A las seis de la tarde abre sus puertas Gastronomía el Buzo, un restaurante ubicado en el kilómetro 13 de la Carretera Sur en Managua. “Nos hemos convertido en el restaurante número uno”, se lee en los menús decorados con la foto de su chef propietario, un sonriente hombre calvo de nombre Alessio Casimirri Labella.
Alessio es buzo de profesión, ha hecho público en muchas ocasiones su amor por el mar, el trópico y la buena comida, quizás por su crianza mediterránea. Nació en Roma el 2 de agosto de 1950. Su padre, Luciano Casimirri, fue un militar en tiempos de la Italia fascista y luego periodista en el Vaticano; de su madre, María Labella, no se ha dicho mucho.
La boda de ambos, así como la del bautizo de Alessio, la ofició el papa Pablo VI, quien llegaría a saber de Alessio años después en situaciones más oscuras. Casimirri “creció en la buena burguesía romana del barrio de Prati, en un piso de vía Germánico”, relata el diario La Repubblica. Estudió Derecho en la Universidad de Roma, pero no ejerció la profesión. Muy joven se involucró en movimientos izquierdistas.
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Un asesinato que conmocionó al mundo
Para esa época, el pueblo italiano vivía con miedo. Desde 1968 el país convulsionaba por los llamados «años de plomo», una campaña de ataques terroristas y enfrentamientos entre el gobierno y agrupaciones comunistas y neofascistas, una contienda enmarcada por la Guerra Fría. Según Repubblica, Casimirri militó primero en la organización izquierdista Potere Operaio y luego, en 1978, se unió a las Brigadas Rojas, una organización italiana que se caracteriza por formaciones marxista-leninista.
Fue justo en 1978, un 16 de marzo, que las Brigadas Rojas secuestró al exprimer ministro de Italia, y presidente del partido Democracia Cristiana, Aldo Romeo Luigi Moro. Esa mañana, un grupo de las Brigadas Rojas emboscó al intelectual democristiano en Via Fani, Roma, ultimaron a sus cinco escoltas y tomaron al político como rehén.
La Justicia italiana confirma que Alessio Casimirri, cuyo seudónimo en las Brigadas Rojas era “Camilo”, estuvo involucrado en el asalto, así como su entonces esposa, Rita Algranati, alias “Marzia”. El exministro fue rehén los próximos cincuenta y cuatro días, en los que el gobierno italiano desató una cacería para lograr su libertad.
El papa Pablo VI, amigo de Moro, llegó incluso a ofrecerse como rehén para que dejaran libre al dirigente democristiano, pero los brigadistas odiaban al exministro por su papel de mediador entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano. Pedían al gobierno la liberación de varios presos allegados a las Brigadas Rojas, pero el gobierno se negó a negociar con terroristas.
El 9 de mayo, Moro fue sometido a un “juicio popular” por sus captores. A las seis de la mañana le dijeron que iban a trasladarlo, lo ingresaron a la cajuela de un Renault 4 de color rojo, lo cubrieron con una manta y procedieron a acribillarlo a balazos. Las autoridades encontraron su cuerpo horas más tarde en el automóvil estacionado en el centro de Roma.
Cinco de los secuestradores fueron arrestados entre 1978 y 1979, pero Casimirri logró evadir a las autoridades italianas junto a su entonces esposa y otros compañeros de armas, quienes en su mayoría caerían en manos de la justicia en diferentes fechas más adelante.
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Llegada al paraíso de los fugitivos
Casimirri dejó sus raíces italianas y las Brigadas Rojas en 1980. Pasó por Libia y luego Cuba, pero su destino final fue la Nicaragua revolucionaria del sandinismo, en la que entró el 18 de abril de 1983 bajo la falsa identidad de Guido di Giambattista. La revista Magazine asegura que Casimirri llegó a Nicaragua “en condición de asilado político”, habiendo confesado pertenecer a las Brigadas Rojas.
Pero Casmirri asevera que vino motivado por un curso de buceo en la Costa Caribe de Nicaragua, por el clima tropical de los dos océanos y por las bellas mujeres morenas como Raquel García Jarquín, con quien se casó sin haberse divorciado de su esposa italiana. Por las razones que hubieran sido, lo cierto es que instalado en Nicaragua, su pasado de terror se camuflaba entre sus nuevas aficiones; se dedicó a la pesca, entrenó a buzos de la Cruz Roja y más tarde trabajó en el Instituto de Pesca (Inpesca).
El diario italiano Corriere della Sera asegura que también fue instructor del Ejército Popular Sandinista (EPS), pero es la única fuente que señala un lazo con el aparato militar del sandinismo. Su vida pública sólo permite conocer a un aficionado de la cocina y los mariscos.
La vida tranquila que Casimirri llevó en los ochenta contrastó con el clima de guerra y escasez de la Nicaragua post-revolucionaria. En esa época, junto a otros italianos en el país, abrió un restaurante de comida italiana llamado Mágica Roma, ubicado en el Residencial Bolonia, cerca de la casa presidencial de Daniel Ortega.
Su vida en Nicaragua es cómoda como la de otros prófugos de la justicia que se refugian en este país, al amparo del régimen de Ortega.
Caída del sandinismo; fin de los privilegios
El buzo obtuvo la ciudadanía nicaragüense el 10 de octubre de 1988, cuando la justicia italiana estaba a punto de juzgarlo en ausencia. En su tranquilidad tropical, tenía conocimiento que fue condenado a varias cadenas perpetuas, veinticuatro años de prisión y otros dos de aislamiento diurno, pero no le dio peso a esa condena. Solo vio dificultades una vez que el telón de hierro sandinista se desplomó en el país.
Alfredo Mendieta, entonces ministro de Gobernación de Nicaragua, fue tras él a partir de 1993. El Nuevo Diario reportó que Mendieta permitió que carabineros italianos entraran al territorio nacional, quienes supuestamente terminaron atacando a la esposa de Casimirri, espiando a su familia y, según el propio Casimirri, incluso intentaron secuestrarlo.
Al buzo lo acusaron de haber obtenido la ciudadanía nicaragüense de forma ilegal y se la revocaron, el gobierno italiano solicitó su extradición y de juicio en juicio se vio obligado a vender su restaurante, Mágica Roma, para seguir a flote. Sin embargo, la justicia nicaragüense acabó fallando a su favor. “La derecha es la que siempre me ha estado acusando”, expresó Casimirri en 1999.
Argumentando que Casimirri era un ciudadano nicaragüense y desestimando las acusaciones de irregularidades en su proceso de naturalización elevadas por el gobierno italiano, la Corte Suprema de Justicia (CSJ), negó rotundamente la extradición todas las veces que el gobierno italiano la solicitó. También las autoridades se negaron a dejar que Casimirri fuese interrogado por la procuraduría italiana.
Varios abogados y el propio Alessio pusieron en duda la validez del juicio que le hicieron en ausencia en Italia. “Me juzgaron violando los derechos más elementales”, dijo Casimirri al extinto El Nuevo Diario en marzo de 2004, cuando declaró sus intenciones de llevar su caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). “El juicio en Italia viola la Constitución”, agregó el presunto terrorista.
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Entonces también dio la cara ante los medios a través de El Nuevo Diario. Admitió que militaba en las Brigadas Rojas, señalando que “ser de las brigadas era como pertenecer al FSLN” y negó su participación del atentado contra el ex ministro italiano Aldo Moro.
Desde entonces le incomodó tocar el tema con los medios de comunicación nicaragüenses. Solo en ocasiones brinda declaraciones a los oficialistas. Pero ya sacudido el polvo de las batallas legales, Casimirri prefirió centrarse en su pasión nuevamente, su otro restaurante, “La Cueva del Buzo”, que fundó en 1998 y que más tarde rebautizó como “Gastronomía el Buzo”. No se conocen más detalles del por qué cambió el nombre de su negocio.
La cueva solitaria
“Me acuerdo que llegué un jueves por la noche, como a eso de las 7:40. Elegí esa hora y día porque es cuando más se mueve ese tipo de sector turístico como los restaurantes, pero cuando llegué me llevé la sorpresa de que no había ningún carro parqueado. Estaba vacío, ni un solo cliente”, reveló a Nicaragua Investiga un comensal que prefirió permanecer bajo el anonimato.
La música estaba apagada y había un ambiente desolado en el que reinaba el silencio que cubría las mesas de madera, porque no tiene manteles decorativos. “No luce como sale en las fotos de las redes sociales”, nos comenta. Parece que Alessio ya no se acerca a los clientes, preguntando por el sabor de la comida y por la atención, como se sabe que hacía antes. Esa noche solo estuvo en las fotografías colgadas de los muros.
La fuente señala que los precios “van de dieciséis dólares el plato más asequible hasta veintiocho dólares el plato más caro”.
Aunque señala que la comida es muy buena, que “se siente el sabor italiano, mediterráneo”. Pero argumenta que “es un lugar muy alejado de Managua, realmente te pueden asaltar. Para ser un restaurante de primera clase, el local está muy escondido”, agrega.
Alessio aterrorizado
La Cueva del Buzo no siempre tuvo un aspecto tan decadente. El restaurante era tan concurrido que incluso fue objetivo de la delincuencia. El 5 abril de 2014, un grupo de delincuentes “disfrazados” de policías en operación antinarcóticos asaltaron su restaurante. Hombres armados se llevaron más de doscientos dieciocho mil dólares, joyas y varias armas de fuego.
Casimirri llegó al Complejo Judicial Central de Managua escoltado por policías, el 16 de mayo de 2015. Ahí relató la violencia del asalto. Al principio Casimirri sí pensó que los asaltantes eran policías porque reconoció “las tres estrellas” del rango de capitán en algunos uniformes, que logró ver tras los disfraces cuando lo golpearon y los lastimaron con las esposas. Procedió además a identificar con la vista a los asaltantes y se retiró tan escoltado como llegó.
Ocho fueron condenados en junio de 2015 a veintiséis años de cárcel por el robo; uno fue declarado inocente. Hubo denuncias de irregularidades en perjuicio de los acusados, argumentando la defensa que las resoluciones y la metodología del juicio eran “ilegales, nulas y violatorias a los derechos de los procesados”, por lo que procedieron a llevar el caso al Tribunal de Apelaciones.
El expediente de apelación estuvo en manos del juez Edgard Altamirano, entonces titular del Noveno Distrito Penal de Juicio de Managua —mismo que dictó la sentencia— durante tres años y siete meses. La sesión no tuvo lugar sino hasta enero de 2019, en violación al Código Procesal Penal de Nicaragua.
El nombre de Edgard Altamirano inunda con frecuencia los reportes de medios de comunicación, pues fue uno de los siete jueces encargados de procesar a los presos políticos del sandinismo en 2019.
Alessio, el nicaragüense
Casimirri sigue en Nicaragua. Vive a la altura de la Carretera Sur, no lejos de su restaurante en Managua, junto a su esposa. Tiene dos hijos biológicos: Alejandro, de treinta siete años y Valeria, de treinta y dos; y un hijo adoptivo, Pedro Pablo, de veintitrés años, quien padece síndrome de Down. Valeria Casimirri es militante activa de la Juventud Sandinista.
Cuando habló en 2004 a El Nuevo Diario, Casimirri comentó que su hermana y su madre estaban siendo perseguidas en Italia por su actividad pasada con las Brigadas Rojas, pero a María Ermanzia Labella se le vio en Nicaragua en los años subsiguientes, junto a él.
La última imagen pública de Labella, se encuentra en un blog de fotografía del noble italiano Tao Ruspoli. “Alessio Casimirri sirve el almuerzo en el restaurante La Cueva del Buzo en Managua, mientras su madre de ochenta y siete años nos muestra sus fotografías con varios papas”, dice el título de la entrada, publicada en 2013.
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“Somos los número uno en el país desde hace más de ocho años y todavía lo seguimos siendo, pese al covid y todas las afectaciones que esto generó”, dijo Casimirri, al oficialista Canal 2 en un reporte publicado en 2021, que hacía propaganda a su restaurante.
Varias veces han pedido su extradición desde que dieron por cerrado su caso en Nicaragua. En 2015 fue Italia; entre 2019 y 2021, el Parlamento Europeo en tres ocasiones hizo la solicitud. La CSJ, controlada por el régimen de Ortega, se negó a entregarlo.
Italia, el comunismo, batallas legales, la amenaza de la extradición; nada en su pasado parece atemorizarle. El hombre que llevó a Moro al matadero y cegó la vida de sus escoltas, goza del privilegio de la libertad y la comodidad en la Nicaragua que controla Daniel Ortega.
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