Diriomo es uno de los tradicionales pueblos de Nicaragua, donde la mayor parte de las familias aún se conocen y logran saludarse cuando se encuentran en las calles. Una de esas pobladoras que no pasa desapercibida es doña Juana Aguilar, muy reconocida por elaborar las tradicionales rosquillas tostadas que llegan a buscar sus clientes muy de mañana, para saborearlas con una taza de café.
De niña, esta mujer trabajadora, observó cómo su madre Angelina Aguilar se dedicaba a elaborar rosquillas tostadas, y gracias a este negocio, sostuvo a toda su familia.
Cuando esa noble mujer partió de este mundo, su hija Juana Aguilar decidió continuar con este legado que lleva todo un día entero de trabajo y que inicia con la nesquiza (cocer) del maíz para obtener uno de los productos más representativos de la cocina nicaragüense.
En las rústicas mesas de madera de su taller artesanal sus hijas y nietas le ayudan a moldear la masa, para lograr la figura circular de las rosquillas, donde revela que su principal secreto para obtener un buen sabor, está en las proporciones de queso y mantequilla que aplica a la masa.
Un trabajo con muchos sacrificios
Uno de los mayores esfuerzos en la etapa de elaboración de las rosquillas es el momento en que se llevan los sartenes al horno. Es la mujer frente a un calor de horno artesanal. Doña Juana Aguilar, pasa varias horas supervisando el tostado de este producto que deleita el paladar de los nicaragüenses.
“Tenés que permanecer en la puerta del horno, porque si se pasa del tiempo de cocimiento se queman las rosquillas, y perdés toda la inversión, esta fase de trabajo es agotadora, porque estás recibiendo por horas altas temperaturas, pero uno hace todo el esfuerzo posible por garantizar un producto de calidad, porque lo debemos a nuestros clientes”, recalca Aguilar.
En este negocio familiar, las rosquillas se venden en 120 córdobas la libra, uno de sus mayores clientes son las personas que llegan a realizar pedidos, para enviarle este producto tradicional a sus familiares radicados en Costa Rica, Europa y los Estados Unidos, como una manera de mantener ese vínculo con sus raíces.
Herencia que sigue
Juana Aguilar tiene 62 años. Se declara orgullosa al admitir que su único trabajo en esta vida, ha sido la elaboración de rosquillas. Gracias a esta actividad ancestral, logró criar a sus seis hijos. Incluso una de sus hijas se muestra dispuesta a seguir esta tradición familiar.
El negocio de la venta de rosquillas en los últimos años no genera muchas ganancias. Ha dejado de ser rentable por los altos precios de la materia prima principalmente el queso. Actualmente ronda los 100 córdobas y el quintal de maíz, alcanza los mil 200 córdobas.
“No ganamos grandes cantidades de dinero, pero lo más importante es que vendemos rápido y nos queda algo para mantener nuestro hogar”, resalta esta luchadora mujer.
Los años vienen debilitando la fuerza física de doña Juana Aguilar. Ya no cuenta con las energías de su juventud y ella lo sabe. Ante esta realidad se vio obligada a elaborar solo una vez a la semana sus tradicionales rosquillas y su clientela siempre la espera. Las rosquillas con dulce de rapadura son uno de los encargos que realizan sus clientes en este taller artesanal que se ubica de la Casa de las Cajetas, una cuadra al oeste y cuatro cuadras al sur.
Uno de los valores agregados que usted encuentra en este negocio, es ver en el corredores de la casa como un grupo de nietas de doña Juana Aguilar, moldean la masa para hacer las rosquillas, que luego son llevadas en sartenes al horno para ser cocinadas.
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