Monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, exhortó a los militares a cesar las amenazas contra las «voces libres», después que el jefe del Ejército de Nicaragua, Julio César Avilés, atacó a los medios de comunicación independientes del país y a opositores.
Durante su homilía dominical, este 10 de septiembre, el líder religioso hizo un llamado a los dictadores y a sus cómplices, incluidos policías y parapolicías, a «escuchar la voz del Señor y no endurecer el corazón».
El obispo se basó en el Evangelio de hoy que habla sobre el deseo de Dios que también los impíos logren la salvación y los «profetas» aconsejen al malvado.
«La voz profética se alza hoy también contra los militares altaneros, corruptos y culpables de crímenes de lesa humanidad», dijo monseñor Báez.
«¡Dejen de amenazar a las voces libres que claman por justicia y, si alguna vez tuvieron fe, vuelvan a Dios, pidan perdón por sus delitos y cambien de vida!», manifestó.
El obispo de Managua también le recordó a los policías «represores y torturadores de inocentes» que «están para servir al pueblo, no para aplastarlo, no sean sumisos a órdenes inhumanas».
A los dictadores los invitó a reflexionar sobre las arbitrariedades cometidas en contra de los derechos humanos y diversos sectores del país, así como a liberar a los presos políticos. A ellos les pidió bajarse de su «trono de barro».
Asimismo, a los voceros del régimen y a todos los cómplices que «por dinero se arrastran ante el poder y son cómplices de la corrupción, servidores de la mentira y viles artesanos de ofensas», les dijo «¡sientan vergüenza de su bajeza, pidan perdón a Dios y cambien de vida!».
En un contexto de persecución religiosa en Nicaragua, monseñor también aprovechó para referirse a quienes merodean los templos para «asustar y espiar a sacerdotes».
A estas personas las invitó a reconocer «su servilismo y la inutlidad de su intento por acallar la voz de Dios».
El prelado, quien es una voz incómoda para la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, sostuvo que el profeta debe alzar la voz y llamar a la conversión, pese a los ataques.
«Al cumplir o no cumplir su misión el profeta se juega su propia vida. Un profeta carga sobre los hombros la historia de su pueblo con todo lo que implica de dolor, humillación, opresión, exilio y muerte. El profeta ve la historia con los ojos de Dios y no duda en denunciar todo lo que se opone a su voluntad», enfatizó.
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