Los niños miskitos que viven en Costa Rica enfrentan más que un cambio de cultura, clima y exigentes reglas de adaptación, tienen que entender y darse a entender en un idioma que no es el de ellos. Entienden poco español, escriben poco español y hay quienes del todo no lo hablan.
Pero deben de a poco aprender la nueva realidad. En el otro extremo, otros luchan para conservar su idioma materno, un tesoro cultural que en su país se aprecia poco y casi nada se estimula en la práctica, aunque las autoridades digan otra cosa en su discurso.
Tras la crisis del 2018, generadas por una rebelión social en todo el país y que fue aplastada con violencia por el régimen de Daniel Ortega, varias familias, unas 300 según un censo de líderes indígenas como Susana Cunningham a quien apodan “mamá grande”, se exiliaron en Costa Rica.
A mediados de junio pasado, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, los visitó para conocer las pésimas condiciones de hacinamiento y varias carencias que padecen. Los líderes miskitos señalaron que los comunitarios se han asentado en La Carpio, Alajuelita, Los Rieles, Pavas, Limón, Los Chiles y Talamanca, zona sur del país vecino.
La lengua que “agoniza” y una idea “salvavidas”
En Nicaragua las lenguas madres de las comunidades indígenas agonizan debido al olvido que viven esas zonas del país: pobreza extrema, poco acceso a educación y éxodo masivo. Esto último se intensificó en los últimos cinco años, estimulado por la crisis política y social que inició en 2018 y que no logra superarse.
En Costa Rica, las familias podrían superar las carencias económicas, pero el acceso a las escuelas se ve seriamente amenazado por la barrera del idioma. Es según los comunitarios el mayor desafío para el estudiantado miskito: ¿Cómo acceder a un sistema de enseñanza monolingüe? Lograrlo no es tarea fácil, pero desde un buen tiempo se apuesta a la opción de aprovechar las capacidades que ya hay en la comunidad miskita exiliada.
Desde hace siete años, por ejemplo, la profesora Lizeth Pictán Chacón, originaria de una comunidad indígena de Prinzapolka en el Caribe Norte de Nicaragua, imparte clases en miskito, una decisión que tomó al observar este vacío en Costa Rica.
“Tengo 12 años viviendo en Costa Rica y siete años trabajando para el Ministerio de Educación Pública, (MEP), para atender la asistencia de niños miskitos que no hablaban español”, confirma muy contenta para este reporte. Señaló que hace siete años, hubo una buena cantidad de matrícula de niños procedentes de la Costa Caribe de Nicaragua que no hablaban español y que ha aumentado en los últimos cinco años.
“Entonces, el MEP vio la necesidad de desarrollar esa iniciativa para preservar la lengua miskita”, destaca Pictán. La maestra señala que para la implementación de la iniciativa, inicialmente se guió del apoyo curricular que desarrolló como profesora indígena en su comunidad de origen. “En este caso, se trabaja principalmente para preservar la lengua”, anotó.
¿Cómo funciona?
Aunque la iniciativa no se atiende a través de un programa especializado, se aborda como una materia complementaria, es decir, el estudiante puede entrar a la clase de miskito cuando no están recibiendo ninguna materia esencial. Cada semana, pueden asistir a espacios que duran entre 80 y 120 minutos cada sesión.
“La enseñanza del idioma se desarrolla en dos maneras: oral y escrita, producción escrita para niños que pueden escribir la idea y cursan del cuarto, al sexto grado y la expresión oral y escucha para niños más pequeños”, explicó la docente.
La maestra ha identificado que algunos de los niños que asisten hablan de forma correcta el miskito y ello la entusiasma. “Estamos seguros que pueden mejorar en otras asignaturas usando su propio idioma”, agrega.
Cuando el programa inició como una prueba piloto, se desarrollaba en una sola escuela y atendía a 10 estudiantes. Este año, ha crecido a 46 estudiantes de educación primaria de entre seis y 12 años en tres centros educativos: Finca San Juan, Escuela Lomas del Río y Rincón Grande.
Llamado a los padres
Para integrar a la población culturalmente diversa al Sistema Educativo Costarricense, el MEP a través del Departamento de Educación Intercultural atiende a poblaciones indígenas o con situaciones migratorias especiales, como es el caso de la población estudiantil refugiada o solicitante de refugio.
De acuerdo con la cartilla “lineamientos para la atención de la población refugiada en el sistema educativo costarricense”, el trabajo en el aula parte de la cultura de origen de los estudiantes para integrar a la población asilada en Costa Rica con el fin de contribuir a romper el ciclo de vivencias negativas que les obligó a salir de su país de origen.
La profesora costeña aconseja a las familias miskitas a no esperar para asegurar el acceso a la educación de sus hijos e hijas aprovechando esta iniciativa que ahora hace parte de un programa valioso de la educación estatal de ese país.
“Los niños tienen derecho a la educación, pero a veces, los padres creen que, por no tener documentos legales, no pueden mandar a los niños a la escuela. Siempre se les ha dicho que con sólo que tengan una constancia de nacimiento pueden matricularlos”, informó Pictán.
“Ningún niño debe quedarse en la casa sin estudiar. Tienen que llevarlo ya, teniendo la edad de cuatro años y medio en materno, cinco años en el kínder y de seis años, ya tiene que estar en primer año de escuela. Este es un esfuerzo importante en el que los padres deben involucrarse”, invitó la profesora.