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Migrantes del ayer y hoy: Flujo migratorio actual, parecido a cuando Nicaragua estaba en guerra

Tan sólo durante este 2022 han fallecido más de 20 personas intentando alcanzar el llamado “sueño americano”, una ilusión de mejor vida, de trabajo. Pero el Río Bravo arrastra, hunde hasta el fondo de sus aguas el mismo sueño: sacar adelante a una familia.

Gabriela Tatiana Espinoza Pérez partió de Nicaragua el 15 de febrero del 2022. Casi un mes después, perdió la vida. Su familia aún no lo puede creer y mantienen en la memoria sus imágenes en vida. Su madre aún recuerda el último abrazo que compartieron.

La última vez que Gabriela conversó con su madre, María Mercedes Pérez, de 71 años, le juró que iba a mejorar su vida, que “viviría como una reina”. Espinoza pretendía sacar de la pobreza a su familia y expandir la pulpería que hay en su vivienda.

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Casos como el de Gabriela son un tema común en Nicaragua. Ya gran parte de la población nicaragüense conoce al menos a una persona que ha migrado hacia Estados Unidos. Tan sólo durante este 2022 han fallecido más de 20 personas intentando alcanzar el llamado “sueño americano”, una ilusión de mejor vida, de trabajo.

Pero el Río Bravo arrastra, hunde hasta el fondo de sus aguas el mismo sueño: sacar adelante a una familia.

Éxodo

Nicaragua atraviesa un éxodo migratorio que podría establecer nuevos récords en la historia nacional. La combinación de una crisis socio-política y serias dificultades económicas que atormentan al país pone más cargas físicas y emocionales sobre los hombros de quienes deben buscar el sustento económico para sobrevivir.

Alrededor de cien mil ciudadanos nicaragüenses han partido en los últimos dos años, sea por razones políticas o por la asfixiante situación económica. De octubre de 2021 hasta abril de 2022, 92 mil los encontró Estados Unidos, otros 8 mil acabaron ante las autoridades mexicanas intentando cruzar.

Quienes van rumbo a Norteamérica han vivido experiencias terribles, llegando incluso a perder la vida, pero otros no se atreven a jugar esa “lotería de vida”.

La vida primero

“Jonathan”, tiene años de trabajar en el rubro de la construcción, y desde el 2010 echó a andar un taller de hojalatería residencial. Sus primeros años fueron duros, pero para el 2017 ya iniciaba a tener estabilidad económica.

Tenía algo de dinero ahorrado, y su negocio cada vez era más cotizado por empresas de construcción que requerían sus servicios.

Sin embargo, con los eventos del 2018 su economía colapsó, las empresas que trabajaban con él se fueron del país, y quedó nuevamente a su suerte. Los años próximos fueron peores, con la llegada de la pandemia del COVID-19 en el 2020, muchas personas limitaron sus trabajos y no tenía casi nada, incluso los ahorros se acabaron.

A partir de ese año inició a vivir, como él lo describe “al bote y al miado”, refrán que hace referencia a una dificultad tras otra.

Ya en 2022, Jonathan estaba prácticamente sin más ingresos. Teniendo que mantener una familia de tres hijos y su esposa, la primera opción que pasó por su mente fue migrar hacia Estados Unidos.

Con pesar, vendió casi todas sus herramientas de trabajo, sólo dejó las necesarias para que su esposa administrara lo que quedaba del negocio mientras él llegaba al norte y conseguía trabajo. También vendió su vehículo y logró conseguir la cuota para pagar al coyote que lo llevaría hasta Estados Unidos.

Pero las noticias de personas fallecidas, secuestradas o abandonadas durante el camino lo atemorizaron. Entonces pensó en qué podría pasar con su familia si él fallecía en el trayecto. Jonathan se retractó y decidió quedarse en Nicaragua a seguir trabajando en su taller.

Migrantes, ayer y hoy

Francisca Salazar partió de Nicaragua hace treinta y cuatro años cuando no llegaba ni a los treinta, pero los mismos factores que hoy causan el éxodo la empujaban fuera de Nicaragua.

“Mi esposo se vino para acá [Estados Unidos] y de ahí él me mandó a traer. A los seis meses me mandó a traer. Ya la cosa se iba poniendo más difícil con los sandinistas y decidimos viajar mi hijo mayor y el niño tierno que tenía como cuatro o cinco meses” cuenta Francisca.

Los flujos migratorios nicaragüenses por cuestiones económicas, antes de los años ochenta, eran escasos. En palabras del historiador Nicolás López Maltez, “más bien la gente venía a Nicaragua a trabajar”.

La razón principal de la migración pre-revolucionaria correspondía a la persecución política y, más tarde, a los enfrentamientos armados en centros urbanos del país que se presentaron en los últimos años del somocismo.

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Desde los 80 la migración fue una constante en Nicaragua. Foto de Archivo – Casa de los CDS en el barrio Javier Guerra.

Se estima que alrededor de 150 mil nicaragüenses se trasladaron a Costa Rica entre 1977 y 1979, cuando la guerra que trajo el Frente Sandinista arrasó con las ciudades del norte. Con la llegada del gobierno revolucionario en la década del ochenta, la migración aumentó exponencialmente.

«Trampolines»

El principal destino, al menos en los papeles, no era Estados Unidos, sino México, país que recibió el 30% de la migración nicaragüense entre 1979 y 1988, según los registros de Migración y Extranjería.

Un 11% de los migrantes iba a parar a Guatemala, aunque es probable que tanto México como Guatemala sirviesen como “trampolines” para llegar hasta Estados Unidos, país que ponía más trabas a la migración proveniente de Nicaragua y que también estuvo enemistado con el gobierno revolucionario.

Ese fue el caso de Francisca, que voló primero a Guatemala a inicios de 1988 y de ahí pasó “mojada” a México. Iba acompañada por su cuñado, su hijo de quince años y su bebé.

“Dilaté en México como un mes. Ese coyote era un chavalo. Él nos encerró por un mes en su casa. A veces comíamos, a veces no” relata Francisca.

“Si no, yo andaba dinerito y mandaba a mi hijo mayor a comprar a un mercado que quedaba cerca y él era bien vivo” explica. “Iba a comprar todo lo que necesitáramos, los gérberes del niño y todo eso”.

La oscuridad

A principios de abril, Francisca ya tenía al Río Bravo ante sí. “La madrugada del 6 de abril de 1988 crucé por el Río Bravo, habían soltado las compuertas y estaba hondo, la corriente era fuerte y el frío insoportable. Pasamos con unos neumáticos grandes” recuerda Francisca.

“Mi cuñado se agarró conmigo de un neumático y el coyote me llevaba a mí agarrada por otra parte” señala.

A la vez, en esa línea humana que resistía a la corriente, Francisca cargó con sus dos hijos. Uno no llegaba ni al medio año, el otro, de permanecer en Nicaragua, habría engrosado las filas del Servicio Militar Patriótico.

“Como íbamos con menores nos mandaron a la Cruz Roja, ahí en Texas” al amanecer. Francisca no volvería a Nicaragua por otros diez años y sólo de visita. Ahora es ciudadana estadounidense. Todavía reside en Estados Unidos.

Cruzar el Río Bravo también es otro de los riesgos de los migrantes. FOTO: AFP

Perseguidos

Al principio del proceso revolucionario, los migrantes eran, en su mayoría, perseguidos políticos del sandinismo. Profesionales y técnicos—ingenieros, arquitectos, profesores—emigraban por la represión sandinista contra todo aquel que se opusiera a su modo de gobierno inspirado en el sistema soviético.

Luego, la situación de la guerra y la escasez hicieron presión en el resto. Incidieron “la crisis internacional, los problemas del proceso de cambio iniciado en los años ochenta y una serie de desequilibrios macro-económicos que acompañaron a la sociedad nicaragüense por una década”, según un informe de las Naciones Unidas.

El informe también señala a “grandes desequilibrios como el déficit fiscal, las cuantiosas pérdidas cambiarias, la distorsión del sistema de precios, la tendencia decreciente del salario real del sector formal, la aguda escasez de divisas líquidas y la insuficiencia en el abastecimiento de bienes básicos a la población provocaron una situación incontrolable de hiperinflación” como factores contribuyentes a la alta migración.

Después de 1983, a los motivos de emigración se sumó escapar del Servicio Militar Patriótico: “Los grupos de edad de los emigrantes comprendidos entre 25-40 años (32.5%), 17-24 años (26.2%) comprenden las edades máximas y mínimas para el cumplimiento del servicio militar en ese período, lo que se presume que es un factor que incentivó la salida de los hombres” explica el informe de Naciones Unidas.

Al final de la década, el gobierno sandinista mostraba grietas imposibles de ocultar y una tendencia hacia el colapso.

La reducción en el gasto público, necesaria para mantener a flote toda la estructura sandinista, mermó la efectividad de los programas sociales que tanto presumió el gobierno revolucionario. La producción estaba por los suelos y muchos nicaragüenses empezaron a buscar un mejor nivel de vida en otros países.

También los desplazados por la guerra se contaban por los miles. A principios de 1990, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estimó que en total había 63 mil nicaragüenses en condición de refugiados y desplazados.

Sumado a los 142 mil emigrantes reportados por Migración y Extranjería en el periodo 1979-1988, el total de nicaragüenses obligados a partir del país durante la primera dictadura sandinista llega, al menos, a los 205 mil ciudadanos.

Según los datos antes mencionados, sólo en dos años (2021-2022) se llegó a la mitad de esa cifra durante el segundo gobierno de Daniel Ortega. De persistir la situación de crisis y persecución política, es probable que la administración de Ortega durante la paz resulte más apremiante que su gobierno en guerra.

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