué me estás llamando con ese teléfono, con ese número?

—¿Qué es usted del muchacho, del dueño del teléfono?

—Soy su mamá.

—Señora, lo siento mucho. Moroni acaba de morir.

«A esa hora sentí que todo me daba vueltas, pero ni así (desistí). Me puse de pie. Dije yo: “Yo voy a ir a buscar a mi hijo”. Y busqué de hospital en hospital, pero yo sabía que mi hijo ya estaba muerto. El impacto fue grande. Ahí me disculpan, pero es doloroso contar… (Por un momento, el llanto no le permitió continuar con el testimonio)».

Alba García fue a varios lugares a buscar a su hijo. Lo encontró en Medicina Legal. Las autoridades se negaban a entregárselo con excusas burocráticas.

«Dénmelo porque ya me lo mataron ¿Para qué quieren más?, ¿para qué quieren más a mi hijo ahí?», les reclamó a los policías.

Después de insistir varias horas, casi a las once de la noche, le entregaron el cuerpo. Un policía le insinuó que debía sentirse «con suerte».

Al día siguiente, 21 de abril, realizaron los trámites del entierro. Alba García fue a la Alcaldía para solicitar el acta de defunción. Querían obligarla a firmar un documento que constara que Moroni falleció por causas naturales. Ella se rehusó. «(Mi hijo) está vivo en los papeles de ellos», expresó.

El GIEI confirmó que Moroni López «recibió dos impactos de proyectil de arma de fuego, uno en el cuello y otro en la parte superior del brazo, entre las 14:45 y 15:15 horas, cuando se encontraba aproximadamente a 10 metros de la puerta trasera de la UNI ubicada frente al Estadio Dennis Martínez, entre el parqueo y el predio baldío…Teniendo en cuenta el lugar en el que estaba Moroni al momento de recibir el impacto, así como la reacción de los manifestantes, es claro que los disparos provinieron del Estadio, donde estaban apostados los policías».

Madre de Moroni López García muestran fotografías de su hijo, quien había servido como misionero en una iglesia poco antes de su asesinato. Foto: NI

«Es muy doloroso perder un hijo»

Para Alba García, el Gobierno de Nicaragua «juega» con el dolor de las madres de abril. Sostiene que todas se sienten impotentes porque no creen en la justicia de las instituciones estatales. Le aconsejaron que dejara de denunciar porque nadie sería capaz de «ganarle al Gobierno».

«Yo siento que me estoy muriendo cada día más… Es un dolor tremendo cada vez que me levanto, cada vez que miro su cama, cada vez que miro sus cosas. Solo cambiándome de tratamiento viven porque no me llega. Todos los días lo lloro. Es un dolor que no se quita», declaró García. A veces, siente que no hay posibilidades de obtener justicia, pero tiene fe en Dios en que algún día lo logrará.

Alba García también responsabiliza al Gobierno de Nicaragua por el asesinato de su hijo. «Con los dos impactos a él me lo mataron y esos dos impactos vinieron de francotiradores y donde hay bastantes francotiradores es en el Ejército», expuso. Las autoridades no le han notificado de ningún proceso judicial. Fue a interponer la denuncia y le pidieron que se encargue de buscar a las personas que mataron a su hijo, como si ella fuera investigadora.

«Lo que hay aquí es una dictadura. Aquí no hay justicia. Aquí se mataron a todos los jóvenes… Aquí estamos con una dictadura que nos está matando poco a poco, o sea, que a mí, como madre, a mí ya me destrozó, ya me destrozó la vida… estamos como que estamos presos. Aquí no hay libertad para nada», denunció Alba García.

«Queremos justicia sin impunidad», ruegan las madres del 20 abril, día en que fueron asesinados 25 nicaragüenses, según organismos internacionales.

Autor
Nicaragua Investiga
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