Cuando José Daniel Ortega Saavedra fue condenado a prisión por un jurado en marzo de 1969, tanto su madre como su padre se pondrían en marcha para luchar por su liberación. Sus acciones incluyeron huelgas, protestas, entrevistas con medios de comunicación y denuncias internacionales. Nada que el Ortega de hoy no incluya en su lista de “actos terroristas”.
Lidia Albertina Saavedra Rivas, fue la primera mecanógrafa de Juigalpa. Nació en 1908 en La Libertad, Chontales, y contrajo matrimonio con el granadino Daniel Ortega Cerda. Tuvieron cinco hijos, pero solo tres sobrevivieron la infancia: Daniel, Humberto y Camilo.
Daniel Ortega Cerda fue antisomocista acérrimo y “anti-imperialista”, que admiraba a Sandino y le escribía cartas para expresarle su simpatía y sus ganas de sumarse a las filas de su ejército.
Según relatan sus hijos, en una ocasión fue apresado por la Guardia Nacional debido a sus muestras públicas de apoyo al que para entonces era considerado el enemigo número uno del régimen. Sus columnas de opinión en diarios nacionales eran la prueba de ese respaldo.
En marzo de 1933, escribió a Sandino que no quería quedarse “solamente en la filas de los nacionalistas intelectuales luchando desde las columnas editoriales de un pedazo de papel, sino que ardientemente deseo estar a su lado y luchar por lo más grande de nuestra patria, la libertad y el honor nacional”.
Ortega Cerda solo fue liberado por gestiones de su padre, Marco Antonio Ortega, quien era liberal y director del Instituto de Granada y gestionó directamente con Somoza García, a quien había dado clases en su infancia.
Tras la desaparición de Sandino, Ortega Cerda acusó públicamente a Somoza García de asesinar al general Sandino. Incluso, retó al fundador de la dinastía a darle muerte, a tal extremo de enviarle su ubicación y una fotografía para facilitar la captura.
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Daniel Ortega Cerda: promotor de protestas estudiantiles
Ortega Cerda no recibió la atención de Somoza García pero siguió siendo uno de sus más confrontativos opositores. Su correspondencia, recopilada por The Sandino Rebellion, revela los esfuerzos del padre del actual dictador por influir con su pensamiento político en la juventud de entonces.
En uno de sus artículos, Ortega Cerda propone a los estudiantes universitarios que dirijan como vanguardia las siguientes transformaciones sociales. Esto no sería un simple llamado, sino que él mismo alentó y organizó protestas en contra del régimen somocista.
“A pesar de la represión en ese momento se libraban aquí luchas estudiantiles y mi padre era el promotor, nos llevaba a los tres muchachos, éramos tres hermanos, a las protestas a las calles de Managua, fui a la represión en medio de las balas, porque ir a una marcha era enfrentarse a las balas, a los culatazos, a las torturas, a las prisiones”, dijo Daniel Ortega en el especial Presidentes Latinoamericanos.
El caudillo sandinista reconoció que durante esas protestas alentadas por su padre, los tres hermanos cometían actos violentos. “Empezamos a realizar, en medio de las manifestaciones, actos de sabotaje contra vehículos de la embajada norteamericana y contra vehículos de la guardia somocista, después de una de esas protestas, me capturan, voy a prisión, estoy cumpliendo 15 años cuando me detienen y conozco la tortura”, indicó el ahora también dictador.
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Desde entonces, Daniel Ortega Saavedra estuvo entrando y saliendo de la cárcel, y siendo obligado a trabajos comunitarios por participar de “actos de vandalismo”, protestas y realizar pintas y destrucción a la propiedad pública y privada.
Hasta 1969 cuando finalmente, ya dentro de las filas de un naciente FLSN, fue arrestado y condenado por el asalto a un banco. Estuvo siete años y un mes detenido. Durante ese período prolongado en prisión, Daniel Ortega Saavedra asegura haber sido sometido a constantes torturas.
“El cuarto de tortura se encontraba en la casa presidencial, en un sótano (…) estábamos aislados, teníamos un código ahí (…) lo que decía el cartelito era: prohibido hablar, prohibido cantar, prohibido fumar, prohibido sentarse y en la noche no se podían apagar las luces”, relató.
Fue precisamente por esas denuncias de tortura en prisión, que la madre de Daniel Ortega empezó activamente su trabajo en contra de la dictadura, que para entonces ya se encontraba bajo el mando de Anastasio Somoza Debayle tras el asesinato en 1956 del fundador de la dinastía.
Huelguista y movilizadora
A inicios de 1968, Lidia, ya de sesenta años, junto a las otras madres de los presos del somocismo, hizo huelga de hambre en las instalaciones de la Cruz Roja en Managua. “No se planteó la liberación de los presos políticos, sino mejorar las condiciones carcelarias”, recuerda el veterano periodista nicaragüense Guillermo Cortés Domínguez, quien en esa época colaboró como reportero en el periódico Barricada.
Cortés describe a Lidia como una mujer de “mucha autoridad moral y era muy respetada y muy activa… transmitía un aire de dignidad”.
La exguerrillera e historiadora, Mónica Baltodano, también la describe como una persona “linda, bien amable, sencilla; nunca fue prepotente doña Lidia”.
Entrando la década del setenta, Lidia estaba a la cabeza de un comité para la liberación de los “presos políticos” del somocismo, entre los que contaba a su hijo, asaltante de bancos. Durante esa década, el comité, la Iglesia Católica y la oposición civil a Somoza realizaron toda clase de demostraciones públicas, pues el somocismo no las prohibía, y con ellas lograron la liberación de varios presos.
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Baltodano menciona que las dinámicas principales fueron los paros estudiantiles, las huelgas de hambre y las manifestaciones. “Prácticamente todos los años había dos o tres jornadas” de protesta, explica.
En su sitio web Memorias de la Lucha Sandinista, la exguerrillera relata que en una ocasión, su madre Zulema Marcenaro y otras mujeres que exigían la liberación de los presos políticos participaron “en la toma del edificio de Naciones Unidas, para denunciar al régimen”.
A pesar de las determinadas y confrontativas acciones de los padres de Ortega para liberar a su hijo, lo que rindió frutos fue la operación guerrillera de un comando sandinista que secuestró a un grupo de diplomáticos, mató a un funcionario somocista y negoció la liberación de varios detenidos de su partido, entre ellos el que años más tarde se convertiría en el nuevo dictador de Nicaragua.
Pero antes que incluso Lidia Saavedra pudiera siquiera imaginar que su hijo sería algún día comparado con Somoza, ella se había convertido en un símbolo de lucha por los derechos humanos y los presos políticos.
Representa el rostro de las madres de presos políticos
“Esa mujer representó de muchas formas el deseo de decenas y cientos de esposas, de madres, de novias, de hermanas para que fueran puestos en libertad los presos políticos”, comenta Guillermo Cortés. En su opinión, es de cierta manera, una precursora de la Asociación Madres de Abril (AMA), la cual fue creada por progenitoras que perdieron a sus hijos durante las protestas antigubernamentales en el año 2018.
“Están hermanadas por sufrir la injusta represión a sus hijos, lo cual implica un dolor muy profundo”, añade. “Aunque no hay actualmente una voz que tenga quizás la fama y la aureola que rodeaba a esta señora, probablemente las líderes de AMA hoy tengan una mayor información, o sea, están mejor preparadas para llevar adelante diversas formas de protesta”.
“Ni Lidia ni Daniel padre estarían de acuerdo”
Desde que estalló la crisis de 2018, a Ortega no lo han detenido ni la lealtad ni el respeto histórico, ni la lucha que hizo su madre con los presos políticos de esa época, ni mucho menos por lo que luchó su padre.
Ahora, en las cárceles se encuentran personajes que antaño celebró como héroes de su partido, como los exguerrilleros Dora María Téllez y el ahora fallecido Hugo Torres, este último arriesgó su vida para liberar a Ortega durante el asalto a la casa de Chema Castillo.
En noviembre de 2019, se repitió la historia. Las madres de los presos políticos de Nicaragua, en compañía de sacerdotes de la Iglesia Católica, llevaron a cabo una huelga de hambre en la iglesia San Miguel Arcángel de Masaya pidiendo la liberación de los reos de conciencia y luego otra en la Catedral de Managua.
Ortega respondió con fuerza. Mandó a acordonar los templos con agentes policiales, impidió cualquier ayuda, cortó todo suministro y desató a los grupos parapoliciales para amedrentar a quienes quisieron asistirlas. Dieciséis jóvenes fueron arrestados mientras trataban de llevar agua a las madres y fueron retenidos hasta el 31 de diciembre.
Una pregunta es inevitable tras haber recorrido esta historia: ¿qué pensaría don Daniel Ortega Cerda de saber que su hijo lo consideraría un terrorista por organizar movimientos de estudiantes?, ¿qué pensaría doña Lidia de saber que, sin dudarlo, su hijo hubiera mandado a la Policía a asediar a sus compañeras de huelga en la Cruz Roja?
¿Es posible que se sorprendieran al ver que, en dureza, su hijo superó al dictador que ambos deseaban derrocar? Baltodano reflexiona y se pregunta: “¿Qué culpa tiene doña Lidia de las barbaridades de este dictador? Ellos, sus padres, le dieron buenos valores, pero él agarró por el lado dictatorial”.
Concluye señalando el inquietante hecho de que “Ortega ha utilizado el conocimiento sobre cómo se lucha para afinar cómo se reprime, para reprimir a todos”.
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