Ante el pelotón de fusilamiento en la plaza de armas de una ciudad hondureña, un hombre flaco, pálido e inexpresivo, susurra sus últimas palabras a un sacerdote: “Soy católico romano” dice el sacerdote por él. “Pido perdón al pueblo y recibo con resignación la muerte”. Los ojos grises del condenado seguían impasibles al apuntarle los fusiles.
Así encaraba su fin William Walker, con absoluta calma. Según el historiador Alejandro Bolaños Geyer, Walker había pasado los últimos días entregado a la oración, venerando una imagen de la Virgen Dolorosa en su celda. Cuando lo llevaron a la plaza de armas del Puerto de Trujillo el 12 de septiembre de 1860, un sacerdote leonés cantó salmodias a su lado.
A Walker lo fusilaron a las ocho de la mañana los hombres del general hondureño Mariano Álvarez. Sentado en una silla en la plaza de armas, murió al instante y luego del tiro de gracia, lo enterraron según los ritos de la Iglesia católica. El agente consular estadounidense arregló el pagó de diez dólares por el ataúd.
Walker encarnaba el espíritu aristocrático del viejo sur de Estados Unidos, una región que en el siglo XIX vivía del trabajo de los esclavos traídos de África. Nacido en Nashville, Tennessee en 1824, Walker estudió medicina y luego leyes. A los 20 años ya era médico. También sirvió brevemente de editor y copropietario de un periódico de Nueva Orleans, el Daily Crescent.
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El inicio de su aventura expedicionaria
A pesar de sus dos profesiones, Walker siempre había soñado con tener un papel en la política así que se embarcó en una serie de incursiones militares. Luego que el gobierno mexicano se negara a entregarle el permiso para establecer una colonia en Sonora, invadió Baja California con partidarios de la esclavitud reclutados en Kentucky y Tennessee. La promesa de tierras y la creencia de que Estados Unidos debía dominar el oeste—el llamado Destino Manifiesto—los impulsó.
“Walker no es un aventurero” explica Ricardo Avilés, profesor de historia en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, “viene representando y peleando por los intereses de los Confederados», asegura.
Los Confederados eran un país formado por ciertos Estados del sur de Estados Unidos, que existió desde 1861 hasta 1865. Ahí era legal tener esclavos pues defendían la supremacía blanca. Estos estaban en conflicto con el resto de Estados que se negaban a continuar esa ideología, y que se hacían llamar Estado de la Unión.
Walker recibía aprovisionamiento y respaldo de los confederados y por eso se sentía poderoso, tanto que hizo llamar a su ejército de mercenarios «Los inmortales».
Entre 1853 y 1854, Walker fundó una república clandestina en Baja California, de la que fue presidente, con intenciones de conquistar Sonora. Quería que los Estados Unidos lo integrase a su territorio como ocurrió con Texas años antes, para aumentar el número de estados esclavistas en el país y obtener así más poder para la causa sureña; el apoyo de su patria nunca llegó.
Ante la falta de suministros y con el ejército mexicano avanzando sobre el suelo de su república, Walker y lo que quedó de su fuerza expedicionaria se entregaron al gobierno estadounidense en San Diego en mayo de 1854. Fue enjuiciado por romper la tregua establecida entre México y Estados Unidos tras la guerra México-Americana, pero el jurado lo absolvió.
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Walker; llamado por los nicaragüenses
Ese mismo año Nicaragua estaba en guerra. Las élites liberales de León, los Democráticos, se batían con las élites conservadoras de Granada, los Legitimistas, sobre las recientes elecciones. El bando Democrático acusó de fraude al bando Legitimista y se rehusó a formar gobierno.
Avilés relata cómo “llega un momento en que tenemos varios presidentes” cuando los Democráticos se sublevaron en mayo de 1854. Francisco Castellón, un abogado de León, fue nombrado como Supremo Director de la Nicaragua en rebelión, mientras que desde Granada mandaba Fruto Chamorro.
Cuatro meses de combate no vieron avances de importancia en la guerra, mientras las bajas se acumulaban. A finales de agosto de 1854, un estadounidense llamado Byron Cole se acercó al mando Democrático.
De Boston, Cole era periodista y, al igual que Walker, “un representante del sur esclavista”. Le ofreció a Castellón la opción de traer ‘al famoso Walker’, junto con una legión de mercenarios, para así ganar la guerra. A principios de octubre el contrato se acordó y llegó a Walker ya casi tocando noviembre. Ahora enrolada al ejército rebelde de León, la fuerza mercenaria fue bautizada como “Falange Democrática”.
Para esquivar las leyes de neutralidad de Estados Unidos, los mercenarios fueron registrados como colonos con derecho a portación de armas. Llegaron el 16 de junio de 1855 a El Realejo, Chinandega, donde Walker recibió el rango de Coronel en el Ejército Democrático y se dispuso a iniciar la ofensiva en Rivas.
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Walker toma el control del país
Tras la batalla de Rivas del 29 de junio los soldados Democráticos avanzaron codo a codo con los filibusteros y empujaron hasta Granada, que cayó en octubre. Ahí nombran a Walker General en Jefe y, tras rendirse el general Poncinano Corral, a quien más tarde fusilaría, se formó un gobierno títere.
Avilés explica que Walker obliga a un sector de la oligarquía nicaragüense a “elegirlo” presidente, tomando posesión el 12 de julio de 1856 y dejando burlados a los liberales que le convocaron. “Inmediatamente toma medidas de corte supremacista” cuenta Avilés. “Decreta el idioma inglés y la esclavitud, pero sobre todo su interés por la Ruta del Tránsito y está claro que para lograr su cometido, debe conquistar Centroamérica, y diezmar a sus habitantes que considera claramente inferiores”.
“Paradójicamente fue Walker el que nos recordó que Centroamérica debería ser una sola nación; claro, por sus intereses supremacistas” explica Avilés. “La cantidad de soldados filibusteros fue significativa, sobre todo por la calidad de su armamento y su experiencia militar. Sus planes alertaron al resto de gobiernos centroamericanos, que enviaron tropas a Nicaragua para combatirlo, siendo las más beligerantes las de nuestro vecino del sur”.
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Centroamérica unida contra Walker
Para diciembre de 1856, Granada, ciudad donde Walker residía, estaba rodeada por los ejércitos de Honduras, Costa Rica y El Salvador. El sueño de Walker de un imperio esclavista americano se deshacía en medio de las deserciones, el cólera y las derrotas militares que se acumulaban desde septiembre con la Batalla de San Jacinto.
Para evitar que los ejércitos aliados tomasen Granada, Walker deja suelto el espíritu de pirata en sus hombres. Granada queda arrasada en medio de saqueos e incendios. Se salvan pocos y en la calle “se entregan todos (los filibusteros) a una borrachera salvaje”, según documentó el historiador Alejandro Bolaños Geyer en sus tomos sobre Walker.
Walker se rindió ante el Comandante Charles Henry Davis de la Armada de los Estados Unidos el 1 de mayo de 1857. Lo repatriaron junto a lo que quedó de su fuerza filibustera. En Nueva York, Walker fue recibido como un héroe y meses después trataría de repetir la hazaña de conquistar Nicaragua; la propia armada estadounidense frustró su plan antes de que siquiera empezara.
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Su final en Honduras
En 1860 fue invitado por colonos ingleses a Honduras para que les ayudara a fundar un gobierno inglés independiente que les protegiera del gobierno de Honduras. No tardó en ser capturado por las autoridades británicas, que luego lo entregaron a los hondureños, sus jueces y ejecutores.
Sus sueños de un imperio esclavista y sus ansias de heroísmo quedaron en la costa de Trujillo, entre las balas, una silla, una pared y la sangre.
Un año más tarde, en su tierra, la cuestión de la esclavitud llevaría a los compatriotas de Walker a una guerra fratricida como la que él aprovechó en Nicaragua para sus sueños expansionistas. La guerra, una de las más sangrientas de la historia, eclipsó su fracaso en Estados Unidos, pero también lo dejó virtualmente olvidado en su tierra.
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