Un sábado de septiembre, abrazados por la oscuridad, los sandinistas se tomaron Estelí. A la cabeza del pequeño ejército que pretendía “liberar” al Diamante de las Segovias iba Francisco Rivera Quintero, conocido como “El Zorro”, de alias guerrillero “Rubén”. Él mismo era esteliano, pero esa vez no pudo darle a ese departamento la “libertad” con la que su facción irregular tanto fantaseaba. Más bien, la condenó a un infierno.
El presidente Anastasio Somoza Debayle declaró el estado de sitio y por consiguiente la Ley Marcial el 11 de septiembre de 1978, tres días después de tomado Estelí, pero también luego de haberse llevado a cabo ofensivas sandinistas en Managua, León, Chinandega y Masaya, así como la escaramuza del puesto fronterizo de Peñas Blancas, en el que 25 soldados de la Guardia Nacional enfrentaron y contuvieron a 300 guerrilleros que atacaban desde Costa Rica.
A esa avanzada simultánea la historia la conoce como la “insurrección de septiembre”. La respuesta de la Guardia Nacional fue llamada “Operación Limpieza”. El objetivo era retomar el control de estas ciudades a toda costa. Para ello, la Guardia, que servía como policía y como ejército a la vez, tuvo que utilizar todos los recursos disponibles.
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La clave de esa operación fue la movilización de los reclutas de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), el proyecto de modernización de la Guardia Nacional al mando del hijo del presidente, Anastasio Somoza Portocarrero, “El Chigüín”, quien años después explicó a La Prensa las dificultades de ese operativo militar.
“En León había unas noventa mil personas y quizá ochenta guardias, lo más, imposible mantener control sobre una ciudad”, explica Somoza Portocarrero. “Menos aún, cuando considerás la cantidad de fusiles que lograron meter los sandinistas muy hábilmente con la complicidad de los ticos, de los cubanos y los venezolanos”, añade.
La EEBI estaba a la vanguardia de la institución, entrenada para una amplia gama de situaciones, pero eran todavía cadetes. “Cualquier comandante militar estaría de acuerdo en que uno está bastante sobre-extendido cuando tus tropas en la escuela de entrenamiento son tus fuerzas de reserva”, escribió Somoza Debayle en su libro, Nicaragua Traicionada.
Fue esta sección de élite la que jugó un papel vital en recuperar algunas de las ciudades asediadas durante la insurrección de septiembre, mientras que la Guardia constabularia, la que servía de policía en las ciudades, la más de las veces resultó abrumada y parapetada en los cuarteles.
De sur a norte
La ofensiva de la Guardia vino de sur a norte. Primero Masaya, Managua, León y Chinandega. Estelí fue la última en pie, quizá por eso también fue la más afectada. Alex Pérez estuvo ahí el 8 de septiembre de 1978. Tenía apenas diez años cuando empezaron a aparecer los rifles en las calles, cuando iniciaron las balaceras, cuando el comando de la Guardia estaba siendo sitiado.
Al mando de la defensa de Estelí estaba el general Armando Fernández. Somoza Debayle comenta la situación del general en sus memorias: “Fernández necesitaba tropas adicionales, pero no las teníamos. Algunos en el Estado Mayor querían enviar a los reclutas de entrenamiento [de la EEBI] a Estelí, pero yo me opuse y señalé que esos chavalos habían hecho un buen trabajo y que la responsabilidad militar debía repartirse”.
“Para Fidel Castro, Estelí se había convertido en un símbolo”, alega Somoza. “Era muy importante para él que los sandinistas mantuvieran el control de la ciudad. Muchos de los guerrilleros entrenados en Cuba estaban en medio de la acción en Estelí y puede que esa sea una de las razones por las que tomó interés personal en la ciudad”.
Pérez cuenta que un sector de la población se unió en apoyo de la guerrilla, pues antes Estelí había sido escenario de demostraciones políticas antisomocistas, desde protestas hasta piquetes con bombas que hacían los jóvenes y colaboración en los cierres patronales. Estaba normalizado el espíritu de protesta.
Comenta que son cosas que ahora un niño de diez años ni se imagina. “Nosotros lo hacíamos porque estábamos empapados de esa lucha”, afirma. Recuerda que se levantaron trincheras con sacos de arena y con adoquines que eran arrancados de las calles, para proteger a los guerrilleros. “Durante todo ese tiempo, fue un combate permanente. Los bombardeos eran un poco más esporádicos, pero la infantería era permanente”, relata.
La Guardia Nacional tenía diez avionetas Cessna civiles adaptadas a uso militar, las llamadas “push-and-pull” que en la insurrección de septiembre fueron utilizadas en todas las ciudades ocupadas por la guerrilla. También había helicópteros y vehículos, la Guardia lanzaba cohetes, bombas e incluso fuego de ametralladora.
El infierno en Estelí: testimonios desgarradores
En Estelí, los primeros barrios en recibir el fuego del cielo fueron El Calvario, San Antonio y José Benito Escobar. La Cruz Roja contó 40 muertos para el 11 de septiembre. Se documentaron saqueos e incendios. Los pobladores huían del casco urbano como podían y en esa huida algunos acababan muertos. Para el 17, ya no había ni agua, ni luz y escaseaban la comida y los medicamentos. La ciudad recordaba a los asedios medievales que duraban meses, pero había pasado poco más de una semana y los muertos se acumulaban en las calles.
El 20, un ejército de al menos 1.200 hombres rodeó Estelí. El tránsito lo cerraron; nadie entraba ni salía de la ciudad. El combate que Pérez relata le trae a memoria a Stalingrado: “Durante todo ese tiempo se estuvo combatiendo de trinchera en trinchera. La Guardia a cien metros, los guerrilleros a cien metros”, disparándose.
La Guardia empleaba tanques Sherman, un modelo reliquia utilizado por Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, y equipos de construcción para derribar las barricadas. Más personas trataban de huir de la ciudad en llamas conforme se acumulaban los daños colaterales.
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En el fuego cruzado se encontraban en su mayoría civiles. Aunque según testigos, la Guardia Nacional advirtió a la población a través de megáfonos que iban a bombardear las calles de la ciudad para que pudieran tomar refugio, muchos perecieron aún dentro de sus hogares.
“También los aviones quemaban las casas. Los guardias andaban con recipientes de gasolina y prendían fuego. Esto daba horror. Todos estamos enfermos de los nervios. Vivimos días horribles. 21 días de angustia, de terror, sin agua, sin luz, sin comida. En la casa donde estábamos refugiados llegó la Guardia a registrar y es el colmo que las alhajas que tenía puestas, un guardia me las quitó”, dijo una ciudadana a una delegación especial de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
“Yo pude darme cuenta de que los rockets asesinaron a una señora que tenía trillizos”, lamenta Pérez, “y para ese entonces fallecieron ella y sus dos hijos. Uno de ellos se logró salvar porque estaba con la abuela”. Se refiere a Reyna Gutiérrez, caso documentado por la CIDH en su reporte de la situación.
La CIDH envió a Nicaragua una comisión especial para evaluar la situación del estado de emergencia declarado por Somoza en 1978. El organismo habló con personas afectadas por los enfrentamientos, guardó sus testimonios y visitó los lugares afectados, “donde todos los indicios corroboran el hecho de que en esos lugares existen fosas comunes de poca profundidad en las cuales se encuentran enterradas varias personas”.
“Me quemaron mi casa en presencia de mis hijos”
La Operación Limpieza se desarrolló con una crueldad abrumadora y a sabiendas de las autoridades, según la CIDH. Los testimonios de distintas ciudades hablan de masacres a diestra y siniestra, incluso de niños, enfrente de sus casas o en ellas mismas, frente a familiares. De Estelí mencionan varias escenas terroríficas.
“Me quemaron mi casa en presencia de mis hijos y mi marido”, documenta la CIDH de una pobladora esteliana. “Le suplicamos al guardia que no nos quemara, pero nos contestó que era orden superior de quemar ‘este pueblo hijo de puta’”. La pobladora asegura que sobrevivieron porque se arrastraron entre las llamas, perdiéndolo todo.
El esposo de la profesora Paula Ubeda de Morales, directora del colegio Alfonso Cortés, recibió permiso de la Guardia Nacional para enterrarla en su propia casa días después de que un francotirador de la Guardia la hiriera en sus piernas y luego la rematara mientras intentaba conseguir medicamentos junto al joven Omar Rugama.
Mientras la enterraba, llegaron soldados de la Guardia Nacional y obligaron “a varias personas que se encontraban allí, bajo sus angustiosas protestas primero a arrodillarse al lado de la fosa que habían cavado y después a tirarse en ella”. El señor Morales fue el primero en echarse a la fosa y cuando ya estaban todos ahí, los soldados dispararon sus ametralladoras.
El señor Morales, milagrosamente, “pudo salvarse para contar esta historia porque los otros cuerpos le cayeron encima. Esperó hasta que los guardias se habían retirado y salió para pedir auxilio y sepultar a los muertos”. Salió a pedir auxilio y terminó de sepultar a los muertos, entre los cuales se encontraba el hijo de Paula, Fernando Morales.
Después de liberar Estelí, la Guardia siguió con su cacería humana. El 8 de octubre, José Francisco Rugama Meza, de 41 años y Alfredo Altamirano Pérez, de 25 años fueron vistos por última vez por compañeros de trabajo mientras se los llevaban en un jeep del Instituto Nacional de Seguro Social (INSS). Ambos fueron encontrados posteriormente muertos, el día lunes, 9 de octubre, a 20 kilómetros en las afueras de Estelí, en estado completo de descomposición y en parte comidos de los animales, mostrando haber sido torturados y después baleados en la cabeza y todo el cuerpo.
Los cadáveres fueron incinerados y despojados de prendas y dinero.
La CIDH también reportó que “una persona herida que era auxiliada por la Cruz Roja, fue ametrallada mientras estaba en la camilla”, uno más de los testimonios que reportaron. A pesar del volumen de denuncias que la CIDH procesó y documentó, el organismo no informó de ninguna atrocidad perpetrada por los invasores de la ciudad, el Frente Sandinista.
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El polvo se posa de nuevo
El 22 de septiembre de 1978, en la primera plana del diario La Prensa aparecía el titular “Estelí ya no existe”. Para el 26 de septiembre, no podía decirse que Estelí tuviera “libertad”, ni tampoco que el silencio de la tragedia constituyese de algún modo “paz”.
“Hubo bastante miedo después de la pacificación. Todo lo que es el centro de Estelí fue destruido, fue bombardeado. Nosotros mismos, mi familia, tuvimos que salir de la ciudad. La mayoría de la gente logró salir para el lado del campo. Los campesinos nos abrieron las puertas de sus casas y nos auxiliaron porque no había comida y nosotros necesitábamos protegernos”, cuenta Pérez.
Yacían destruidos o en ruinas varios edificios, algunos notables como el Banco de América, la iglesia El Calvario y el edificio de la Inmobiliaria. Muchas casas sucumbieron a incendios que surgieron en medio de la contienda, o bien a raíz de los bombardeos. Los muertos se contaban en centenares.
“La guerrilla se retiró para las montañas y otros lograban salir fuera de Nicaragua. Nosotros estuvimos refugiados fuera de Estelí aproximadamente un mes”, recuerda Pérez. Estelí sufrió económicamente mucho después de terminado el ataque. Los saqueos, incendios, la caída de la población y las subsecuentes convulsiones de la estructura de poder somocista afectaron en gran medida a la ciudad.
Pérez describió las dimensiones de la mortandad: “toda la gente [muerta], los civiles y los que andaban en la guerrilla, los que estaban armados, fueron enterrados en algunas fosas comunes, en los patios de las casas porque no se les podía dar sepultura”. También hubo quema de cadáveres.
“¿Esos rockecitos chiquitos?”
“No va a gustar lo que voy a decir”, dijo Anastasio Somoza Portocarrero en su entrevista a La Prensa, “pero eso de bombardeos suena como a 40 aviones botando bombas por todos lados” y negó que ese fuera el caso.
Somoza Portocarrero minimizó el alcance de la estrategia de bombardeos: “¿Los push and pull con esos rockecitos chiquitos? Deben haber sonado como bombas enormes, pero eran rockets de señales… Lo que sí se usó mucho, por ejemplo, fue fusil sin retroceso, que es un tipo de bazuka y se usaban lanzagranadas, pero bombardeo de avión no”.
Alegó que la destrucción vino solamente “cuando la estrategia de estos señores [los sandinistas] cambia”. Los sandinistas “habían tratado de hacer una guerra en la montaña y yo creo que no les fue muy bien, entonces decidieron meterse en las ciudades y ahí sí que fue una movida brillante de parte de ellos, porque se decidieron escudar en la población”.
“Cien jóvenes idealistas bien intencionados, jefeados por un bandido zángano que sabe muy bien lo que está haciendo, metiéndolos dentro de la población civil para causar el efecto político y propagandístico deseado, olvídense, ahí está la solución para cualquier situación”, apuntó Somoza Portocarrero.
Por su parte, Anastasio Somoza Debayle celebró las victorias de su Guardia Nacional. “La ofensiva de septiembre había acabado y habíamos ganado… En esta ofensiva revolucionaria nos enfrentamos a un enemigo bien organizado. Hizo falta pericia militar para planear y coordinar tales ofensivas múltiples”.
Según Somoza, “la fuerza internacional estaba bien armada” y había “resuelto el problema de la logística”. “De ser esta una mera operación partisana, se les habrían acabado las municiones en poco tiempo. La ofensiva duró dos semanas y no podían cargar tantas municiones en sus espaldas”, aseguró.
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Acusó directamente al gobierno de Costa Rica de que el suministro venía de ese país a través de rutas designadas. Afirmando que, “al contrario de lo que informaron los medios, no fue un esfuerzo espontáneo. Esta acción militar fue diseñada para acabar con el gobierno de Nicaragua y abatir a Somoza”. No sería el último de esos esfuerzos.
Estelí volvería a caer ante la guerrilla en abril de 1979, a pocos meses del colapso del gobierno de Somoza. Aquella ofensiva la lideró una vez más Francisco Rivera Quintero y fracasó a los pocos días ante el avance de la Guardia Nacional, que en esa ocasión no utilizó aviones para bombardear, relegándolos a labores de reconocimientos; dos de las naves fueron derribadas por armamento antiaéreo de la guerrilla.
La Guardia dio por muerto a “El Zorro”, pero este aparece una vez más para intentar conquistar Estelí en junio de ese mismo año, cuando ya el somocismo enfrentaba una huelga general impulsada por el sector privado y su aparato militar empezaba a quedarse sin suministros producto del aislamiento internacional.
Estelí todavía existe
“Ahora, ya que soy adulto”, reflexiona Pérez, “para mí fue algo brutal y no sólo de parte de Somoza, sino también del mismo Frente Sandinista, porque trasladar esta guerra a la ciudad trajo gran cantidad de muerte en todas las ciudades, no sólo en Estelí”.
Hoy, el recuerdo de aquellos combates se ha disipado en la repetición de consignas y en la cotidianidad de las nuevas generaciones. “Lo que he visto es el relato que tienen algunas personas sobre los momentos que vivieron, pero no es algo constante que les cause tal vez una frustración grande”, dice el periodista Roberto Mora de Estelí.
“Cada vez que hay un aniversario, por ejemplo, como el 16 de julio, que es la liberación, dicen, de Estelí, a eso más que todo se ha reducido en la esfera del partido de gobierno. Los mismos actos del gobierno sandinista o de Daniel Ortega en estos años, han hecho que eso más bien quede como relegado a una celebración política y partidaria que, en su mayoría, la gente rechaza”, señala Mora.
“Nosotros sí lo recordamos, le contamos nuestras anécdotas a nuestros hijos”. destaca Álex Pérez, pero aclara que “no es lo mismo vivirlo a que ellos se imaginen cómo era la situación en aquella época”. Por desgracia, en 2018, muchos nicaragüenses tuvieron que vivirlo de nuevo.
La “Operación Limpieza” de 2018
Entre el 12 de junio al 24 de julio, una serie de operativos policiales y paramilitares se realizaron a nivel nacional. Su objetivo era acabar con las barricadas que habían paralizado el país en protesta contra los abusos del régimen de Daniel Ortega había perpetrado contra manifestantes en abril de 2018.
A diferencia de los operativos de Somoza, organismos internacionales e investigaciones periodísticas señalaron que los paramilitares y policías se enfrentaron a objetivos desarmados, sin entrenamiento militar alguno y bastante jóvenes.
“Lo de ahora es más grave. Se trata de un pueblo desarmado, cuyo único delito es exigir justicia, respeto a los derechos humanos y que haya democracia”, dijo al diario La Prensa Hugo Torres, general guerrillero y preso político fallecido en las cárceles de Ortega.
Aunque las claras desventajas entre un bando y el otro han reducido la dimensión de la destrucción, los muertos se siguen apilando en la historia de los conflictos por el poder en Nicaragua.
La memoria tampoco está a salvo. Rosario Murillo, vicepresidente y esposa del presidente Daniel Ortega, ha utilizado el relato de la insurrección en Estelí para sus motivos políticos. El 7 de abril de 2022, en su alocución y en ocasión del 43 aniversario de la segunda insurrección en Estelí, comparó las protestas en contra de su gobierno con los operativos de la Guardia Nacional en Estelí.
“El mismo gen, el mismo mal, el mismo corazón lleno de odio que quemó y arrasó, torturó y secuestró en abril de 1979… Este mismo episodio que vivimos, en abril también, no duró tanto pero impusieron destrucción, terror, crímenes, el mismo odio, la misma cultura de muerte, porque muchos de los que sembraron terror y odio en abril vienen de esas raíces, terribles y temibles, del somocismo”, dijo Murillo a pesar de que fue su gobierno el que reprimió a manifestantes desarmados.
Y es que el bombardeo de Estelí ha sido desplazado en la memoria colectiva por las balaceras a iglesias, por las cacerías de estudiantes y los horrores desatados por los escuadrones de la muerte rojinegros. Serán distintas las circunstancias, pero la violencia es en verdad un mismo motivo repitiéndose en el concierto que es la historia de Nicaragua.
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