A Orlando Beltrán no le da miedo nada: ni recorrer una ciudad fría en las noches, por lugares solitarios, inseguros, invisibles… ni pisar ni oler heces de humanos debajo de los puentes, ni atender a aquellos que se acercan a él, incluso, en medio de un ‘viaje’ generado por las drogas.
Su único propósito es dignificar a las personas que viven en las calles, contra todo… contra el frío, la indiferencia y la incertidumbre. En entrevista con la Voz de América, explicó que en la pandemia su trabajo se intensificó pues estos habitantes estaban aún más que olvidados y se incrementó el número de personas desalojadas.
“Nosotros no podemos estar dentro de una sociedad, dentro de algunas ciudades donde no miremos a quienes realmente nos necesitan. Hace tan poquito estas personas eran quienes nos atendían en nuestro sitio, donde comprábamos hamburguesas o era nuestro abogado, algo así… Y, ahora, ellos están en las calles, entonces debemos dignificar a los seres humanos, no seguir ignorando esta problemática que está a nivel mundial», dijo Beltrán.
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«Lo estamos haciendo en todo Colombia y muy próximamente en Latinoamérica”, afirmó.
Para este colombiano de 40 años, si no se le presta atención «a la habitabilidad de calle, entonces no estamos haciendo ningún tipo de prevención para que no sigan llegando más personas a la calle».
Una labor que no cesa
Hace 16 años, este colombiano comenzó con esta labor -gracias a la vena solidaria y fraterna que heredó de su madre- y creó la fundación El Banquete de Bronx.
¿Por qué Bronx? Alude a uno de los condados de la ciudad de Nueva York que tiene ese nombre y ha sido llevado al cine innumerables veces, muchas de ellas para el abordaje de temas relacionados con la violencia, que ha campeado por calles de algunas de sus zonas durante décadas.
«Es peligro… en todas las ciudades hay un Bronx», dice Beltrán. Y banquete porque es «en la calle, todo es válido como un banquete porque el hambre siempre está».
Aunque Beltrán vive fuera de la ciudad, dos veces por semana -una en la noche y otra en el día- sale a recorrer los sitios de Bogotá donde su fundación ha podido llegar.
Su primer punto es una pequeña bodega donde guarda kits de aseo, mantas para el frío, plásticos, cobijas y todo aquello que llega de las donaciones de voluntarios o personas que se van cruzando en su camino.
Se equipa como aquellos soldados que van a la guerra. Pero, en vez de fusiles y balas, carga un morral con jugos, galletas, bocadillos -dulce de guayaba-, plásticos grandes y gruesos para quitarles un poco el frío, cobijas, un botiquín con medicinas para aliviar el dolor y una tarjeta que entrega a sus beneficiarios que les permite identificarlos para luego entregarles alimentos.
Ahora no tiene pareja y, aunque no tiene hijos biológicos, cuando sale a recorrer las calles, tiene miles que se aferran a él como un imán, para saciar el frío y hambre o cuando necesitan alguna medicina para calmar el dolor.
Orlando saluda desde su modesto automóvil, que en la parte trasera va atestado de suministros.
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“¡Don Orlando, ya lo estaba extrañando!”, le grita alegremente uno de los habitantes de la calle, mientras sonríe y deja ver que apenas tiene dientes. Él, sencillo, sonriente, mueve su mano para llamar la atención de su ‘parche’, como le dice al grupo de las personas que ayuda y a quienes considera sus amigos.
En la calle, todos lo identifican por su chaqueta neón, su particular pito -que les sirve para llamarlos- y por su corazón.
“Ahí esté el del banquete”, dice un exproductor de cine y televisión, cuando ve que el carro se acerca a una esquina, donde tiembla de frío. Se saludan con los codos y le da las gracias cuando recibe unas galletas.
“Él era un profesional muy bueno, pero le ganó la droga”, cuenta Beltrán.
¿Héroe o ángel?
Hace una parada, en otro punto de la ciudad. Se pone guantes negros y baja su morral y el botiquín. “Por aquí pareciera no verse nada, pero ya van a ver qué hay en la ciudad subterránea”, afirma.
Después de bajar hacia una canal de agua subterránea, advierte: “¡Cuidado pisan las heces!”. Y efectivamente… las hay por todas partes, pues en este el lugar viven, duermen, hacen sus necesidades y se alimentan algunos de sus ‘parches’.
“¡Buenos días!, grita Beltrán mientras se asoma a un orificio en medio de una pared. Al minuto, se ven dos pies salir por este pequeño espacio y, luego, un cuerpo entero. Se trata de Carlos Julio, uno de los beneficiarios de la fundación, quien se rasca los ojos al ver la luz.
César Julio le contó a la VOA que, durante la pandemia, la fundación le entregó tapabocas y elementos esenciales. Pero lo más inolvidable fue cuando celebraron su cumpleaños, al recibir un baño, cambio de look y fue invitado a una salida a un centro comercial.
Sobre Bletrán, César dice que “es de esas personas que son únicas en la vida… tiene ese corazón de colaborarle a uno que está en la calle. Muestra esa voluntad de que uno salga adelante, no como otros que llegan a pisotearle la vida”, agrega.
A unos cuantos pasos está ‘La Negra’, una mujer de edad que se cubre con plásticos, cobijas y duerme debajo de un puente. Y esta escena se repite una y otra vez por toda la ciudad. Un poco más adelante, una anciana que se camufla, en medio de basura y plásticos, junto a su única compañía: su gata ‘Panchita’.
La sensación es agridulce
Beltrán entrega estos suministros cerca del servicio público de transporte, debajo de un puente vehicular, cerca a una estación de gasolina… encima de unas lomas. También en un sector vulnerable de la ciudad donde al lado y lado se ven ‘cambuches’ y carretillas de recicladores.
Durante la pandemia, entregó ollas y parrillas para que cientos de beneficiarios pudieran cocinar y comer alimentos calientes.
Roberto, un barranquillero que se ha visto beneficiado con mercados, incluso antes de la pandemia, dice que no recibe «ayuda de absolutamente de nadie. Solamente de las personas de El Banquete de Bronx, que estuvieron siempre pendiente de nosotros, colaborándonos en esos días tan difíciles que fue bien complicado en la cuarentena. Nos proveyeron todo ese tiempo y continúan haciéndolo”, dijo Roberto a la VOA.
“(Beltrán) es una persona que los habitantes de calle que lo conocemos lo estimamos mucho por lo grande que ha sido la colaboración con nosotros”, agrega.
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Después de visitar varios puntos de la ciudad, la sensación es agridulce. A pesar de alegrar cientos de corazones, hay deudas pendientes, como la de Yulieth, una joven que nació en las calles y a sus 27 años se convirtió en madre.
Para Beltrán sería un sueño su rehabilitación y lograr salvar el futuro de su pequeño, pero casi al finalizar el recorrido del día, se la encuentra ‘perdida’ en la droga y, aunque ella lo mira esperanzada de volver a ver su hijo, carga en la mano y frota sin pena ni gloria una pipa de bazuco, usada para fumar cigarrillos a base de marihuana, cocaíca y otras sustancias.
Cuando se le califica a este colombiano de héroe o de ángel, dice que no lo cree y que estos adjetivos más bien califican a las personas que él ayuda.
“Yo no me lo creo, yo creo que más bien Dios depositó en mi corazón servicio y así lo voy a tener siempre. Los héroes son estas personas que nosotros sacamos adelante…. Unos verdaderos héroes porque la calle no es nada fácil… ellos son los que nos cuentan las grandes historias, nuestros verdaderos héroes”, afirma.
Otras ayudas
La fundación no solo ayuda a habitantes de calle colombianos. Orlando dice que, durante la pandemia, incrementó el número de personas que se quedaron sin techo, entre ellas, inmigrantes venezolanos.
“En Bogotá tenemos un promedio de 17.000 habitantes fe calle, de los cuales hay 3.000 venezolanos, y de ellos hay 1.000 a 1.200 consumiendo drogas en las calles», afirma. Según cifras oficiales del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) la cifra de personas que pernoctan en las calles es de 10.000.
“Nadie hace presencia en las calles donde ellos están. Entonces, nosotros tratamos de alguna manera ayudarlos para que puedan hacer nuevamente su vida y realizar sus sueños”.
Yeny Salazar llegó hace nueve meses a Bogotá, porque “la situación en Venezuela es demasiado… los niños están muriendo de hambre». Junto a su esposo, recicla en las calles de Bogotá.
Cuenta que la fundación de Beltrán los beneficia: “ha ayudado bastante porque la comida nos cuesta a nosotros comprar porque, a veces, pagamos pieza (habitación), y es la pieza o la comida… y no está saliendo mucho reciclaje tampoco”.
“El Banquete del Bronx es una bendición para nosotros”, agrega.
La fundación trabaja, gracias a la labor y las donaciones de los voluntarios, pero para Beltran falta más: la empresa privada.
Además de ayudarlos con elementos de aseo o para vivir, entrega a algunos de ellos el dinero para pagar uno o dos meses de arriendo. “Darles como un empujoncito para que ellos puedan salir adelante y puedan continuar con su vida como antes”, afirma.
Además identifica a jóvenes para darles la oportunidad rehabilitarse en otro país- como Guatemala, México, Uruguay, Brasil-, gracias a la figura de apadrinamiento.
A cambio, los jóvenes deben regresar a sus ciudades y “ayudar a sus otros hermanos de calle y enseñarles eso que han aprendido, ya que ellos tuvieron esa gran bendición de salir del país”, explica este filántropo colombiano que sueña con expandir la solidaridad y ser un referente de ayuda en las principales ciudades de Latinoamérica.
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