Por: Marco Aurelio Peña Morales
Economista, abogado y académico nicaragüense
Los Rebeldes de Abril arrostramos un titánico desafío generacional de sacar al país de su «bucle histórico», incidir en el colapso estructural del régimen sandinista y pasar a una fase de transición democrática de justicia con memoria. El bucle histórico del cual no salimos es un patrón cíclico de Autocracia–Rebelión–Esperanza–Crisis, en el que a lo largo de la historia nacional una dictadura provoca una rebelión, se abriga un sentimiento de esperanza; y, luego, se entra en una crisis que produce autoritarismo político, hasta atornillarse otra autocracia de extracción familiar, militar y patrimonialista. Siguiendo este proceso iterativo, el sandinismo conquistó el aparato estatal hace casi medio siglo con el mito de “héroes desinteresados” y hoy planea aferrarse como una dinastía decadente en un conflicto de intereses a muerte.
Desde la memoria crítica, las nuevas generaciones nos preguntamos: ¿Qué es el sandinismo? Se observa una corriente política en nombre de Augusto C. Sandino, sustentada en una psicología colectiva de imaginarios, ilusiones y emociones, alrededor de la lucha armada contra la dinastía de los Somoza. Sobre el martirismo de sus combatientes y el mito de sus dirigentes, se idearon canciones, consignas y símbolos, con devoción cuasirreligiosa, en torno al FSLN. En su programa histórico, un panfleto en el que se usa 11 veces el verbo “liquidar”, se ideologiza una posición anti–EE.UU, un sentimiento nacionalista y una concepción estatista.
Desde el realismo político mi definición es breve: el sandinismo ha sido un proyecto de poder total (político, militar, económico, simbólico). Su coctel de guerrillerismo, marxismo, teología de la liberación e izquierdismos encumbrados por la revolución cubana y el castrismo, produjo una borrachera ideológica que allanó el camino hacia una “utopía opresora”. En sentido opuesto al reformismo civilista de Luis Somoza, la vocación dictatorial de su hermano Anastasio Somoza, eliminó las opciones de apertura democrática y determinó el desenlace insurreccional de 1979. La Administración Carter (EE.UU), actores externos y un polígono de fuerzas opositoras, con mucho respaldo popular, apoyaron la caída de la «estirpe sangrienta».
Una vez conquistado el Estado como «macroestructura de poder», el sandinismo traicionó el «Programa de Puntarenas» que se basaba en 3 directrices: pluralismo político, economía mixta y no alineamiento. El FSLN se impuso con militarismo verde olivo como partido hegemónico, ensayó una variante de economía estatizada y se alineó al campo comunista. La violencia revolucionaria, mal entendida como justicia, desató una ola de ejecuciones, acoso y excesos contra somocistas y no somocistas. Se adoptó la censura como política estatal a cargo de la dirección de agitación y propaganda; se normalizó que las mujeres estuvieran expuestas al abuso sexual de sus superiores, casi como un deber revolucionario; y la libertad académica empezó a degradarse con la abierta penetración partidaria en las instituciones universitarias.
La imposición de políticas colectivistas y autoritarias en las áreas rurales engendró una guerra de guerrillas conocida como Resistencia Nicaragüense, con un mínimo de 15,000 efectivos, conformada por el campesinado, desencantados de la revolución, miembros del régimen anterior y población indígena miskitu. Se estima que su base social pudo tener un piso de 105,000 personas. Con el servicio militar, la «nomenclatura rojinegra» usó su influencia para que sus hijos no fueran enviados a las líneas de combate, mientras los hijos de Pedro y María quedaron sepultados en el corazón de la montaña. Si hay algo más concreto que la lucha de clases, es la lucha entre astutos y tontos; unos mueren por ideales, otros viven por el poder.
El declive del comunismo global, una economía arruinada y el desgaste humano de la guerra civil, fueron factores de incidencia para que el sandinismo en el poder decidiera competir en las elecciones generales de 1990 y aceptara ser “ajusticiado” por el voto soberano. Su siguiente operativo fue «la Piñata», un despojo a gran escala de bienes públicos y privados, uno de los casos de enriquecimiento ilícito y búsqueda de rentas (rent–seeking) más escandalosos en la historia económica regional. La pacificación de la Administración Chamorro y el desarme de la Resistencia Nicaragüense se concertó con desbalance de fuerzas, pues el sandinismo tenía minadas las estructuras policiales y militares fundadas en los años 80. ¡Un error garrafal!
En los años 90, la maquinaria rojinegra dio a luz a su disidencia. El sandinismo anaranjado (MRS) nació en el vientre del rojinegro; de los antagonismos internos emergió como intento de negación de un proyecto que ve con desprecio la “democracia burguesa”. Daniel Ortega, sin profesión ni oficio, patrocinado de Gadafi y aprendiz de sultanatos orientales, bloqueaba ya las ambiciones de sus compas; su caudillaje de capo lo fue forjando con el cálculo perverso de ser un vividor de la política pinolera y adueñarse del poder estatal a cualquier costo. En las elecciones generales de 1996, el MRS obtuvo tan sólo el 0,44% de los votos válidos. En los comicios generales de 2001, el MRS compitió en alianza electoral con el FSLN. En 2006, el sandinismo disidente (alianza de facciones MRS y MPRS) obtuvo el 6,29% de los votos válidos.
En los 2000, con la complicidad del PLC arnoldista, el FSLN reconquistó el poder con su piso electoral de 38%; esta vez, con el plan de instalar un dominio total de base familiar, encabezado por Daniel Ortega y Rosario Murillo, los jinetes del «apocalipsis rojinegro». Los 4 jinetes del apocalipsis, del libro bíblico Revelaciones, son símbolos que representan tragedias en la humanidad. Curiosamente, el caballo «rojo» es guerra y violencia; su jinete porta la espada de la discordia; el caballo «negro» es hambre y escasez; su jinete porta una balanza de racionamiento y cataclismo alimentario. Desde los años 60, no hay generación juvenil que no haya sido rebaño para el matadero, la precariedad o el exilio en nombre de o a causa del FSLN; su máximo líder, con sangre y plomo, ha regido el país 30 años, superando a cualquier Somoza.
A lo Chapo Guzmán, “liquidaron” a Anastasio Somoza en Paraguay, brazo criminal replicado contra la Resistencia Nicaragüense, la disidencia sandinista y el movimiento autoconvocado. En este conflicto de intereses a muerte, quienes confiscaron ayer, hoy son confiscados; quienes fueron victimarios; ahora son víctimas. Rafael Solís sentenció a Nicaragua; ahora su karma lo sentencia a él. La metamorfosis de una autocracia revolucionaria a una dinastía en gestación, más que traición o fracaso, es la decadencia resultante de la degeneración orgánica del FSLN en su desarrollo multietápico. Son los intereses de la vieja y nueva guardia los que sostienen a un par de narcisistas con trastorno antisocial o paranoide. Dado que Ah Puch, dios del inframundo en los antiguos mayas, ya le sopla el oído al comandante “bachi”, Laureano Ortega debería estar pensando si asumirá una transición democrática u otra explosión social.
Un nuevo país será aquel que salga con voluntad colectiva de su bucle histórico en nombre de la educación y no de fusiles; en nombre del futuro y no del pasado; en nombre de instituciones libres y no de proyectos de poder total. Para los Rebeldes de Abril, influencers de un rupturismo político y actores de un manga de resistencia civil, la complejidad del cambio pone a prueba sus ideales libertadores, su vocación democrática y su beligerancia política, frente a los intereses creados de la old politik, los poderes fácticos y los actores internacionales.
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