El sandinismo sabe que quien controla la educación controla la dirección que toma la cultura. Entiende que el cambio social puede ser tan orgánico como dirigido y así mismo la stasis social. Por esto mismo no quieren que quede sin controlar, que tome su curso y les deshaga, derrumbando las pobres bases del mito revolucionario nicaragüense.
Ya sabe la vanguardia rojinegra—si es que merece ese título—que aquel mito fundado en lodo y sangre sólo puede resistir tanta realidad. ¿Qué mejor manera de afianzar su posición que eliminando la capacidad colectiva de tomar conciencia?
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Se mata la conciencia matando a la educación. Si bien es cierto que las universidades controladas por la pesada mano del Estado siguen funcionando, hasta cierto punto, de manera regular, ofreciendo cierta educación, el proceso de formación es constante y no se realiza completamente si no se hace en un ambiente de plena libertad en el que las ideas se sostengan por sus méritos y no por otras presiones incivilizadas.
Atacar con leyes viciadas a la educación es rendirse ante ella en el plano moral, es aceptar el fracaso. Y qué fracaso tan estrepitoso el de la vacía «ideología» de un gobierno abandonado por el mundo entero y hasta por sus propios militantes.
No se pueden defender por las ideas. Incluso los regímenes más autoritarios del siglo XX tuvieron entre sus filas a mentes asombrosas, capaces y diligentes que moldearon sus doctrinas a niveles sofisticados. ¿Dónde está el Giovanni Gentile del sandinismo?, ¿dónde está su Vladimir Lenin y sus elaborados tratados ideológicos?
¿Dónde están los poetas ya de último?, ¿tiene el sandinismo un Luis Alberto Cabrales, un Ezra Pound, un Julio Cortázar que todavía haga belleza de tanta destrucción? Sólo Rosario queda ahí.
Todo se puede criticar de aquellos hombres y sus lealtades a tal o cual régimen, pero no se puede negar su esplendor y contribuciones, incluso si son criticables. Del sandinismo sólo queda un armazón pelado de todacosa de valor, dejando al descubierto nada más una máquina de violencia fría, calculadora, sin más motivo ni ideal que la propia existencia total sobre la mente y cuerpos de los nicaragüenses.
No hay sentido ni de la estética ni de la excelencia en la ‘vanguardia’ rojinegra y eso es resultado de su asesinato vil a la inteligencia, uno que ni el más recalcitrante fascismo o comunismo del siglo XX expuso. Con sus leyes se terminan de hundir en la oscuridad, pero desgraciadamente nos arrastran a nosotros con ellos y al pasado, un peor pasado.
Aunque las promesas de la Nicaragua liberal surgida en los noventa no se cumplieron por una violencia que fue incapaz de erradicar, al menos bajo ese manto era posible sentar las bases de una refutación a ese estilo de gobierno. Era posible postular modelos alternativos, era posible exponer las contradicciones y deficiencias de ese sistema.
El gobierno que acabó con aquella república mal hecha, pero mejorable, nos roba de la posibilidad de crítica y refutación, fundadas en la educación que atacan, porque es incapaz de sostenerse fuera de narrativas, historias manipuladas, mitos diseñados para ocasionar temor y llevar a las masas de su lado.
Fue precisamente desde las universidades autónomas que el somocismo toleró a regañadientes que el sandinismo obtuvo una plataforma para llegar a la juventud. Saben muy bien cómo funciona el poder y la subversión del poder, lo que les facilita la represión y la contrainsurgencia.
Que su ejemplo triste sirva de lección para todos los aliados de la inteligencia, para toda vanguardia real en verdad. No debe repetirse ese alzamiento contra los valores de la educación; nunca más en nuestra historia debemos desarmarnos de la imaginación.
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