Memoria

Se cumplen dos años en que turbas asaltaron el funeral de Ernesto Cardenal

La mayor parte de sus noventa y cinco años de vida la dedicó a las actividades revolucionarias y a su peculiar interpretación de la religión nicaragüense.

Entre los muros de la Catedral de Managua, calientes como de costumbre, ya están llenas las bancas. Lo que no es común son los pañuelos rojinegros rodeando tantos cuellos. No ha llegado el difuntohay misa fúnebre, pero le esperan. No todos lo están llorando, precisamente.

Dos días antes se había apagado una de las mentes más reconocidas de la revolución y de Nicaragua, aunque no todos reconocen ambas cosas por separado. Ernesto Cardenal, poeta, sacerdote, ex-excomulgado, colmado de polémicas como de reconocimiento, murió el primero de marzo de 2020 tras haber sufrido fallos renales y cardíacos semanas antes.

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La mayor parte de sus noventa y cinco años de vida la dedicó a las actividades revolucionarias y a su peculiar interpretación de la religión nicaragüense, lo que le llevó a la disidencia del sandinismo en 1994. Decir que la dirigencia sandinista se lo tomó a mal sería minimizar la realidad y esta su misa fúnebre lo demuestra.

La misa del 3 de marzo en Catedral sigue a su velorio, realizado bajo asedio policial. En vida le acusaron de injurias y calumnias, ahora su muerte sirve de declaración política. Los pañuelos rojinegros contrastan con las banderas de Nicaragua, las ropas azul y blanco de otros que asisten. Cuando llega el féretro, grita la turba: “¡Queremos la paz!”, “¡ni pudieron ni podrán!”.

Están todos tensos, aunque unos más que otros. El nuncio Sommertag le pide a la turba que respete al difunto, a lo que contestan con un desafiante “¡Viva Daniel!”. En su propio funeral le llaman traidor cuando ya ni la palabra tiene para defenderse. Ni porque aún están vigentes los tres días de luto declarados por el gobierno que le acosó por años le respetan, ni porque las banderas no han llegado al tope de las astas; la prensa oficialista niega que Catedral esté turbada, pero henos aquí.

Quienes sí quieren honrar a Cardenal temen por el féretro. La misa se da, aún con la turba y el escándalo. “Hay tres días de duelo, decíamos, en reconocimiento al ilustre poeta y sacerdote nicaragüense” dice Rosario Murillo, quien durante la revolución se disputó espacios culturales con Cardenal, por medio de la prensa oficialista.

“Podéis ir en paz”; deudos y amigos sacan el féretro tan rápido como pueden por una puerta lateral. La principal está bloqueada por las turbas. “Claro que tenemos miedo de que profanen el ataúd”, lamenta Gioconda Belli, poeta y amiga de Cardenal. “Esta no es gente espontánea” denuncia Luz Marina Acosta, asistente personal del difunto, “ya sabemos quienes los mandaron” condena.

Afuera sigue la violencia, esta vez contra los periodistas. Al entonces reportero de Nicaragua Investiga, Hans Lawrence Ramírez, lo sigue un simpatizante rojinegro. Le insulta dando todo de sí, intenta quitarle el celular. La golpiza es salvaje, Hans trata de refugiarse en la casa cural de Catedral, pero la turba rompe los portones y sigue en su frenesí.

Por la agresión acaba hospitalizado, vomitando sangre; las secuelas le seguirán por años. Su equipo periodístico, cae en manos de las turbas.

Hans Lawrence Ramírez es auxiliado tras ser agredido.

No es el único al que atacan; también son víctimas un equipo de periodistas de medios internacionales, el periodista David Quintana de Boletín Ecológico, igual hospitalizado brevemente, y Leonor Álvarez del diario La Prensa.

La Policía jamás investigó ese asalto ni nada relacionado a la asonada en la misa fúnebre de Cardenal. “Los simpatizantes sandinistas están protegidos por la policía” lamentó Hans un año después de los eventos, “eso está comprobado. Desde 2018 ellos han agredido, han robado, han asaltado y siempre bajo el amparo de la Policía Nacional”. Por ello no buscó justicia con ellos; no la encontraría, pero sí acudió a organizaciones de derechos humanos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que emitió medidas cautelares.

Debido a dichos incidentes no hubo funeral público para Cardenal. «Esa fue la única victoria del sandinismo sobre la moral del poeta y ante las amenazas de Rosario Murillo de profanar con sus turbas Solentiname como hizo con Catedral, al final, en Mancarrón, isla del archipiélago de Solentiname, esparcieron sus cenizas el 6 de marzo, un día antes de la fecha programada y ‘a puertas cerradas’ para evitar más agravio. Al fin pudo descansar en su isla el poeta, ahí entre los suyos», dijo una fuente bajo el anonimato.

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