- Foto principal: CORTESÍA LA PRENSA
No habían transcurrido cien días desde que Arnoldo Alemán recibió la banda presidencial cuando los fanáticos sandinistas, por órdenes de Daniel Ortega, montaron los primeros tranques abriendo zanjas y bloqueando el suministro de alimentos. Su propósito era exigir la renuncia de Alemán.
«Que se vaya Arnoldo, que se vaya Arnoldo, que se vaya Arnoldo», gritaba un grupo de sandinistas alzando sus machetes afilados.
Los protestantes aducían que Alemán era un dictador que controlaba la Asamblea Nacional y el Poder Judicial. También, exigían que el líder liberal les entregara tierras.
Alemán no reprimió los tranques
Daniel Ortega se dio el lujo de agradecerle a la Policía Nacional por no utilizar la violencia para desmantelar los tranques, que —en esa época— eran considerados por el líder sandinista un método pacífico de lucha. Él estaba cumpliendo su promesa de gobernar desde abajo.
«Nosotros nos sentimos satisfechos de que esta protesta, de que esta jornada de lucha realmente se haya presentado sin incidentes, sin mayores incidentes, sin mayores consecuencias. También, nos sentimos satisfechos de la actuación de la Policía. Sentimos que la Policía ha actuado con prudencia y esperamos que el Gobierno no vaya a cometer el error de ordenar a la Policía reprimir estas manifestaciones de protesta cívica», declaró Ortega en una conferencia de prensa.
¿Por qué los tranques del movimiento azul y blanco son malos?
La actitud de Daniel Ortega cambió cuando retomó el poder en 2007 porque pasó de «hacer oposición» a impedir la libre expresión de los ciudadanos que criticaban su desempeño en la presidencia. Aunque durante los gobiernos de Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños Ortega dirigió varias asonadas para desestabilizar a sus rivales políticos, actualmente, cualquier signo de descontento por parte de la población es reprimido por los secuaces orteguistas.
Los analistas políticos coinciden en que Daniel Ortega en sus últimos tres mandatos no supo responder a las válidas peticiones ciudadanas, entre estas, reformas electorales, separación de los poderes del Estado, no reelección y libertad de prensa y manifestación.
Ortega nunca imaginó que la mayoría de nicaragüenses, incluyendo a miles de sandinistas, se rebelarían por la respuesta represiva de su gobierno a las primeras manifestaciones contra la imposición de reformas del seguro social.
«Durante los meses de junio y julio, las fuerzas de seguridad del Estado junto con elementos armados progobierno se encargaron, mediante acciones de gran violencia, de desmantelar barricadas y tranques causando numerosos muertos y heridos, deteniendo a participantes en las protestas —acciones muchas veces llevadas a cabo por grupos paraestatales— e intimidando a las comunidades», informó la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Oacnudh).
.Ortega y Murillo no soportaron la magnitud de la insurrección pacífica y ordenaron el desmantelamiento de los tranques a sangre y fuego. «Vamos con todo» fue la consigna usada por las horas gubernamentales y los cortes de ruta fueron renombrados por la vicepresidenta como «tranques de la muerte».
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