El silencio del destierro no ha logrado acallar la voz de fray Rafael Aragón. El domingo, desde la parroquia San Isidro Labrador en Costa Rica, el dominico español, nacionalizado nicaragüense, desplegó una homilía en la que criticó directamente a Rosario Murillo.
Durante una emotiva eucaristía dedicada a las víctimas de la represión gubernamental, el religioso lanzó una pregunta que resonó como un dardo directo al núcleo del poder sandinista: «¿Cómo una mujer puede promover el odio y la venganza contra gente de su propio entorno y llenarse la boca de discursos de amor y paz todos los días?».
Diecinueve meses de exilio forzado
Fray Aragón lleva 19 meses en Costa Rica tras serle negada hace tres años la entrada a Nicaragua, convirtiéndose en uno de los tantos símbolos vivientes de la persecución religiosa que caracteriza al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Su caso ilustra perfectamente la paradoja de un gobierno que proclama defender la soberanía nacional mientras expulsa a quienes han dedicado décadas de su vida al servicio del pueblo nicaragüense.
El dominico, quien se nacionalizó nicaragüense y dedicó gran parte de su ministerio al país centroamericano, representa la tragedia de miles de compatriotas que han visto cercenado su derecho fundamental a pisar su propia tierra.
El altar como tribuna de la memoria
La misa dominical se transformó en un acto de resistencia pacífica y memoria histórica. Rafael Aragón instó a la reconciliación y condenó la mentalidad excluyente que divide a Nicaragua en medio de la crisis política actual, convirtiendo el espacio sagrado en una plataforma para denunciar las heridas que siguen supurando en el alma nacional.
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El sacerdote, sin mencionar nombres propios pero con referencias inequívocas, dirigió sus palabras hacia quien ostenta la vicepresidencia nicaragüense, cuestionando la coherencia entre el discurso público de paz y las acciones concretas que, según él, siembran división entre los nicaragüenses.
Entre el discurso y la realidad
La denuncia de fray Aragón pone el dedo en una llaga que trasciende lo político para adentrarse en lo moral y lo ético. La contradicción entre proclamar amor y paz mientras se implementan políticas que, según el religioso, generan odio y venganza, constituye el núcleo de su crítica al régimen sandinista.
Esta dicotomía no es nueva en la retórica oficial nicaragüense, pero cobra especial relevancia cuando es señalada por alguien que, habiendo vivido décadas en el país, fue forzado al exilio por sus posturas críticas.
La iglesia bajo asedio
El caso del padre Aragón se inscribe en un patrón más amplio de persecución religiosa que ha caracterizado los últimos años del gobierno sandinista. La expulsión de sacerdotes, el cierre de medios católicos y la cancelación de organizaciones religiosas forman parte de una estrategia sistemática que busca silenciar voces disidentes dentro de la Iglesia católica.
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El dominico se suma así a una larga lista de religiosos que han debido elegir entre el silencio complaciente o el exilio forzado, evidenciando cómo el régimen percibe a la Iglesia como una amenaza a su control totalitario del discurso público.
Voces desde el exilio
Desde su nueva realidad costarricense, fray Aragón demuestra que el exilio no necesariamente significa silencio. Su homilía dominical se ha convertido en un recordatorio de que la palabra profética trasciende las fronteras físicas y que la denuncia de las injusticias no reconoce límites geográficos.
La pregunta lanzada por el dominico—sobre cómo es posible promover odio mientras se predica amor—resuena no solo en los pasillos del poder nicaragüense, sino en la conciencia de todos aquellos que han sido testigos de la creciente autoritarización del régimen sandinista.
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