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Los migrantes, «peones» en el tablero político de EEUU

Imagen referencial. Archivos/NI

Después de 41 días de viaje desde su Venezuela natal, Gustavo Méndez llegó a Nueva York procedente de Texas a bordo de uno de los buses fletados por las autoridades republicanas de ese estado del sur de Estados Unidos en guerra contra la política migratoria de la Casa Blanca.

Méndez, de 40 años, técnico de programación y chef de cocina, era uno del centenar de solicitantes de asilo que llegó a Nueva York el miércoles enviados por el gobierno del ultraconservador texano Greg Abbott, que responsabiliza a los alcaldes demócratas y al presidente Joe Biden de la apertura de fronteras, en plena precampaña electoral para las elecciones de medio término de noviembre.

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El comisionado de la oficina del alcalde para asuntos migratorios de Nueva York, Manuel Castro, acusó el miércoles al recibir a los tres últimos buses fletados desde Texas que Abbot utiliza a «seres humanos como peones» para «incitar al sentimiento antiinmigración».

En julio, el gobernador texano había dado poderes a la policía para expulsar de inmediato a los migrantes en un pulso con el gobierno federal, único habilitado en materia migratoria.

Desde abril ha enviado a centenas de inmigrantes a Washington DC y el fin de semana empezó a hacerlo a Nueva York, feudo demócrata por excelencia, y ciudad que ha cimentado su historia y su leyenda con la inmigración.

«Estamos orgullosos de ser una de las ciudades con más refugiados y solicitantes de asilo y migrantes del país», dijo Castro en la estación de buses Port Authority de Manhattan, destino final de este grupo de inmigrantes.

Por el camino se habían quedado voluntariamente otro medio centenar, indicó Castro, que se quejó de la falta de comunicación con las autoridades texanas.

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Un dispositivo de ambulancias, policías y decenas de voluntarios acogieron a familias, como la de la afrocolombiana Ingrid (no quiso dar su apellido) que llegó con cuatro niños de corta edad, el más pequeño de meses, pero sobre todo a muchos hombres solos, la mayoría venezolanos.

Todos sus enseres cabían en una bolsa de plástico o una pequeña mochila para un viaje que ha durado, en algunos casos, hasta cuatro meses.

«¡Viva América!» gritaron algunos recién llegados al oír los aplausos de los voluntarios que les hicieron pasar por el protocolo anticovid de hidrogel y mascarillas antes de empezar a distribuirlos por los albergues de la ciudad.

«Situación sin precedentes»

Desde mayo han llegado 4.000 solicitantes de asilo y refugio a la Gran Manzana, según las autoridades, que prevén abrir nuevos albergues para acoger esta avalancha.

Fichados al entrar al país, todos tienen una cita marcada para los próximos meses con las autoridades migratorias que definirán su futuro.

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Venezolanos, nicaragüenses y haitianos son algunos de los que se benefician del programa Estatus de Protección Temporal (TPS por su sigla en inglés), establecido por el Congreso, que impide la deportación y da acceso a un permiso de trabajo para ciudadanos extranjeros que no pueden regresar de manera segura a su país debido a desastres naturales, conflictos armados u otras condiciones extraordinarias.

«Esta es una situación histórica y sin precedentes», dijo Castro, quien llegó a Estados Unidos a los 5 años de la mano de su madre, procedente de México. «¡Ojalá nos hubieran recibido como lo estamos haciendo nosotros ahora!».

Sin embargo, la luz al final del túnel se hace esperar para la familia nicaragüense de José López, su esposa Cinthia, embarazada de ocho meses, y su hijo Romy (9 años), que salieron a hace cuatro meses de Nicaragua, y que llegaron por su cuenta a Nueva York el lunes, sin un dólar en el bolsillo, invitados por un amigo que los iba alojar y ayudar a buscar trabajo.

Al llegar a su casa en Nueva Jersey, guiados por el GPS, luego de caminar durante tres horas, se dieron cuenta de su precaria situación y queriendo evitar «ser una carga más», iban a viajar a Denver (Colorado) este jueves invitados por otros conocidos.

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«Trabajar»

Mientras gestionan sus documentos, no podrán trabajar. «¡Pero si hemos venido a eso!», se quejó a la AFP.

Es la situación del peruano de 28 años Richard Castillo, que llegó a Nueva York el 7 de mayo con sus dos hijos pequeños y su esposa, y recién tiene cita con las autoridades migratorias en marzo próximo.

Aunque tienen techo y comida en un albergue para los sin techo, inicialmente estadounidenses, no pueden trabajar. Una tobillera electrónica se lo impide, so pena de ser expulsados.

«Me dieron la oportunidad de estar en Estados Unidos, pero no me dan la oportunidad de trabajar, de permitirme crecer», dice con lágrimas en los ojos. Sus hijos, empezarán el colegio en septiembre.

Autor
Nicaragua Investiga
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