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Daniel Ortega en la memoria de los abuelos: “son incontables sus muertos y daños”

Los que vivieron la época de la dictadura de los Somoza, ven una diferencia con Daniel Ortega: este dictador es peor.

Imagen referencial. Archivos/NI

Cuando don Jacinto escuchó hablar de los sandinistas, allá por 1971, era un mozalbete que se ganaba la vida cortando café y sembrando granos entre Masaya y Carazo.

Nicaragua era un monte enorme con ríos caudalosos por todos lados y los animales de caza abundaban en las serranías y montañas.

Por ello, y por la influencia de las películas vaqueras que mostraban a diestros tiradores de escopetas matar bisontes a larga distancia en las praderas del Salvaje Oeste, don Jacinto se volvió un preciso tirador con rifle.

“Podía darle a una paloma a 100 metros, y a un venado a 200, que era donde podía pegar con efectividad mi rifle, un Smith and Wesson con una mira adaptada”, recuerda este señor de 74 años, oriundo de Granada y hoy “arrimado” en la casa de unos nietos en Masaya, lugar donde arribó tras el cierre y confiscación sandinista de un asilo de ancianos que regentaban unas monjas Misioneras de la Caridad.

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Un día le hablaron del FSLN

Esa habilidad de disparar, y su experiencia en las sierras y montañas de Carazo y Managua, lo llevaron un mal día a entrar en contacto con las guerrillas sandinistas.

“Un jodido arriero de Villa El Carmen, al que le decíamos Copete, porque le gustaba echarse brillantina en el pelo y se hacía un peinado a lo Daniel Santos (…) me presentó a un muchacho montuno, callado y todo desconfiado, que andaba buscando un finca donde quedarse unos meses”, recuerda desde un tronco de guácimo que le sirve de asiento en el fondo de un patio arborizado, cerca de una pista principal de Masaya, donde los bocinazos y ruidos de motores apaga el canto de los pájaros arriba del mango de rosa.

“Lo llevamos a Dolores, donde yo les trabajaba entonces a unos parientes de los Prego de Granada, en una finca de café, y ahí le enseñamos algunas cosas, pero al jodido le llamaba más la atención mis historias de tirador, quería conocer si yo sabía disparar, qué tipo de rifle, qué munición y quienes más tiraban ahí”, relata.

“Ahí me habló entonces del Frente Sandinista. Yo sólo había oído una noticia de ellos en radio Mundial, pero él me habló de eso y me dijo que necesitaban gente como yo para botar a Tacho (Anastasio Somoza Debayle)”.

“Yo me quedé preocupado, porque yo sabía que eso era peligroso, y le dije que no, pero siguió insistiendo y al final terminé enseñándole a tirar rifle. Él caminaba una pistola bien cuidada de tambor, Colt, calibre 32, que me dejó usarla, son poderosas a corta distancia, pero ruidosas”, ríe y hace gestos como si disparara con la mano derecha y el dedo pulgar fuese la mira.

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Novedades y los muertos en portada

Dice que una mañana aquel misterioso muchacho desapareció y se le llevó el rifle y un dinero que guardaba en una lata.

Años después, en 1977, lo reconoció en la portada de Novedades, el diario oficialista de la familia Somoza: acribillado, sin camisa, junto a otros guerrilleros asesinados en un asalto de la Guardia Nacional a una casa de seguridad urbana donde se alojaban.

“Ya para entonces se hablaba por todos lados de la guerra y del Frente Sandinista. Yo ya me había juntado con mi señora y nos venimos de Diriamba a Managua, en Campo Bruce, ahí nos agarró la guerra y toda la matadera y las bombas”, recuerda Jacinto, quien se explaya sobre aquellos días sangrientos de 1979, cuando las guerrillas arrebataron a fuego el poder a la familia Somoza, la dinastía que entonces había gobernado Nicaragua por más de 40 años.

“Ya después del 19, empezaron a sonar los nombres de los sandinistas. El más popular era Edén Pastora y aquel jodido enano, que se las tiraba de matón, de catrín…”, la memoria no le ayuda y se queda tratando de recordar.
“Era el que le hacía falta un huevo”, dice riendo, buscando con la vista al cielo el nombre hasta que lo encuentra en algún recoveco de la memoria: “¡Tomás Borge!”.

“Daniel Ortega no es humano, es un demonio”

Entonces a Daniel Ortega no lo conocían hasta que lo empezó a ver en la televisión y oír su nombre en la radio y en las calles porque iba a ser presidente de Nicaragua.

“Ahí salió de presidente, nosotros ni fuimos a votar porque nunca nos dio gana, pero ahí salió Ortega y luego daba unos discursos largos en La Voz de Nicaragua y yo apagaba la radio porque qué jodido más aburrido era”, recuerda Jacinto.

Luego, con el desastre económico, la guerra civil, las muertes, sus discursos agresivos y aburridos, Jacinto y su familia terminaron aborreciendo a Ortega.

“Para el 89 yo decía en la casa: no quiero saber nada de ese sinvergüenza tal por cual (dice una grosería de larga estructura y luego se disculpa)… es que nos tenían comiendo mierda y ya no se aguantaba aquello”, dice.

Por eso, en febrero de 1990, cuando se dieron las elecciones con doña Violeta Barrios como candidata, Jacinto llevó a toda su familia a votar: “Ya no queríamos saber nada de los sandinistas y menos de ese ‘tal por cual’”.

A Jacinto le tocó vivir los sucesos del 2018 en Masaya, ya viudo, sin trabajo y enfermo.

“Lo que hicieron aquí esos jodidos no tiene nombre. Solo a la Guardia de Somoza había visto yo así de perros”, dice a tono bajo, mal encarado.

“Yo ya sabía desde los 80 que Ortega y todos los sandinistas eran malos, rufianes, pero lo que vivimos en Masaya nos terminó de convencer que Daniel Ortega no es humano, es un demonio, y peor con la (palabrota) esa de la Chayo (Rosario Murillo)”, dice.

El dictador sandinista en la memoria

Esta entrevista, una de cinco que se hicieron en Managua, Masaya y Carazo, se realizó entre octubre y noviembre de 2022, como parte de una investigación más amplia sobre la imagen del dictador sandinista en la memoria de los adultos mayores de las zonas urbanas del país, que habían sido afectados con el cierre de un asilo.

Los otros cuatro adultos mayores entrevistados fueron Matías, de 78 años, oriundo de Carazo; Jonás, de 77 años, residente de Masaya; Aníbal, de 81 años, residente de Managua y Carmelo, de 79, costarricense radicado en Nicaragua desde 1973.

Cada uno de ellos, de diferentes maneras, conoció al FSLN en los años 70 y a Ortega en los años 80, ya avanzada la primera dictadura sandinista.

En efecto, como Jacinto, los referentes más conocidos del FSLN entonces eran Pastora, Borges, Dora María Téllez, y uno que otro más, pero Ortega solo llegó a oídos de ellos hasta después de subir al poder la estructura militar en julio de 1979.

A excepción de Carmelo, un profesor que simpatizó con el FSLN hasta 1990 y votó por Ortega ese año, los demás entrevistados terminaron aborreciendo al caudillo sandinista desde los años 80 y hasta la fecha lo registran en sus memorias de forma negativa.

Ortega y las plagas de Egipto

Matías, quien perdió un hijo en las guerrillas en 1978, responsabiliza a Ortega y al FSLN de la muerte de miles de muchachos como el suyo.

“Ese desgraciado va arder toda la eternidad en el caldero más grande del averno. Como dice Rubén Darío en Los Motivos del Lobo, son incontables sus muertos y daños”, dice.

Jonás, excontador y de origen conservador, convertido al cristianismo desde finales de los 90, dice pedir a Dios cada día por la libertad de Nicaragua y el fin de la era Ortega-Murillo.

A su juicio, lo que ocurre con Ortega y los sandinistas en Nicaragua, es similar a lo que ocurrió con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. “Yo no soy profeta, pero he leído la Biblia y puedo ver en las sagradas escrituras que el FSLN ha sido como las plagas de Egipto para Nicaragua”.

“Este hombre actúa como el emperador, maltratando a su pueblo, pero Dios nos pone a pruebas como puso a prueba por 40 años al pueblo liberado por Moisés y al final veremos la tierra prometida, bueno, yo ya no creo, pero ustedes los jóvenes si van a verlo”, dice contrito y solemne.

Para él, la historia de Ortega y Murillo será inolvidable por muchas razones, todas malas: “y serán apedreados los ingratos que vuelvan a mencionar su nombre”, vaticina.

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Ortega como Somoza

En la memoria de Aníbal, obrero de la construcción por muchos años, ex sindicalista en los 70, hermano de “un héroe de la revolución” y tío de dos jóvenes muertos en el Servicio Militar en los años 80, Ortega se confunde con Somoza.

Habla de los dos con el mismo desprecio, confunde los crímenes de Somoza con los de Ortega y a ambos los cataloga como “matones”.

Por ejemplo: dice que Somoza mandó a matar a miles de muchachos en el servicio militar y que Ortega fusilaba chavalos en la Cuesta El Plomo, que Somoza confiscaba la comida a los campesinos y las casas de los empresarios; que Ortega asesinaba presos en las cárceles y torturó al doctor Pedro Joaquín Chamorro y luego lo mató para destruir a La Prensa.

Una hija del señor, apenada por las confusiones, le aclara con firmeza que Ortega y Somoza son distintos, y Aníbal, molesto, le reclama que puede ser que a él se le confundan las cosas por los años, pero que tanto uno como el otro le han hecho mucho daño a Nicaragua, “pero ahorita solo Ortega sigue vivo y jodiendo”.

¿Murillo empeoró a Ortega?

Finalmente está el testimonio y la memoria de Carmelo, el tico: un ex docente de izquierda que creía en las utopías de las revoluciones y la lucha armada para derrocar dictadores.

Aún votó por Ortega en 1990 y veía con nostalgia los años de la dictadura, o la revolución sandinista como suele llamarle. Sin embargo, parco y receloso, dice que se le cayó el velo cuando Ortega, o Daniel a como lo llama, se apropió del FSLN.

Y empeoró cuando se le acusó de violar a su hijastra Zoilamérica y Rosario Murillo apareció en el partido y desde entonces, hasta hoy, a Carmelo nadie le quita la certeza de que Ortega mandó a matar a Enrique Bermúdez Varela (comandante 380), Herty Lewites y Carlos Guadamuz.

“Mi tesis es que si Daniel era un mal hombre desde que se metió a guerrillero, se terminó de empeorar al darle poder a la mujer. A veces creo que es ella, principalmente, la causante de toda la desgracia que vivimos”, dice.

Autor
Nicaragua Investiga
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