10 de enero de 1985, Daniel Ortega es juramentado presidente de Nicaragua por primera vez. A su lado, Fidel Castro aplaude. Ambos visten de uniforme militar. Dice Ortega que “este es un poder distinto, nuevo, original y revolucionario, que no tiene ninguna liga con el pasado”. Su predecesor, Anastasio Somoza Debayle había instaurado su poder también bajo el militarismo.
Otro 10 de enero, pero de 2007. Daniel Ortega vuelve a ser presidente. La banda presidencial ya no descansa sobre colores militares. Va de camisa blanca, desgastado por 22 años de política. Ortega ahora se presenta como una figura de reconciliación. A su lado, Hugo Chávez, militar y presidente de Venezuela, celebra esta victoria, pero tampoco lleva uniforme.
Dos años antes, Ortega se había dado cuenta que sus cuatro intentos infructuosos por regresar al poder estaban estrechamente ligados a su comportamiento del pasado y decidió pedir perdón a la iglesia y a los nicaragüenses.
«Nos equivocamos, cometimos muchos errores y atropellamos a figuras tan respetadas», dijo entonces a los obispos. A la gente pidió «un voto de confianza», «una nueva oportunidad para gobernar en paz». Según él, la guerra había sido la causa de los males de «la revolución».
Ortega superará al fundador de la dinastía Somoza tras nueva reelección
Ortega y su pasión por el militarismo
Al igual que otros movimientos afines a Cuba y la Unión Soviética de la época, el Frente Sandinista se forjó una identidad militarista que tenía al guerrillero como punto de partida para el “nuevo hombre socialista”. Ortega cumplía con esa identidad, como el resto de comandantes de la Dirección Nacional, aunque su experiencia militar sea escasa en comparación.
A pesar de que muchos nicaragüenses pensaron que el triunfo de la revolución sería también el final de los gobiernos militares y que la guerra había sido solo una estrategia para expulsar al dictador anterior, el FSLN mantuvo a sus más leales guerrilleros cerca del Estado durante todo su mandato y a detrimento de otros pretendientes civiles. La guerra solo exacerbó la faceta militar del Frente Sandinista con Ortega a la cabeza.
Nicaragua estaba inundada del rojo y del negro de un régimen militar. Los niños convivían con la propaganda de la Asociación de Niños Sandinistas, que mostraba de forma amigable a los fusiles revolucionarios y, al crecer, tendrían que pasar por el servicio militar obligatorio impuesto por los sandinistas.
La propaganda sandinista y el militarismo eran impuestos en oficinas públicas y en espacios de gobierno, aún así Ortega procuraba dar otra imagen pública. Fotos históricas lo muestran vistiendo saco y corbata durante eventos internacionales, mientras su esposa, Rosario Murillo, dejaba atrás su look hippie y desaliñado, para dar lugar a vestidos pomposos y elegantes trajes durante las giras oficiales en las que acompañaba a Ortega. Una muestra que estaban conscientes de que la imagen militar no era bien vista en el resto del mundo.
Pero la batalla que el FSLN no pudo ganar fue civil y electoral. “Todo inició con las elecciones de 1990” comenta un experto en comunicación que pidió permanecer en el anonimato por temor a represalias. “Ya no lo presentaban como militar y lo vestían con camisas floreadas, de jeans”. Ese fue el primer cambio de imagen del sandinismo, la supresión del uniforme militar y las armas que con orgullo portaban sobre su cintura los «comandantes».
Amnistía de 1990, el perdón y olvido a los crímenes de la década sandinista
El experto explica que el traje de militar se ha posicionado en este país como una imagen de violencia y no de seguridad. “Creo que seguían el mismo ejemplo de doña Violeta, que vestía de blanco. Ellos también utilizaron ese método. Luego empezó la transformación total hasta llegar a las elecciones de 2006” dijo el experto.
Ya en 2006, el Ortega militar solo existía cuando le llamaban “comandante”. Tras su derrota en las elecciones de 1990, pasó de ser el férreo comandante defensor de la revolución sandinista, a un hombre de familia religioso, conciliador.
Una nueva metamorfosis en la imagen del Frente Sandinista estaba por venir. Atrás quedaba el duro rijo y negro que evocaba la guerra y los años más oscuros de Nicaragua.
Creando una imagen socialmente aceptable
El experto explica que parte de la estrategia consistió en acercarse a los modelos y aspiraciones socialmente aceptados: “Hay un sinnúmero de parámetros y normas sociales que uno debe cumplir para caer en la aceptación social, como casarte, presentarte como una pareja casada por la Iglesia, como un hombre de familia”.
En septiembre de 2005, Ortega “renovó” sus votos con Rosario Murillo. El periodista y escritor Fabián Medina tocó ese evento en su perfil del presidente, El Preso 198, y explicó que “la versión de que se trataba de una renovación de votos y no una boda se basa en una historia, por lo menos, poco verosímil” y “la explicación no es religiosa ni sentimental. Es política. Tiene que ver más con el poder que con el amor”.
Trataba de ganarse el favor de los sectores más conservadores antes de las elecciones, así como de aminorar el peso de las acusaciones de abuso sexual elevadas por su hijastra, Zoilamérica, varios años antes. Sin embargo, nuestro experto considera que: “Ese cambio de imagen y de conducta iba más dirigido al extranjero que a los votantes nacionales, pero también iba dirigido a la clase dominante de este país, a la burguesía de este país, a la empresa privada”.
“La nueva imagen estaba más dedicada a los grupos de poder y no a los votantes” añade. “Los votantes estaban seguros y sabían quiénes eran ellos”. Aduce que la clave para su triunfo electoral fue el proceso de manipulación legal y sus pactos con Arnoldo Alemán, siendo el cambio de imagen una maniobra propagandística secundaria.
Fue evidente entonces la influencia de Rosario Murillo en la estrategia de comunicación del Frente Sandinista y en especial de Daniel Ortega.
Desde esa victoria en 2006, la línea gráfica de la propaganda sandinista adquirió un tono peculiar. Colores vistosos, sobre todo el “rosado chicha” tras letras amarillas o blancas, una versión caricaturesca del escudo nacional, las letras en fuente Courier y patrones que emulan a los “árboles de la vida”, los monumentos metálicos del oficialismo en Managua.
Los mensajes ya no evocaban la guerra y el poderío militar, sino que hablaban de paz, amor y reconciliación.
Esta propaganda, en la que figuran Ortega y su esposa, Rosario, es común en toda Nicaragua e incluso se presenta en las escuelas, recordando a la propaganda de la Asociación de Niños Sandinistas y a pesar de que hay un decreto que prohíbe “colocar en lugares públicos fotografías de funcionarios al servicio de la Patria”, emitido poco después de la revolución sandinista.
El viejo militarismo probó no ser el camino para el retorno poder de Ortega, sin embargo, todavía el sandinismo mantiene el recuerdo de las guerras pasadas y no es raro escuchar al presidente divagar en sus discursos oficiales sobre la historia del movimiento, a pesar de que muchos ex-sandinistas, así como comandantes que estuvieron con Ortega en el proceso revolucionario, son ahora perseguidos por el régimen.
La nueva imagen del Frente Sandinista es colorida y alegre, pero es bajo estos nuevos rostros que Ortega ha sido señalado por organismos internacionales de derechos humanos de haber cometido crímenes de lesa humanidad. Más de 325 personas murieron bajo su mando en 2018.
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