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Ser la niña de una mamá asesinada, las otras víctimas de la violencia

Niñas, niños y adolescentes que pierden a sus madres a causa de la violencia de género quedan en el desamparo, porque el Estado no tiene políticas de atención especial a estos casos.

Rosa Palacios miraba las noticias de la tarde el 3 de febrero del año 2014, cuando una de las historias, contadas de forma sensacionalista por un reportero local, la inquietó y la hizo sentir dentro de una pesadilla sin fin. El cadáver de una mujer había sido encontrado en un lote abandonado, cerca de una carretera principal en Masaya.

Su corazón se estrujó y un aire helado recorrió su cuerpo. Una certeza vino a ella de inmediato. “¡Esa mujer que encontraron ahí es mi hija, mi corazón me lo dice!”, comentó Rosa a una prima que la acompañaba desde hace varios días para buscar a la desaparecida de la familia.

Mariela de los Ángeles López Hondoy tenía 28 años y cuatro hijos. Había salido a trabajar el 30 de enero, pero “ya no regresó a casa”, nos dice Rosa mientras se esfuerza por  contener el llanto.

Foto: NI

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¡Es ella! 

Esa tarde la familia se fue con la mayor de las niñas a la policía a preguntar por el hallazgo. Tenía solo 10 años y le tocó vivir una experiencia aterradora. Le enseñaron la ropa a la niña y la niña dijo que sí, que esa era ropa de su mamá”, nos cuenta Rosa.

No fue lo único que le tocó hacer a aquella desconsolada niña. Por alguna razón incomprensible, las autoridades la llevaron a reconocer el cuerpo. Atónita y desconcertada, en aquel cuarto frío y lleno de muerte, la niña logró identificar un lunar y una marca de nacimiento de su madre y confirmar los presentimientos de su abuela. 

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La búsqueda desesperada de tres días había llegado a su fin de la peor manera. Rosa buscó a su hija en todos lados. En la casa de amigas, de vecinos, de familiares, pero la mujer nunca apareció.

Nos cuenta que después de tres días, “ya sospechaba” que algo no andaba bien porque, aunque Mariela se auxiliaba de ella para garantizar el cuidado de los niños, solía ser muy atenta con las necesidades de los pequeños de 10,9, 6 y 3 años.  “Yo decía no me llama, no viene ni siquiera a ver a sus chavalos, y yo sin un peso”, recuerda Rosa.

Aquel día fatídico de su desaparición, Mariela se había levantado a la una de la madrugada para lavar varias docenas de ropa, jornada que le permitía ganarse un dinero extra. Se fue apurada al trabajo a eso de las 9 de la mañana y esa fue la última vez que Rosa la vio.

Al pasar las 5:30 de la tarde ese día, hora a la que siempre regresaba a casa su hija, Rosa empezó a llamarla a su celular para tratar de saber si pasaba algo, pero Mariela no contestó.

Las siguientes llamadas entraron directo al buzón de voz. Al sobrepasar las 11 de la noche, las alarmas familiares se despertaron. Antes de esa hora podría suponerse que Mariela se retrasó, que tuvo un imprevisto, que se encontró con alguna persona conocida en el camino y estableció alguna conversación en la que perdió la noción del tiempo, pero a esas alturas ya nada parecía normal.

Rosa Palacios enfrentó el femicidio de su hija hace 8 años | Foto: NI

Fue entonces que Rosa llamó a sus otros hijos y empezaron a buscar a la mujer por todos los lugares que solía frecuentar, pero nadie pudo decir nada para calmar a la familia.

La búsqueda continuó hasta aquel 3 de febrero en que las noticias finalmente revelaron el destino de Mariela. Su cuerpo fue hallado en un avanzado estado de descomposición y su piel había sido en buena parte, devorada por las aves de rapiña que suelen sobrevolar esas zonas montosas donde fue encontrada, a solo unos kilómetros de su hogar, en el barrio Monimbó. 

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Fue ese cuerpo desfigurado el que le tocó ver a la niña de 10 años cuando le pidieron verificar si aquellos restos pertenecían a su madre desaparecida.

“‘Yo sé que mi mamá murió y que no la voy a volver a ver’, gritaba conmocionada en busca del abrazo de su abuela, que repentinamente se vio en la necesidad de asumir la tutela de los nuevos huérfanos.

La justificación de un femicida

¿Qué había pasado? ¿Quién había podido hacer algo así?, Mariela llevaba algún tiempo separada del padre de sus hijos, y su familia no le conocía novios ni pretendientes. Días después, las autoridades encontraron la respuesta: Gabriel Sandoval, la nueva pareja de Mariela, de la que Rosa no sabía nada.

La policía lo capturó en Diriamba, alojado en la casa de su hermano mayor. Hizo intentos por huir, pero no pudo.

Más tarde, confesaría: “Yo cometí el error y pido disculpas a la familia”, dijo el femicida ante los medios de comunicación.

Para Rosa y los cuatro niños no había excusas posibles. Su madre ya no estaba y ellos se encontraban desamparados.

 

 

Esos cuatro niños pasaron a ser parte de los 106 que según la organización Católicas por el derecho a decidir, quedaron huérfanos en 2014 debido a los femicidios. 571 niñas, niños y adolescentes más también perdieron a sus madres producto de la violencia machista entre los años 2015 y 2021. 

En 2021, 71 mujeres fueron asesinadas, 130 sobrevivieron a ataques violentos y 104 niñas, niños y adolescentes quedaron en la orfandad, según este organismo.  Gabriel Sandoval asegura que aquella tarde se encontró con Mariela y le pidió conversar unos minutos. La plática se convirtió en una acalorada discusión cuando, según dijo, la joven puso fin a la relación. Él terminó por estrangularla con el cargador de su propio teléfono. 

Ese mismo que repicaba y repicaba a causa de la desesperada búsqueda de la familia y que el asesino se echó al bolsillo antes de marcharse y dejar abandonada a la mujer. “Yo pensé que ella estaba bromeando”, dijo el hombre. El argumento más inverosímil para un crimen de este tipo, según la familia de la víctima. 

El teléfono que hurtó esa noche sería el que días después ayudaría a la policía a rastrearlo hasta su escondite. 

“No le bastó con apuñalarla, sino que le arrancó la cabeza”.

El femicida Ariel Mercado indica a la policía dónde ocultó la cabeza de Karla Rostrán | Foto: El Nuevo Diario

El nombre de Karla Rostrán es de aquellos que cuesta olvidar. La mujer fue primera plana de periódicos y nota principal de noticieros nacionales e internacionales en agosto de 2017 cuando fue encontrada en un camino semirural cerca de su casa con 59 puñaladas y decapitada. Su cabeza no aparecía.

La pareja de la mujer, el militar Ariel Mercado, fue de inmediato el sospechoso principal. Años de violencia y maltrato hacían creer a la familia que estaba detrás del aterrador crimen. Desesperadas, sus hijas de 17, 16 y 14 años aparecieron en la televisión nacional para pedir a su padre que se entregara.

“¿Por qué le hizo eso si ella no se lo merecía, no le bastó con las puñaladas sino que le arrancó la cabeza”, dijo una de las huérfanas entre lágrimas al noticiero Primer Impacto de Univisión que atraído por la brutalidad del crimen lo reportó en una larga entrega a una impávida audiencia internacional.

La adolescente contó cómo ella y sus dos hermanas presenciaron por años la violencia de su padre en contra de su mamá. “Siempre le daba maltrato, un día le dio con una pala, le sacaba sangre de los ojos, le dejaba morados, le rompía la boca”, dijo la adolescente.

 

 

Con palas y piochas los vecinos se sumaron a una búsqueda desesperada por la cabeza de Karla, pero no la encontraron.

Karla Rostrán había acudido en tres ocasiones a interponer denuncia por violencia, pero las influencias de su pareja, como miembro del Ejército de Nicaragua permitieron la impunidad, que terminó en un hecho que conmocionó al país y sumió a tres adolescentes en un trauma insuperable.

Cuando la presión social fue estremecedora, las autoridades finalmente presentaron al criminal.

“Vos Francisco, dejaste de ser mi papá desde el momento que le pusiste una mano a mi madre, vos no tenés perdón de Dios”, le dijo en medio de un llanto desgarrador una de sus hijas al femicida que ni siquiera se inmutó. 

Aída Carrión, directora de la Fundación Dina Carrión que atiende a niñas, niños y adolescentes huérfanos por los femicidios, indicó que los traumas de quienes pasan por este tipo de situaciones son tan fuertes, que “muchos de ellos no pueden ni hablar” y caen en estados de depresión profunda.

A eso se suma que, en la mayoría de los casos, las niñas y  niños no solo deben asimilar el asesinato de su madre, sino también la muerte de sus padres porque “en muchos de estos casos los padres se han suicidado, otros están prófugos de la justicia, entonces ellos no pueden superar eso”, indica Carrión.

Madre de Karla Rostrán muestra una foto de su hija asesinada | Foto: El Nuevo Diario

Estas tres adolescentes pedían a gritos a su padre que diera a conocer el paradero de la cabeza de su madre para poder enterrarla junto a su cuerpo, una petición que Mercado se negaba a atender.

Cuando finalmente el hombre accedió, las niñas lloraron y gritaron con tanto dolor que la historia de Karla jamás ha sido diluida por el pasar del tiempo.

Una abuela que dejó el retiro 

Han pasado 7 años desde el asesinato de Mariela en Monombó, y Rosa, quien meses antes de los hechos había dejado de trabajar para vivir una vejez tranquila, ha tenido repentinamente que empezar de nuevo.

“Para mí ha sido bastante duro estar criando a estos muchachitos porque a mi edad yo digo que es para que estuviera sentada sin hacer nada, pero sin embargo ahí salgo al frente con ellos”

En aquel momento los cuatro niños eran muy pequeños y requerían muchos cuidados. “Ese trajín de que iban a la escuela, levantarme oscuro (…) plancharles, lavarles y a cocinarles de mañana”, explica.

Los cuatro hijos de Mariela llevan 8 años viviendo con su abuela, quien no trabaja y depende de sus hijos para sostenerse junto a los niños | Foto: NI

A sus 63 años, la abuela convertida en madre de crianza no puede trabajar, así que depende mucho de sus hijos, que le aportan eventualmente con pequeños montos económicos.

“Yo ya no trabajo, yo vivo de lo que mis hijos me dan, eso mismo sirve para ellos”, relata.

La condición económica de Rosa y sus cuatro nietos ha sido dura, pero el trauma psicológico de lo sucedido quizás ha sido lo peor. “Ellos se me salían a la calle a esperar a su mamá, tal que una vez ella (la más pequeña) miró pasar a una muchacha que se parecía a su mamá y me dice una vecina “tu niña va dando la vuelta detrás de una muchacha que va ahí”, relata Rosa.

La ausencia de las madres, víctimas de femicidios, causa un efecto profundo en la vida de las niñas y niños.  “La mayoría de los niños están totalmente afectados después de una muerte violenta de su mamá, han vivido toda la vida con su mamá, entonces la vida le cambia porque van a un hogar nuevo con las abuelitas, entonces la secuela es mayor todavía, vivir el dolor de la pérdida de la madre, además de un nuevo hogar”, indica la psicóloga Carmen Solís.

Aida Carrión explica que los niños se ven enfrentados a nuevos “regímenes de disciplina de sus abuelitas” que “son personas que fueron criadas de otra forma”.

Pero para las abuelitas también representa retos enormes pues estas “tienen sus propias dolencias, tienen sus propios dolores, la pérdida de sus hijas” y el hecho de asumir su nuevo rol como cuidadoras o tutoras les impide procesar sus emociones.

Víctimas que apoyan a otras víctimas

La Fundación Dina Carrión conoce sobre el femicidio y sus duras secuelas en los hijos y las familias de las víctimas, pues también tiene su propia historia de violencia.

Dina Carrión fue encontrada muerta el 3 de abril de 2010 en el patio de su casa. El estado de Nicaragua alegó que fue un suicidio, pero la familia pagó un peritaje privado internacional que determinó que fue un asesinato.

Culpan a su expareja, a quien acusan de tener influencias en las altas esferas del poder y haberlas usado no solo para salir impune del crimen, sino para tomar la custodia del hijo de la víctima, a quien consideran un huérfano del femicidio al que no pueden acercarse por orden judicial.

Ahora desde el exilio, esta Fundación apoya a niñas, niños y adolescentes que quedan en el desamparo ante la falta de políticas estatales que les atiendan de forma integral.

“Nuestra prioridad es el apoyo psicosocial”, indica Aida Carrión, hermana de la mujer víctima de femicidio que dio el nombre a esta organización.

 

Al menos 66 mujeres han sido asesinadas y 96 niñas y niños han quedado huérfanos, según CDD | Foto: NI

Aida cuenta que entendieron el desamparo en el que se encuentran las familias y los hijos de las víctimas “por medio de la experiencia que nosotros tuvimos”, pues asegura que acudieron al Miniserio de la Familia en busca de apoyo para lograr restablecer el contacto con el niño pero nunca les apoyaron, creando una nueva herida familiar aparte de la pérdida de su hermana. 

Aída dice que las atenciones psicológicas las ofrecen con ayuda de una red de voluntarios, principalmente en el casco urbano de Managua, porque no cuentan con muchos recursos para extender su alcance.

Para ella, la Fundación permite a estos niños “la oportunidad de cortar el ciclo de la violencia”, ya que hace énfasis en que “muchos de los niños repiten el patrón de conducta de los hogares” y es posible que lo que vivieron en el hogar pueda forjar su personalidad en el futuro, a menos que reciban una atención integral.

En Nicaragua la atención integral a los huérfanos del femicidio es una tarea pendiente. De hecho, el gobierno de Daniel Ortega limitó los alcances de la Ley 779, Ley Integral Contra la violencia hacia las mujeres y pasó al “ámbito privado” la violencia de género, además de promover la “conciliación” entre las parejas con el pretexto de “proteger a la familia”.

Delitos contra mujeres sin justicia, abusadores son liberados por influencias

Es durante ese período de conciliación que han ocurrido muchos de los asesinatos contra mujeres por parte de sus exparejas, señalan las organizaciones feministas.

Martha Flores, coordinadora de la organización Católicas por el Derecho a decidir, recuerda que las estadísticas de femicidios disminuyeron cuando recién se aprobó la Ley 779 y se orientó al Estado trabajar de manera coordinada con las organizaciones de sociedad civil, pero tras lo cambios a esa legislación los asesinatos contra mujeres regresaron a su tendencia alcista.

Ahora destaca que las organizaciones están bajo la persecución del gobierno y asegura que esto “está afectando” la incidencia en la prevención.

Pero no solo eso, Flores también deja ver que los recientes indultos a reos comunes han permitido la liberación de “violadores, femicidas y acosadores” y advierte que esto pronto tendrá consecuencias en el aumento de víctimas.

Flores dice que los familiares de las víctimas sienten frustración porque el gobierno ni siquiera les informa cuando deciden liberar a uno de estos criminales, por lo que temen que estos se presenten “a vengarse” de ellos, por haber impulsado los castigos penales en su contra.

 “Es muy importante que la sociedad se involucre en este tipo de causas”, pide Aida Carrión, que recuerda que todo el país tiene una deuda con estos niños, niñas y adolescentes huérfanas y que el principal deber social es evitar que sus historias se repitan, para lo que recomienda hablar de la violencia y buscar métodos para su prevención. 

La mayoría de estas organizaciones son perseguidas ahora por el gobierno. Rosa reconoce que sin el apoyo de estas iniciativas de sociedad civil el asesino de su hija ni siquiera hubiera pagado condena, porque ellos proveyeron la  asistencia legal para empujar el caso.

Foto: NI

Hoy Rosa abre el álbum familiar con tristeza, trata de mantener vigente en su memoria el rostro de su hija. Tiene miedo, su tiempo vital se acaba y los nuevos hijos que le tocó recibir por causa de un crimen atroz, aún necesitan cuidado y protección.  

Autor
Nicaragua Investiga
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Se postulaba a cargos en organizaciones políticas, dividía y hacia entrevistas haciendo el papel de periodista.

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