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Tatuajes, el estigma social que todavía prevalece en Nicaragua

Los tatuajes suelen estar acompañados de diversos prejuicios, sobre todo de parte de las poblaciones más conservadoras quienes muchas veces suelen asociarlos de forma errónea con las pandillas

Carlos López ingresó durante la temporada navideña de 2018 a trabajar en la sucursal de una tienda como vendedor del área de juguetes y con su primer sueldo decidió hacerse dos tatuajes, uno en la muñeca y otro en el dedo índice. Desde entonces, inició a usar un reloj en el brazo izquierdo para poder ocultarlo.

Ninguno de los colegas de López tenía tatuajes —al menos, no visibles— y por ello temía que esto tuviese represalias en su trabajo. Nunca se lo mostró a sus compañeros ni a sus jefes. A pesar de que jamás tuvo malas experiencias en el lugar, quiso «evitarse chismes» para no perder la plaza.

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Los tatuajes suelen estar acompañados de diversos prejuicios, sobre todo de parte de las poblaciones más conservadoras quienes muchas veces suelen asociarlos de forma errónea con las pandillas. Por ello, Juan Rivera, tatuador nicaragüense, comparte que es bastante recurrente que las personas lleguen a realizarse tatuajes en zonas que resultan fáciles de cubrir, ya sea en la parte donde se ubica la manga de las camisas o la espalda.

El tatuaje en Nicaragua

El gusto de Rivera por el tatuaje inició a los 13 años, le gustaba el dibujo y empezó a practicar con sus amigos de secundaria con máquinas artesanales. Poco a poco, y gracias a diversas experiencias profesionales, logró perfeccionar su técnica y aprendió a trabajar con las debidas esterilizaciones, equipos y agujas.

Reconoce que el auge del tatuaje ha crecido actualmente, algo que atribuye al hecho de que también han crecido los artistas. El problema es que en este campo cada vez más amplio, también surgen personas que cobran poco y muestran portafolios de trabajos que no son propios, sino que son fotografías de internet, afectando luego a los clientes, según comparte el tatuador.

Imagen en primer plano de un joven tatuado.

Rivera señala que quienes mayormente le buscan para tatuarse son personas entre los 25 y 30 años de edad, aunque recientemente comparte que tuvo la oportunidad de tatuar a una pareja de 50 años «pero siempre en el ámbito de ‘ay, que me lo puede ver el jefe'». En el caso de sus clientes que trabajan en bancos —espacios que suelen ser exigentes con la presentación física—, estos le comentan que cuando van a eventos de trabajo, como la playa o similar, aún en esos lugares se los cubren de sus jefes, y ya no únicamente de los clientes.

Para el artista, este tipo de medidas forman parte de los prejuicios de los tatuajes. Como experiencia propia, señala que cuando viaja en el bus y le observan sus tatuajes, las personas se levantan y le dan el asiento, «creen que soy un pintón» agrega entre risas.

Juan Rivera, tatuador nicaragüense.

Cambios sociales

En el caso de Nectalí Mora, cronista deportivo del diario La Prensa, la situación ha sido distinta. Durante los años que lleva laborando para la misma empresa nunca ha percibido ningún tipo de estigma o llamado de atención, el único acontecimiento que recuerda fue cuando un ex compañero le daba bromas diciéndole que parecía «marero» o «pizarra», pero destaca que «fue el único dentro de toda una redacción».

Para Mora las personas hoy en día están tatuándose más, incluso profesionales, por lo que «poco a poco ese estigma que existe se va quitando de la gente». Agrega que «los tiempos, la cultura ha ido cambiando en ese sentido, la gente ha visto y consumido culturas de otros países donde se ve eso, es decir vos vas a Costa Rica y de 10 personas en la calle 8 o 9 andan tatuadas, es decir hay que ver eso, la gente se ha ido como que animando a romper esos estereotipos».

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Sin embargo, continúa siendo un tema que no está exento de prejuicios en todos los entornos. En el caso de López, tras dos años de su experiencia cubriendo un pequeño tatuaje en la muñeca, hoy en día cuenta con la mitad de su brazo izquierdo tatuado, y ha acudido a al menos dos o tres entrevistas de trabajo en las cuales siente temor de qué le dirán y por ello opta por utilizar una camisa que lo oculte un poco.

Imagen de un joven tatuado.

De hecho, dos semanas antes de esta conversación, comparte que acudió a una entrevista de trabajo durante la cual notó como la persona de recursos humanos le observó todo el tiempo el brazo, y aunque no intercambiaron palabras al respecto, asegura que se sintió incómodo y desconoce si eso llegará a afectarle en la obtención de la plaza laboral.

Un joven muestra sus tatuajes a Nicaragua Investiga. 

Rivera considera que es necesario que exista mayor respecto en la población para aceptar que el estilo de vida de quienes deciden realizarse un tatuaje es parte de «un lujo y algo muy personal» y que no debería pedírseles en las empresas que estos sean ocultados.

Por su parte, Mora agrega que «al final lo que tienen que ver es mi trabajo, no mi estilo, mi historial como periodista. La gente me lee y no se puede imaginar que tengo tatuajes, al leerme me imaginan de una forma y al verme de otra, lo que a la gente y a la empresa le debe interesar es el producto que yo les doy, no lo que tenga en mi cuerpo».

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