Cuatro guachipilines (troncos de árboles) y decenas de varas de bambú sujetadas con burillo de plátano y bejuco, forman las faldas de una choza erguida hacia el sol y cobijada con zacate jaragua en la que habita Ramón Potosme, un indígena chorotega y periodista de profesión, quien dejó la capital nicaragüense con el propósito de revivir sus costumbres ancestrales en el corazón de un vivero.
Potosme, hijo de una niquinomeña y un masatepino, dijo que nunca se adaptó a la cotidianidad de la ciudad a pesar de vivir, estudiar y trabajar en Managua por más de 10 años. Incluso reveló que en más de una ocasión llegó a sentirse «oprimido».
Potosme es un hombre orgulloso de sus raíces indígenas. Managua representaba para él un espacio cerrado y sedentario, por lo cual hace aproximadamente 8 años decidió renunciar a su trabajo para regresar a su tierra natal de El Rosario, en Carazo, donde actualmente se dedica al cultivo de plantas medicinales y ancestrales en un vivero al que llamó «Nambume», que significa «Corazón» en lengua mangue, la lengua original de los indígenas chorotegas.
«Siempre he tenido mucha pasión por la comunicación. Cada vez que me entrevistan me dicen ‘dejaste la comunicación, dejaste el periodismo’. Yo ahora ejerzo comunicación de cómo se hacen los cultivos, de cómo se hace la medicina ancestral, de cómo se hace la arquitectura ancestral», dijo enorgullecido el primero de los indígenas en construir una choza chorotega en su tierra natal y en pleno siglo XXI.
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El papá de Potosme fue un hombre que toda su vida se dedicó a la curandería a través de la medicina ancestral, conocimiento que adquirió «gracias a esa línea ininterrumpida de por lo menos seis generaciones» y que ha continuado hasta su hermana mayor, quien aún practica dicha «profesión» tras fallecer su padre.
Por su parte, Potosme logró concluir la licenciatura en Comunicación Social con mención en prensa escrita en la Universidad Centroamericana (UCA) en el año 2007, y posterior empezó su recorrido laboral en el extinto periódico El Nuevo Diario, el diario Hoy y finalmente La Prensa. Pero nada de esto logró satisfacerlo, por lo cual decidió renunciar y regresar a su territorio indígena para revivir sus creencias y culturas chorotegas.
«Decidí reinvindicar nuestra descendencia Chorotega y eso implicaba hacer un trabajo adicional que es el de comunicar, también había que vivirlo», dijo Potosme al referirse a esa pieza fundamental que encuadra su vida y que se ve reflejada en el vivero Nambume en un rincón de Cañas Blancas, El Rosario.
Nambume es un rescate de platas medicinales y ancestrales como el romero, menta, zacate de limón, ruda, hierbabuena; así como el totolquelite, ciguapate, naguapate y el chahuistletzopelic. Además, ofrece la representación más gráfica de la identidad indígena chorotega que es la milpa, donde se cultiva el maíz pujagua de ciclos cortos, un tipo de semilla tradicional criolla, para cosechar elotes entre 50 y 70 días para asegurar su alimentación aún en tiempos difíciles como la sequía.
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Desde las seis de la mañana las ocupaciones en Nambume inicia junto a cuatro jornaleros y dos encargadas del hogar. Potosme elige trabajar entre la plantación en el vivero y la milpa, mientras Rotsen López, su esposa y con quien procreó un hijo, Mauro Potosme, de 7 años de edad, ayuda en la venta y las publicaciones en redes sociales para dar a conocer el “Corazón” chorotega.
«Ramón se encarga de todo el tema agrícola de sembrar, de aporcar, y de estar con el tema del maíz y de reproducir plantas en el vivero. Yo estoy en el vivero, sé lo que pasa, pero me encargo del área de las ventas, de la página, las redes sociales, eventos, y me encargo de Mauro», explicó López, una mujer originaria de Managua, quien junto a Potosme echan a andar el negocio de la familia.
Aunque sus costumbres son totalmente diferentes a las de un indígena chorotega, viviendo cuatro años en el corazón de un vivero López logró identificarse como tal, abriendo paso a una nueva etapa en su vida tras renunciar a su trabajo —igual que Potosme— como periodista de profesión.
«Tengo una vida menos sedentaria que antes. Antes trabajaba y era muy monótono ir a reportear, estar en una oficina, redactar, mandar la nota. En cambio, ahora tengo mucha más actividad física, y más conciencia en la alimentación», manifestó muy sonriente.
«Comemos mucho de lo que cosechamos, y a mí me encanta cocinar; siempre tenemos cebollines, tenemos lechuga, espinaca, todo lo que sembramos lo probamos y lo comemos. Aquí no consumimos gaseosa, siempre vas a encontrar un pinolillo o una limonada con menta, o sino un té caliente», agregó.
Nunca imaginó que a sus 35 años de edad estaría uniendo sus creencias y monótona forma de vivir en la ciudad junto a las de un indígena chorotega acostumbrado al trabajo en el campo, la vida en movimiento constante, y en un autosustentable vivero de vida ancestral. Pero no todo resulta perfecto, puesto que López es atormentada por dos espinitas que no logra quitar de su camino: la falta de agua potable y la infructuosa conexión a internet.
Por tal razón, Potosme instaló tres piletas artesanales llenas de peces rojos, dos de ellas excavadas en forma rectangular y forradas con plástico negro, las cuales sirven para el riego de las plantas. «Aquí el agua falla bastante, a como puede venir día de por medio, a veces hasta puede falta una semana; solventamos con tanques de agua pero no es como la tranquilidad como cuando uno va a Managua».
La gran Nenguitamali, la abuela de la abundancia
Tanto López como Potosme han hecho que sus creencias religiosas continúen celebrando cada una de las tradiciones representativas del nicaragüense. Actualmente, la religión de las comunidades chorotegas están inclinadas al cristianismo católico, en el que la figura materna de la Virgen María representa a la “gran abuela Nenguitamali”, la creadora de todo y la diosa de la abundancia. Según Potosme, “es un sincretismo religioso” entre las creencias ancestrales y el catolicismo.
Por lo cual, desde horas muy tempranas del 7 de diciembre de 2021, la familia Potosme López se unió en la elaboración de un altar a la Virgen. La imagen de la Concepción de María fue puesta en un guachipilín de cuatro metros de altura en forma de cruz, mismo que sostenía dos grandes flor de corozo -representativas de las festividades católicas de semana santa- rodeada de nueve plumas largas y en color gris, y bajo sus pies cinco ayotes como una ofrenda floral.
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Además, fue adornado con flores de pascua y madroño, así como la exposición de varias flores de la milpa, y elotes de maíz criollo en forma de una voluta. Pero la riqueza del homenaje no se encontraba en la expresión religiosa, sino en la identidad espiritual, ya que fue inspirado en la abundancia y la cosecha, como lo es la gran madre Nenguitamali, la madre protectora.
«El altar se hace como una ofrenda, ahí se pone todo lo que se cosecha, si sembramos maíz, el altar se hace con maíz, si sembramos ayote, se hace con ayote, si sembramos chilote, se hace con chilote, si sembramos frijoles, lo hacemos con frijoles; todo eso se pone como una ofrenda a la dadora de todo, la gran madre», detalló Potosme.
Para este matrimonio, el territorio y sus culturas lo es todo, a como dijo López, «vivimos con la tierra, de la tierra y para la tierra» porque esta es la mayor expresión de vida para su familia. Sin embargo, un silencio chorotega viste los corredores verdes de este corazón indígena, nos referimos a la lengua mangue.
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Muchos de los nombres originales chorotegas aún están vivos en este lugar, a pesar que la lengua mangue se encuentra casi extinta en el país luego de perder a sus últimos hablantes entre finales de 1800 e inicio de 1900, lo que ha significado que muchos indígenas la olviden. Por ello, Potosme cree que identificarse como chorotega representa «un acto de resistencia» y «un acto de sentirnos bien con nosotros mismos». «Cuando uno reinvindica una herencia cultural tan antigua y que puede vivirse el día de hoy, siempre es un acto de resistencia», señaló.
Antes de la llegada de los conquistadores españoles, los chorotega se enfrentaron a un pueblo invasor del norte, los nahua, también llamados nicaraos, niquiranos o nicaraguas. Cuando los nahua entraron en lo que es hoy territorio nicaragüense, a eso de los siglos XII y XV, los chorotegas ocupaban ya buena parte del Pacífico.
Los nahua desplazaron violentamente a los Chorotega. Se valieron del engaño, aprovechándose de la hospitalidad de los locales, para asesinar a sus hombres más fuertes, sus cargadores llamados ‘tamemes’, y así avanzaron hasta lo que hoy es Rivas, según construye el relato Pablo Antonio Cuadra en su obra El nicaragüense.
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Cuadra contrastaba a ambos pueblos en la misma obra: «La más vieja cultura nicaragüense —los Chorotegas— se gobernaba democráticamente por un Consejo de ancianos. Los más recientes —es decir los Nahuas o Nicaraguas— se gobernaban por la autoridad de un cacique: estaba más reciente en ellos la forma de gobierno propia de un pueblo en peregrinación y en exilio».
Cuadra, informado por los cronistas, escribió que los chorotegas eran «gente valerosa, grandes artífices, gustaban de la vida familiar, amorosos con sus mujeres, tanto que (el cronista) Oviedo escribe que eran ‘muy mandados e subjetos a la voluntad e querer de sus mujeres'», mientras que los nahua eran «muy crudos e natura, e sin misericordia e de ninguna piedad» según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo.
Durante la conquista, los nahua se mezclaron con las castas dominantes del imperio español, a quienes aceptaron como señores, y su cultura fue absorbida por la estructura imperial, mientras que los chorotegas quedaron relegados a comunidades segregadas, donde persistieron.
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«Los Nahuas, que apenas enraizaban y apenas comenzaban su proceso sedentario y que mantenían vivos todos los factores de su cultura-puente, expansiva y militar, fueron más fácilmente arrollados por los Españoles» escribe Cuadra.
Actualmente, Carazo es al igual que Masaya y Granada, la “Gran Manqueli o la Madre de Manquesa”, considerada así por la unidad territorial de indígenas chorotegas asentados en el país antes de la colonia, y que se mantuvo así durante mucho tiempo, y la cual ha sido centro de resistencia desde el inicio del estallido social y político de 2018.
Según Potosme, el último censo territorial contabilizó un aproximado de 18 mil indígenas chorotegas en estos tres departamento. Sin embargo, su asentamiento en El Rosario fue uno de los pocos que recibió allanamiento policial. Fue en 2019, su postura política frente al autoritarismo del régimen sandinista le costó la tranquilidad y el orden de su espacio territorial que hoy en día es asediado constantemente».
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