En un campamento hecho de champas improvisadas que a duras penas las cubren del inclemente sol, más de cuarenta mujeres hacen su vida cotidiana. Se les ve sentadas, empeñadas en un trabajo duro y rutinario. Toman una piedra y la reducen a pequeños pedazos, toman otra y otra y otra más. La acción se repite sin descanso desde el amanecer hasta al final de la tarde.
En Bluefields se les conoce como las “picapiedras” y laboran en condiciones estresantes y deplorables. Un trabajo informal al que cada día se suman más mujeres ante la falta de mejores fuentes de empleo en el caribe.
“Yo llevo nueve años ya de picar piedras aquí”, dice Sandra Álvarez con resignación mientras martilla con fuerza los últimos pedazos de su cuota del día.
Sentadas sobre la tierra y a la intemperie, sin medidas de protección físicas ni sanitarias, muchas de las mujeres – en su mayoría madres solteras- se dedican a esta labor, mientras sus hijos rondan entre las piedras ya pulverizadas o a veces se suman a la dura faena para ayudarlas.
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Su piel muestra los estragos de la dura jornada. Su cutis está reseco y enrojecido por el sol. Sus manos agrietadas ya se acostumbraron al golpe incesante del martillo.
“Al principio me iba feo, me reventaba las uñas, las botaba”, nos cuenta Zobeida Álvarez sobre sus primeros días en este trabajo hostil. Hoy sus manos están llenas de callos y sus uñas ya no crecen. Sus brazos se ven torneados y fuertes. El trabajo pesado ya no le asusta como antes.
Mientras nos cuenta todo sobre su insospechada jornada laboral no para de martillar. Cada pausa es tiempo perdido y la poca paga no le permite darse ni un descanso. Debe pulverizar la mayor cantidad de piedras posibles si quiere sacar el pago mínimo.
La mísera paga por el trabajo duro
Zobeida, es madre soltera. Tiene tres hijos de 4, 7 y 12 años. Les dedica poco tiempo porque la mayor parte del día la invierte en este demandante oficio. En ocasiones los niños la ayudan a sacar la tarea del día. “Para hacer un metro duramos cuatro días y esto apenas tiene un costo de 400 córdobas, hay otros que pagan 500”, nos dice.
“En temporadas de invierno somos afectadas porque no vienen clientes de las ferreterías y nuestras condiciones empeoran”, cuenta Zobeida.
Las piedras trituradas son compradas generalmente por ferreteros locales que les pagan un monto mínimo a ellas, mientras revenden el producto en sus negocios generando ganancias significativas para sí mismos.
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Son aproximadamente 40 mujeres las que se ubican en el barrio 19 de Julio de Bluefields. Sandra de 36 años, dice que a veces sueña con hacer otras cosas, tener otro tipo de trabajo, pero lamenta que no hay apoyo de las autoridades gubernamentales para crear fuentes de empleo y ante la falta de trabajo, picar piedra es la única manera de obtener ingresos.
Sandra dice que a veces logran alimentarse con lo poco que obtienen de la venta de piedras picadas, pero otras veces “la pasamos en blanco”.
Desempleo y poca inversión en Bluefields
Tras la pandemia de Covid19 muchos de los rubros que mantenían a flote la economía local en Bluefields se fueron a pique, como el turismo o la pesca.
Empresas pesqueras cerraron o redujeron personal y los barcos turísticos que empleaban a buena parte de los lugareños dejaron de operar por las restricciones de viaje.
El caribe es una de las zonas de menor inversión a pesar de ser una de las de mayor potencial de desarrollo por su enorme riqueza cultural y natural.
Un informe publicado por el Centro de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas que analiza la inversión del Estado en el Caribe entre los años 2012 y 2016 indica que, aunque hubo mayor inversión en ese período con un total de C$8,748.7 millones de córdobas, la mayoría de los fondos se destinaron a construcción de carreteras y hace falta invertir en formación, generación de capacidades y fuentes de empleo, para lo cual también recomendaban involucramiento por parte del sector privado.
Mientras el abandono del caribe sigue su curso histórico, las mujeres agotadas de esta comunidad ya no tienen tiempo para pensar en el mañana, deben producir ahora y concentrarse en su monótona tarea de martillar bolón y piedra fina, la cual es utilizada para relleno en el ramo de la construcción, una industria que registró crecimientos significativos en los últimos años, pero que “repella” como las paredes que construye, una realidad que se oculta tras sus cimientos: Las mujeres “picapiedras” no tienen futuro. El pan que llega a su boca está cargado de dolores e infortunios.
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