«Todo es temporal», se decía a sí misma Ashley Alexandra Cortez al llegar a su helado apartamento, con hambre, dolores en la espalda y poco dinero en los bolsillos.
Sus dos, tres, trabajos eran obligatorios. Sobrevivir en Suecia, tan lejos de su madre y hermanas en Nicaragua, requería de mucha fortaleza física y mental.
Llegó en diciembre de 2016 con su decisión inalterable de «mejores oportunidades» a sus entonces 23 años. Atrás habían quedado los «¿por qué te vas si tenés trabajo? Te acaban de promover en el Call Center ¡Llevas segundo año de Mercadotecnia!».
«Dije «no importa, yo me voy». Yo sigo mi intuición», nos comentó.
La idea de viajar llegó de un tío que vive en Estocolmo, capital de Suecia, la cual se incubó en la ambiciosa mente de Ashley que sentía su vida pasar sin vislumbrar plenitud a largo plazo.
«En Suecia hay más oportunidades. Uno puede estudiar, la educación está incluida en los impuestos, entonces uno no tiene que pagar», le dijo el tío. «Eso me llamó la atención. En Nicaragua no miraba un futuro», recordó la joven.
Los únicos requisitos para abrirse paso ante el mundo eran «hablar inglés y que te gusten los niños». La joven aplicó al programa de intercambio Au Pair, que consiste en que una persona que vive en el extranjero acepta el trabajo de cuidar a niños de una familia anfitriona a cambio de alojamiento y dinero.
«Me aventé», dijo entre risas. Y fue aceptada. Los anfitriones le pagaron el pasaje para viajar a Suecia.
Así empezó su «camino divertido, de aprendizaje, tristeza, alegría, de todo un poco», como lo describe ella.
Aquella «decisión drástica» la tenía al poco tiempo diciéndose a sí misma «esto es temporal. Vas a ver que vas a encontrar otro trabajo mejor».
No es que la familia anfitriona no le diera la bienvenida, todo lo contrario. Pero, a Ashley «con costo le daba para beberse algo» y «siempre ha sido ambiciosa y tenía el deseo de ayudar a su familia con enviarle dinero».
De ciudad en ciudad
«Me mudé a Estocolmo con otra familia. Ahí dije ¡yo tengo que quedarme aquí en Suecia! La educación va incluida, hay más oportunidades y eso es lo que quiere uno, salir adelante».
«Es un país comprometido con la integración, con los migrantes, pero trabajar y estudiar al mismo tiempo es difícil. Y saber el idioma es una llave para un mejor trabajo».
Sin embargo, una estudiante con notas destacadas en la Universidad Politécnica de Nicaragua (UPOLI) como era en Nicaragua, no podía permitirse entregar «tareas mediocres» en las clases de sueco, las que ofrecen a migrantes sin cobrarles, por lo que ella entraba y salía del curso continuamente.
Modelo nicaragüense con prótesis de pierna inspira a la juventud
Se enamoró, y el amor la atrajo hacia Gotemburgo, un lugar de tránsito de la mayor parte de las exportaciones e importaciones del país escandinavo. De aquel sentimiento solo quedan recuerdos, pero la ciudad la ha conquistado hasta la fecha.
«Ashley, enfocate en el idioma, mi amor. Yo te voy a ayudar. Te estás desgastando», le decía él.
«NO», fueron las palabras que él siempre recibió por respuesta porque «los nicaragüenses somos como orgullosos».
Con su simpatía e inflexibilidad Ashley le repetía «yo trabajo y voy al idioma cuando yo pueda».
Es que ella «no quería sentirme mal si después un hombre le saca las cosas en la cara». Quería valerse por sí misma.
«Como dice mi abuela: Aunque uno tenga hambre, uno mueve la boca para que crean que estás comiendo», comentó entre risas.
De 8 de la mañana a 12 meridiano cuidaba niños y limpiaba casa. Se tomaba un respiro. Luego, a las 2 de la tarde, junto a un amigo colombiano se dirigía a otras viviendas para asearlas. Y en la noche llegaba a un local con una amiga boliviana para limpiarlo. Terminaba su jornada a las 10 de la noche.
«Se me pasaba el estómago. Me preguntaban que cómo hacía para aguantar. Mi ex se enojaba conmigo», relata con la sospecha de que la faena iba esfumando el amor.
Pero, «siempre me decía a mí misma: esto es temporal».
Un día de tantos, mientras sacaba basura y limpiaba el escritorio de una oficina, su pensamiento la dibujó detrás del mueble. Era ella viendo cómo alguien más limpiaba su mesa. «Y seré yo quien estará agradecida de que alguien limpió mi escritorio», dijo en silencio.
«Me pasaba una sed de fantasía, de imaginación», rememora.
Pero, a los minutos tocaba tierra: No tenía permiso laboral, le «pagaban muy poco, sin contrato, no pagaban el salario a tiempo y tenía que pagar renta, comida».
«Donde come uno, ¡come solo uno!»
Recuerda las palabras de su madre, quien desde Nicaragua, le repetía: «Bueno, si no estás bien, entonces regresate, porque aquí aunque sea frijoles vamos a comer. Donde come uno, comen diez».
Soberana frase que Ashley repele, «le quita la paciencia, la pudre» porque «por eso no salimos adelante». «¡No! ¡Donde come uno, come uno y ya!», contesta con firmeza.
Se las «ingenió» para encontrar un permiso de trabajo, dice con satisfacción, pero «ese es otro rollo».
Una vez con el permiso seguía haciendo limpieza en la mañana, pero en las tardes ya atendía en un bar a partir de las 4 hasta las 2 de la madrugada, según la cantidad de clientes. Ashley lograba dormir al mediodía y ya laboraba «en mejores condiciones».
«Pero, abuelo, solo le voy a quebrar las piernas»
Esta es la historia de un anciano a quien llamaremos «abuelo». Pasaba los días en un asilo junto a otros mayores de 70 años. La joven risueña, de tez blanca, mejillas rosadas, Ashley, se ganaba el corazón de varios a quienes «limpiaba», pero el «abuelo» era de los que «tienen más dificultad en aceptar a los migrantes».
Un día escuchó que Ashley le haría algo terrible. «¿Qué estás diciendo (…) mona?», le gritó frente a todos. Era la primera semana de trabajo de la acompañante.
En el lugar se escuchaba un alboroto, pero ahí todos están ocupados. Ashley y el abuelo debían llegar a un acuerdo antes que ella rompiera a llorar, lo que sucedió momentos después.
Ashley buscó el auxilio de otra acompañante que la atendió con visible molestia. Ashley le explicó que ella le estaba diciendo al casi octogenario «por favor, solo te krossa las piernas» para luego colocarlo en su silla de ruedas, pero que él no dejaba de gritarle «… mona» y decirle que se fuera.
«¡Korsa, Ashley, Korsa!», la corrigió su compañera de labores.
Pero, es que korsa (cruzar) podría ser homófona de krossa (aplastar/quebrar) en sueco. ¡El «abuelo» estaba seguro que Ashley le «aplastaría» las piernas!
«Regresate a tu país»
Para Ashley Alexandra Cortez ya no era raro que alguien le repitiera «no entiendo lo que decís», a pesar que sí la entendían.
«Me han dicho «vos no mereces este trabajo porque sos inmigrante y ni siquiera hablas bien el idioma». Me han dicho «vos no sabés nada, regresate a tu país».
«Digo ¿qué importa? Ellos no se van a mudar, ellos no saben lo que es mudarse a otro país no porque vos querés, sino porque querés otra oportunidad. Lo tienen todo que no se dan cuenta».
Entonces, «me dije: nunca más me van hacer llorar y ya me preparé». La inconsistencia en asistir a las clases del idioma sueco fue pasado.
Hace dos años vio la oferta de trabajo como azafata de tren. «Yo me voy a aventar ¿Qué es lo peor que puede pasar? Que me digan que no», se reiteró.
La entrevista duró 48 minutos. Fue la entrevista más larga de toda su vida, afirma.
Pese a que aún no hablaba con soltura el sueco, su sorpresa llegó cuando le dieron el puesto.
«¡Ah! En Nicaragua no hay trenes, trabajar aquí se debe sentir como la NASA», le comentaban en las calles. «Pues, yo miraba trenes en las películas», les contestaba irónicamente.
«Cuando te toca ese tipo de gente, uno se siente mal y uno trata de construir una coraza. Me digo «ellos no saben mi vida, ellos no saben lo que a mí me ha costado estar aquí», yo no voy a permitir que el comentario de ellos me afecte».
Pero, la vulnerabilidad regresa. Semanas atrás lloraba al recibir un «vos no sabés nada. Deberías de regresarte a tu país. Vos no merecés este trabajo» de la boca de un señor que le pidió el horario de todos los trenes, información que solo el sistema podía responderle con exactitud.
¡2018 fue horrible!
«¡Horrible! Yo pasé en shock una semana», recuerda Ashley Cortez cuando se le pregunta sobre las protestas sociales en Nicaragua.
Absorbida en gritos, llantos, sonido de morteros; del desfile de encapuchados complacidos tras accionar sus armas de guerra, mientras las ciudades se perdían entre fuego, humo y sangre.
Lo hacía todos los días frente al televisor. Se sentía impotente. Recuerda el dolor de Alvarito Conrado. «¡Dios mío, qué es esto!», decía incrédula.
La exestudiante de la UPOLI, bastión de las protestas antigubernamentales en 2018, decidió buscar nicaragüenses en Gutemburgo para «ir hacer la bulla» por su pueblo herido.
«¿Hay un nicaragüense aquí que quiera unirse a una manifestación? ¡Por favor!», preguntó en la página de Facebook «Latinos en Gutemburgo» y aparecieron tres nicas.
Al poco tiempo, «los tres pelados», como describe, estaban haciendo transmisiones en vivo diciendo que «estábamos lejos, pero nuestro corazón está en Nicaragua».
Así alguien que vio el video la contactó, era la red «SOS Nicaragua Europa». Con más aliados en el continente realizaron «manifestaciones simultáneas». «Eso daba fuerzas».
Con sus propios recursos, Ashley Cortez tomaba el transporte rumbo a Estocolmo, «carísimo por cierto». Pero, ella quería hacer una red. Y lo fue logrando. Su grupo se acercó a organizaciones no gubernamentales, representantes del gobierno sueco, cancillerías, personalidades que apoyaron la causa sandinista en los 80.
«Ha sido una oportunidad para conocer mucha gente y poner un granito de arena», sostiene.
Abril ha decaído
Cinco años después, «la gente está desanimada».
«Los opositores quieren protagonismo. Se están matando entre ellos mismos. ¿Por qué pensar en protagonismo si todos solo queríamos libertad? Me parecía una payasada y vergüenza», dice decepcionada.
«Pero, a pesar de no estar activa siempre, estoy tratando que el mensaje no se pierda, que sea un tema en Suecia», comenta.
En octubre, el cineasta Daniel Rodríguez Moya, director de «Nicaragua: patria libre para vivir» presentará el documental en cines de Gutemburgo, al tiempo que en las universidades continúan realizando seminarios sobre la situación del país centroamericano.
¿Regresar a Nicaragua?
«Si seguís con eso (tu activismo) algo nos puede pasar», le advertía su mamá. «Tenía razón mi mama. Yo me he perdido cumpleaños, promociones, ver crecer a mis hermanas», señala.
Siente que para vivir en Nicaragua «tenés que pretender que todo está normal».
Y, mientras comenta que el próximo año quiere estudiar Relaciones Internacionales en Suecia, nuevamente vuelve a ella su sueño de regresar a Nicaragua para invertir en un programa de educación que «llegue a cambiar el país».
Ashley no quiere «que ninguna persona nos engañe como lo hizo Ortega».
«A mí me da nostalgia, yo amo a mi país, yo sueño con verlo progresar ¡Nicaragua tiene tantos recursos! Y la educación es la llave para que un país se pueda desarrollar y yo no tuve eso».
Al despertar, la joven, mujer, migrante, activista menciona que teme por la seguridad de su familia, cuya libertad y progreso depende de emigrar.
— ¿Yo regresar a Nicaragua?— se pregunta— Por ahora, para vivir no creo.
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