Francisca Lara tiene 34 años y cinco hijas. Las dos mayores; una de 17 y otra de 16 recién se han ido de casa para establecer una vida de pareja. Pero aún hay tres pequeñas a su cargo. Una de 14, otra de 12 y la más pequeña de 11 años.
Son las seis de la mañana y la intensa jornada matutina da inicio con un alboroto desmedido. La atareada madre se prepara para empezar a lavar unas tres docenas de ropa que forman parte de su tanda diaria de trabajo. Es así como se gana la vida desde los 15 años, cuando por primera vez salió embarazada.
Francisca también alista a las niñas para la escuela. Una de ellas no encuentra un zapato, la otra le pregunta por su cuaderno y la menor quiere seguir durmiendo y se queja a llantos por tener que levantarse. En medio de ese caos, Francisca prepara el desayuno y avanza con algunas tareas domésticas.
Cuando finalmente las niñas van a clases, Francisca inicia a lavar ropa. Es solo la primera parte de la mañana y la mujer ya está extenuada. “Es muy difícil vivir esta rutina”, nos dice con un semblante triste.
No es lo único que le toca hacer. Lavar ropa no le da suficiente dinero, puede ganar entre 120 y 200 córdobas al día con eso, así que complementa limpiando casas. Al regresar de clases las niñas deben colaborar con el aseo y asumir algunas responsabilidades que no deberían a su edad, mientras su madre se encuentra fuera realizando los trabajos adicionales que les permiten subsistir.
Especialistas alertan que, durante este tiempo, las niñas en los hogares están expuestas a situaciones de riesgo. “En esa soledad hemos encontrado muchísimos casos de familiares cercanos, de vecinos que abusan sexualmente de estas niñas”, indica Haydée Castillo, socióloga.
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Francisca y su pareja de entonces nunca vivieron juntos, pero prolongaron su relación por cinco años en medio de problemas económicos y la falta de involucramiento de él en los cuidados y atenciones que requerían las niñas. Finalmente se separaron y el abandono fue total.
“A ellas les hubiera gustado que su papá hubiera sido atento, aunque no estuviera con ellas pero que se preocupara por ellas, que aunque sea alguito les trajera, que las llevara al colegio, pero no”, dice Francisca.
No es una realidad aislada, de hecho, en Nicaragua el 32.6% de los hogares están a cargo de mujeres, según una encuesta realizada en 2015 por FIDEG. Son los datos más actuales que se pueden tener. En el país impera el ocultamiento de las estadísticas. La mayoría de esas mujeres jefas de hogar son madres solteras como Francisca, quien no pudo completar sus estudios secundarios y no logra acceder a empleos mejor remunerados.
Marisol Rodríguez, vive en Camoapa, tiene 18 años y carga a su hija de tres. La cría sola porque su pareja la abandonó cuando estaba embarazada. Ella tenía 14 y él 30 cuando empezaron la relación, pero el hombre se fue a Costa Rica cuando ella le contó sobre la bebé que venía en camino. “Él dijo que la niña no era suya y nunca volví a saber nada de él”, cuenta.
“La mamá de él siempre me ha ayudado con la niña”, dice la joven madre. Es su exsuegra quien cuida a su hija cuando Marisol debe salir a trabajar.
“Cuando él habla con la mamá no le gusta ver a la niña, porque dice que no es hija de él”, relata Marisol.
La Ley 623, Ley de Paternidad y Maternidad responsable refleja en su artículo 8 la solución a este tipo de casos e indica que todo hombre que dude de la paternidad de un hijo puede solicitar una prueba de ADN. “De ser positiva la prueba de ADN, se reconfirma la inscripción del niño o niña con el apellido del padre y la madre y, de ser negativa se inscribirá sólo con el apellido de la madre”, indica la ley.
Sin embargo, el padre de la niña de Marisol no recurrió a esta posibilidad porque según la joven, se trata de solo una “excusa” para no asumir su responsabilidad.
El Ministerio de la Familia recordó en una entrevista en el oficialista canal 8 de televisión, que Nicaragua es signataria de convenios internacionales en favor de niñas, niños y adolescentes, por lo que estar fuera no impide que la madre pueda reclamar al padre sus obligaciones parentales. “Inclusive ya tenemos madres que están recibiendo dinero del extranjero a través de transferencias”, señaló un funcionario ante el medio de comunicación.
La socióloga Haydeé Castillo considera que la prevalencia de este tipo de casos en Nicaragua, a pesar de que existen leyes para obligar a los hombres a hacerse responsables de sus deberes paternos, responde a una visión social equivocada y arraigada que establece que “a quien le corresponde la responsabilidad de la crianza de los hijos, la responsabilidad de la calidad de vida, de estar pendiente de realizar las labores del cuidado”, es a la madre.
Socialmente se cuestiona mucho a las madres solteras que no logran dar buenas condiciones económicas a sus hijos, pero en los hombres “se normaliza” la irresponsabilidad del abandono total.
Leyes difíciles de usar
Cuando las cosas fueron difíciles para Francisca, decidió acudir al Ministerio de la Familia por recomendaciones de varios vecinos preocupados por las precarias condiciones en que crecían las niñas, pero ella dice que solo encontró obstáculos.
“Cuando quise que les pasara (pensión) a las niñas se me hizo difícil”, nos cuenta y asegura que el proceso nunca llegó a iniciar después de tantos trámites. “Ya me había cansado”, dice con frustración.
Cuenta que desistió porque le “pedían muchos papeles”. Gestionar esa documentación implicaba dinero, como también implicaba dinero los pasajes que debía pagar para ir y venir con frecuencia a la institución pública. Nunca sintió que realmente quisieran ayudarla y finalmente consideró que “ese gasto que estaba generando mejor lo agarraba para estarle comprando sus cositas a ellas”.
La ministra de la Familia Johana Flores, informó que en 2019 se gestionaron 34,347 casos de demanda por pensión alimenticia en todo el país. Casi la mitad de estos se resolvieron por acuerdo entre las partes y el restante pasó a juicio. Sin embargo, los especialistas creen que la mayoría de las mujeres que enfrentan esta situación deciden no demandar o desisten por lo agotador del proceso, tal como hizo Francisca.
En lo que el gobierno de Daniel Ortega denomina “Plan cristiano y solidario para la dignidad y unidad por el bien común 2021”, prometen que restituyeron “el derecho a recibir pensión alimenticia” a 8 mil 500 niñas, niños y adolescentes del país durante ese año. La cifra parece muy reducida si se compara con la cantidad de demandas que se presentan de acuerdo con las cifras de MI Familia de 2019. Pero no hay muchos datos para contrastar. El gobierno se ha caracterizado por ocultar las estadísticas e indicadores sociales más importantes.
“Aborto masculino”; niñas y niños marcados por el abandono
“Aborto masculino” es el nombre que le da la psicóloga Natalia Vallecillo, al hecho de que los hombres se ausenten económica y emocionalmente de la vida de sus hijas e hijos. Ella explica las fuertes consecuencias que esto provoca en el desarrollo de las niñas.
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“La niña o niño al no tener una figura tan significativa como el papá, justamente generan apegos inseguros y estos apegos se van a expresar en la vida adulta a través de emociones como no generar unas relaciones satisfactorias con otras personas”, indica la especialista.
Las hijas de Francisca han desarrollado desprecio por su padre ausente. “La mayor lo quiere a pesar de todo, la segunda dice que su padre está muerto para ella, la otra dice que no tiene papá”, cuenta Francisca.
Vallecillo también advierte que la poca atención y protección que reciben las niñas cuando el padre abandona el hogar y la madre debe trabajar largas jornadas para hacerse cargo de los gastos sola, pueden generar consecuencias psicológicas como sentimientos de rechazo, de inferioridad, o depresión.
Francisca cuenta que muchas veces sus niñas han llegado llorando del colegio porque “les hacen burlas” o les cuestionan “porque no tienen papá” o “porque no tienen mejores uniformes o mejores materiales de estudio”. Esa situación ha sido frustrante para ella, porque no sabe qué responder cuando las niñas preguntan por qué su padre no siente interés por su bienestar.
El círculo que se repite
Francisca también es hija de una madre soltera. Juana tuvo seis hijos y se quedó sola cuando su pareja murió a causa de cirrosis aguda, tras varios años sumergido en el alcoholismo.
Francisca era solo una niña cuando eso sucedió. Su madre tuvo que hacerse cargo de todos los hijos desde entonces. Lavaba ropa ajena como hoy lo hace ella para mantener su hogar.
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La madre de Francisca, también había quedado embarazada en su adolescencia y cuando le tocaba ir a lavar fuera de casa dejaba a los niños solos a cargo de los quehaceres domésticos.
Hoy, Francisca se preocupa porque sus hijas mayores han decidido irse de casa siendo adolescentes y teme que repitan la historia familiar.
“Yo hubiera querido darles una vida mejor”, se lamenta Francisca, pero al mismo tiempo reflexiona: “yo considero que hice lo mejor que pude”.
“La pobreza se repite en los hijos cuando han tenido madres o padres pobres o empobrecidos o con una mentalidad de pobreza, entonces la pobreza se repite, se recicla y en niños y niñas se va a ver un pensamiento de pobreza y una actitud de pobreza”, indica el sociólogo Cirilo Otero.
“Cuando las niñas crecen de una forma desigual desde su nacimiento; sin papá, sin una figura paterna, sin los recursos que debe aportar esa figura, sin un Estado que las proteja, sin una agenda social que busque la igualdad de ellas, lo que espera a las niñas es que se siga reproduciendo ese círculo de empobrecimiento, de la violencia, de la exclusión y de la discriminación”, comenta la también socióloga Haydée Castillo.
Castillo también destaca la importancia de que el gobierno destine más recursos a promover la responsabilidad paterna, a mejorar las posibilidades de desarrollo de las madres solteras y los espacios de atención especializada a niñas y niños con hogares monoparentales, porque hasta el momento esas políticas no existen o son insuficientes.
Las historias de Francisca y Marisol se repiten de manera incesante en un país donde abandonar a un niño o niña no parece tener prioridad estatal, creando el patrón infortunado que muchos describen ya como “el esquema de la familia nicaragüense”; las familias sin padres.
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