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La gran piedra de la corrupción – Editorial

Como Sísifo en el Hades, los nicaragüenses llevamos la gigantesca piedra de los corruptos cuesta arriba en la colina de la historia.

Uno intenta sorprenderse, pero tantos años de escándalos se han vuelto rutina, y hemos llegado al punto en que una nación deja de resistirse a seguir repitiendo su historia; el punto donde parece que nos «acostumbramos» a la corrupción. Donde ya nos conformamos con «que si roban, no sea más de lo que robó el corrupto anterior».

La corrupción es el cáncer de esta república moribunda y parece que cada nivel del gobierno está contaminado. Uno se pregunta por qué todavía tratan de fingir que son probos, por qué aún no han terminado de arrancar de un tajo una Ley que ya no respetan, pero de la que hacen alarde todo el tiempo como grandes «emisarios» de la transparencia. Todo es parte del marketing y de la gran estafa que han llamado «Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional».

Así se desmanteló en Nicaragua la lucha contra la corrupción

Se escudan en palabras rimbombantes que han quedado en desuso desde hace décadas para pretender ser personas honorables y probas, sin embargo, su inmenso descaro queda al descubierto por sus acciones. Saben que cometen delitos contra toda la nación y creen que quedarán ocultos solo por estar protegidos por una mafia estatal que tiene el mismo modus operandi para beneficiar a sus aduladores y a la que no le tiembla el pulso para quitar recursos que bien podrían ser utilizados en combatir la pobreza o mejorar los servicios públicos, pero que en cambio son destinados a seguir engordando la insaciable red del servilismo. Una red que está más que repleta de tanto presupuesto que engullen «a pedazos».

Si no supieran que transgreden las leyes no actuarían bajo las sombras. De otro modo, no tratarían de ocultar lo que hacen. Pastora firmaría sus propios contratos ilegales; la Contraloría ya no existiría, ¿para qué?; de paso, Ortega se proclama Líder Supremo, Rosario Murillo Líder consorte y toda su familia adquiere título nobiliario.

Con esto nada cambiaría, todas las relaciones de poder permanecen estáticas y, a la vez, cambia todo, porque sin la fachada de la Ley y las ceremonias vacías, sin los remanentes estéticos y protocolarios de la república del noventa queda la fría realidad, una que obliga incluso al más fanático entre los sandinistas a aceptar que ya terminó la revolución y terminó de la peor manera: su vida la dominan desde El Carmen. Los Somoza solo cambiaron de rostro.

Nicaragua está al fondo de los índices de corrupción. Transparencia Internacional le asignó un 20/100 en su índice de percepción de la corrupción. El Grupo de Acción Financiera Internacional le considera un país «gris», es decir, poco confiable y susceptible al delito de lavado de activos, del cual la corrupción es precursor.

Pero más allá de estas abstracciones, la población es la que más percibe la disfuncionalidad engendrada por el saqueo, la irregularidad, el favoritismo, los actos arbitrarios. Un país sumido en la pobreza como el nuestro no se puede dar el lujo de mantener a una oligarquía de corruptos que, aparte de corruptos, son también incompetentes.

Los nicaragüenses llevamos la gigantesca piedra de los corruptos cuesta arriba en la colina de la historia. Un pueblo entero hecho Sísifo, cuando pensamos haber llegado al tope, cuando creemos por fin poder echar la piedra al otro lado de la colina y dirigirnos hacía un rumbo que nos permita parecernos más a una república, la piedra vuelve a caer rodando justo frente a nosotros.

Incluso puede que nos haya caído encima la piedra, aplastándonos, rompiéndonos los dientes o un par de costillas, pero nosotros bajamos a recogerla para volverla a subir. Tal vez algún día nos deshagamos de ella.

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