En Nicaragua, la llegada del Año Nuevo se vive con una mezcla intensa de familia, supersticiones y pura celebración. Las calles y los hogares se llenan de rituales que buscan dejar atrás lo negativo y abrirle la puerta a la buena fortuna en los próximos doce meses.
Uno de los momentos más esperados es la quema del “Año Viejo”. Las familias preparan muñecos grandes hechos de ropa vieja, rellenos de periódico y pólvora, que simbolizan todo lo malo del año que se va. A las doce en punto de la medianoche, estos muñecos arden en medio de la calle entre explosiones y risas, marcando un cierre simbólico y ruidoso.
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Otro ritual muy extendido consiste en comer doce uvas al ritmo de las campanadas de medianoche. Cada uva representa un mes del año nuevo y se acompaña de un deseo rápido y personal.
La elección del color de la ropa interior también juega un papel importante: el amarillo atrae dinero y abundancia, el rojo promete amor y pasión, mientras que el verde favorece la salud.
Muchos nicaragüenses aprovechan los últimos días de diciembre para limpiar a fondo la casa y barrer hacia la puerta principal, con la idea de expulsar las energías negativas. Algunos van más allá y tiran objetos viejos por la ventana como forma de liberación.
Quienes sueñan con viajar durante el año siguiente no dudan en salir a medianoche y dar una vuelta completa a la manzana cargando una maleta vacía, cuanto más rápido corran, mayores serán las probabilidades de recorrer el mundo.
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Otros prefieren saltar tres veces con el pie derecho exactamente cuando el reloj marca las cero horas, un gesto sencillo para atraer suerte inmediata.
La noche no estaría completa sin pólvora: los fuegos artificiales y los petardos retumban por todo el país, iluminando el cielo y anunciando la fiesta.
En los hogares, las mesas se llenan de comida tradicional y las familias comparten una cena larga que se extiende hasta la medianoche. Después llegan los abrazos, los brindis y, en muchos casos, la continuación de la fiesta con amigos.
Estrenar ropa el 1 de enero es otra costumbre arraigada: usar algo nuevo simboliza un comienzo fresco y renovado.
Estas prácticas convierten el fin de año nicaragüense en una celebración vibrante, cargada de esperanza, ruido y gestos simbólicos que unen a las familias y llenan las calles de alegría colectiva.
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