En Nicaragua el uso de las descalificaciones como arma política ha sido una constante. Desde hace varios años los insultos y confrontaciones han abundado en los discursos de los distintos agentes políticos de la historia nacional. Ahora, con el auge de las redes sociales, los «dime que te diré» parecen más fáciles de propagarse.
El país enfrenta una crisis que ha ocasionado una fuerte polarización política dentro de la sociedad, dejando un escenario de fragmentación no solo entre simpatizantes del oficialismo y la oposición, sino también dentro de la oposición misma.
Desconfianza mutua: Así se tejió la división de la oposición
Con la salida de la Alianza Cívica de la Coalición Nacional en octubre de 2020, la oposición quedó oficialmente dividida en dos grandes bloques, entre los cuales con el paso de los meses las tensiones solo han sabido incrementarse. En ese entonces, la Alianza argumentó que a lo interno de la Coalición prevalecía “el muro de la política tradicional” y que “la política de la descalificación” ralentizaba los procesos.
Pero a pesar de que, a raíz de abril de 2018, ambas agrupaciones de oposición han insistido en sus deseos de dejar de lado esta “política tradicional”, el uso de la descalificación como estrategia política continúa presente y ha alcanzado incluso a los grupos juveniles.
Recientemente, un grupo de jóvenes de la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ) —integrada dentro de la Coalición Nacional— se presentó ante las instalaciones del partido Ciudadanos por la Libertad (CxL) con la intención de manifestarse en demanda de la concertación de una alianza electoral. Esta no pudo efectuarse ya que fueron desplegados por agentes de la Policía Nacional.
Tras el hecho, las redes explotaron. Jóvenes de la Coalición Nacional rechazaron que no se hayan abierto las puertas de la sede de CxL a los jóvenes exponiendo su seguridad, asimismo emitieron fuertes mensajes contra su representante legal y responsabilizaron al partido de haber llamado ellos mismos a los agentes, acusándolos prácticamente de colaboracionistas del gobierno. Mientras tanto, líderes de los distintos movimientos estudiantiles de la Alianza Cívica y de Juventud CxL se pronunciaban en rechazo de los insultos realizados a la presidenta del partido y se negaron a solidarizarse con el grupo de jóvenes que fue desalojado, en cambio les reconocieron como “turbas” y “títeres” del MRS (ahora UNAMOS).
https://twitter.com/CarlosIIParedes/status/1392585573714497541
¿Manipulaciones?
Desde ambos bloques, las acciones de los jóvenes siempre han sido atribuidas a presuntas manipulaciones. Por un lado, unos sostienen que los colectivos estudiantiles de la Alianza Cívica son utilizados por la empresa privada; y otros, que los jóvenes de la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), la cual pertenece a la Coalición, son manipulados por dirigentes de UNAMOS.
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Carlos Berrios, activista juvenil y defensor de derechos humanos, duda que los jóvenes estén siendo manipulados, sino que considera que “hay una utilización de doble vía”. «Tener a jóvenes en mi acera implica que me da una legitimidad de estar a favor de sus agendas y que de verdad se quiere cambiar a Nicaragua, acuerpándome detrás de la conferencia de prensa con jóvenes que son de alguna manera referencia de la lucha de abril” pero que también existe una necesidad de estos jóvenes “de auto legitimarse, lo que implica estar participando en estos espacios grandes de oposición, que están siendo dominados por la clase política tradicional».
Pero en esta dinámica de mutuos intereses, «estos grupos juveniles asumen las narrativas y agendas del bando en el que están, y no es que sea malo, porque al final sos estudiante y te apuntas a un colectivo más grande para mover tus temas estudiantiles; pero eso es también peligroso, por una línea delgada de cómo me apunto como colectivo para intentar impulsar cambios desde la acera que me identifica, a cómo yo sumo también pleitos de la vieja clase política» advierte.
La joven politóloga “Reyes”, quien ante las crecientes tensiones prefiere opinar sobre el tema bajo anonimato, considera que estas descalificaciones son las que favorecen a que la ciudadanía perciba que los jóvenes son utilizados y que no cuentan con “madurez política” para que participen. Sin embargo, cree que estos problemas se deben a factores más complejos.
Cultura de descalificación
Emilio Álvarez Montalván describe en su libro “Cultura política nicaragüense” la incidencia que tiene la violencia en la cultura política nacional, pues en el fondo asegura que «no nos agrada entrar en competencia cívica con el adversario, sino que tenemos la compulsión de apartarlo o descalificarlo».
La experta en ciencias políticas, quien se encuentra en desacuerdo con las recientes acciones pues considera que «utilizan demasiadas falacias; (y al) descalificarse el uno al otro, en lugar de descalificar el argumento, desde ahí ya perdieron», coincide en que estas se relacionan con la cultura política tradicional, la cual se enseña desde los hogares «a tener comportamientos autoritarios, a no dialogar, desde ahí se vienen esas prácticas, incluso la violencia y la normalización de la misma».
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Otro elemento que agrega es “la falta de canalizar las emociones”, que tampoco ayuda al rompimiento de esa cultura política tradicional, «uno viene con traumas previo al 2018, más todo el duelo de la crisis, eso ha desencadenado dentro de los grupos de oposición un ciclo de violencia por falta de tolerancia, porque tal vez andas tan molesto o cargas tanto dolor que lo sacas con el que está a tu lado».
Por todo esto, para Berrios no es de sorprender el actual “show mediático” —como lo han llamado los mismos opositores— «ya que el sistema de valores sociales y culturales de los nicaragüenses en política están marcados históricamente de violencia, insultos, caudillismo y descalificaciones», algo que agrega no debería ser motivo de orgullo sino más bien de preocupación ante el contexto.
«Para estos chavalos su único referente de política es esta gente que usa insultos, descalificaciones y resta legitimidad al otro bando, y aquí lo que tenés es a jóvenes repitiendo estas narrativas de las cuales no están exentos» dice Berrios.
¿Consenso sin conflictos?
Ambos coinciden en la necesidad de llevar a cabo cambios en esta estructura y los discursos para lograr el consenso. Berrios considera que «se ha romantizado mucho la lucha, el papel de las juventudes, la necesidad de cambio, pero esto solo ha quedado en palabras» pues la afirmación de que “se acabó lo viejo” se ha quedado únicamente en los rostros que dan el discurso, pero “lo viejo sigue estando”.
«Le estás dando lo mismo que los últimos 40 años, ya la gente está acostumbrada a un Wilfredo Navarro que dice cualquier cantidad de sandeces, lo que está sorprendida es de verlo en cuerpos y caras jóvenes, lo que resulta desesperanzador para la gente» comparte.
Para el activista y experto en política, «esto implica cambios profundos desde lo personal, porque lo personal es político, desde ahí haces el cambio para luego intentar hacerlo colectivamente; si yo como activista estudiantil juvenil no soy capaz de tender puentes con los chavalos y chavalas del otro lado, que no tenemos históricos pleitos y tenemos más cosas que nos unen que las que nos separan, entonces yo no voy a esperanzarme de un cambio».
Insiste en que a diferencia de “los señores y señoras” detrás de cada bloque que cargan con “pleitos políticos” históricos, los jóvenes al no contar con estas marcadas diferencias, «pudieron haber servido de enlace inicial para hablar de unidad en ambos bandos» y que si ambos grupos juveniles «se unen en uno solo y le dan una cachetada a los partidos políticos, automáticamente tienen la legitimidad de abril, eso tienen a su favor, estos grupos de jóvenes no deberían dar la cara para legitimar ni al capital ni a políticos de vieja data».
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