No fue un viaje planeado, mucho menos idealizado; ni siquiera lo había pensado con anterioridad. Migrar a Estados Unidos fue más que todo una válvula de escape para Flor de María Pravia, quien a sus 50 años estaba al borde de la depresión, sin recursos económicos y con tres menores de edad que mantener.
Trabajó una década y media para un banco en Nicaragua y hacía ya dos años y seis meses que estaba desempleada. Después de ese tiempo las reservas se agotaron. Los intentos por conseguir trabajo eran en vano, y sus tres años como estudiante en la carrera de economía en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) y su certificado de gestión en recursos humanos obtenido en un instituto tecnológico de Matagalpa, parecían no ayudar en su búsqueda por encontrar un lugar donde laborar.
Sumado a todas sus preocupaciones, su madre Lilliam Ruiz, de 72 años, estaba muy enferma, situación que generaba más presión sobre ella para conseguir dinero.
Flor Pravia tiene tres hijas y un hijo, dos de ellos son menores de edad, pero además tiene otro bajo su cuidado, que ha criado desde pequeño y tiene la misma edad que su hija más pequeña: 12 años.
Un día de octubre del año 2021 su situación económica no daba para más, al punto de que, para poder alimentarse, ella y sus hijos, los vecinos la ayudaban con provisión. Pravia no lo soportó y buscó una solución rápida y desesperada: emigrar hacia Estados Unidos para buscar una mejoría.
Una decisión desesperada
Habló con una de sus hermanas para acompañarse con su sobrino, Lesther Daniel Mejía Pravia, de 22 años. Su hermana accedió y ella consiguió quien le prestara 4,500 dólares y alistó una maleta ligera.
El 15 de octubre del 2021 Flor de María Pravia, Lesther Mejía Pravia y otros 31 nicaragüenses partieron en un bus del mercado Mayoreo en Managua, para emprender un viaje hacia Estados Unidos. Su primer destino fue Honduras, luego Guatemala.
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En estos países no tuvieron problema al momento de ingresar. Entraron a México cruzando en lancha un río y luego los trasladaron en una camioneta hacia Chiapas, donde “El Coyote” entregó al grupo de migrantes a otras personas.
La travesía de Pravia fue diferente en México. Ahí tuvieron que viajar por caminos externos a las ciudades, “rodeando por brechas”.
“En esos viajes el primer cartel que encontramos fue el cartel de Jalisco. Con ellos (las personas que los llevaban) hicieron trato y pudimos dormir en un hotel. Sólo que llegaban a contar para ver cuantas personas habían, pero no se metieron con nosotros para nada”, relata Flor de María Pravia.
La captura
El grupo conformado por 33 nicaragüenses pasó a manos de diferentes carteles hasta llegar a Reynosa, ciudad del estado de Tamaulipas, fronterizo con Estados Unidos. “Ahí se siente más inseguro uno porque hay varios carteles”, expresa.
Estando en Reynosa quienes estaban a cargo de llevar al grupo de nicaragüenses hacia Estados Unidos, los reunieron junto a personas de otras nacionalidades, y los abandonaron a la intemperie esperando a ser recogidos.
“Nos iban a traer en taxi de grupo en grupo y nos llevaban a una casa, donde estábamos como 80 personas. Ahí dormimos esa noche, pero al siguiente día en la mañana el señor que estaba en esa casa nos dijo que apagáramos los celulares porque andaba la policía y ellos detectan la ubicación, pero muchas personas no hicieron caso”, rememora Pravia.
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Al medio día del 29 de octubre la policía mexicana llegó a la casa donde estaban los indocumentados, cuando entraron los despojaron de sus celulares “para que no nos comunicáramos con nadie, porque ellos nos iban a llevar a un lugar más seguro donde nos iban a cruzar el río”, pero mientras decían esto los apuntaban con armas de fuego.
Luego de unas llamadas llegaron dos vehículos a recoger a las personas, pero Flor de María Pravia desconfió y supo lo que estaba pasando: la policía mexicana había vendido a los indocumentados al Cartel Los Zetas, y los trasladaron a unas bodegas para solicitar dinero por su rescate.
«72 horas para pagar o los matamos»
Al llegar a las bodegas les obligaron a dejar todas sus pertenencias, entre ellas celulares, mochilas con ropa y todo su dinero, después los obligaron a desnudarse por completo para cerciorarse que no llevaban más efectivo “porque al que llevaba más y no lo había dado, le iba feo”. En esa bodega golpearon al menos tres veces a Lesther Pravia, quien estaba con ellos hasta ese momento.
Los Zetas les permitieron hablar con sus familiares para notificar su situación, y exigían, por Lesther y Flor de María Pravia, trece mil dólares para liberarlos.
La familia Pravia en Nicaragua trató de conseguir dinero lo más que pudo, pero resultó casi imposible, por eso recurrieron a las redes sociales para tratar de obtener más apoyo. Para mantener las negociaciones activas, enviaron cuatro mil dólares como adelanto, pero tras efectuar el pago, Los Zetas los vendieron al Cartel del Golfo, quienes, además de subir el precio del rescate, los amenazaron de muerte.
“72 horas para pagar o los matamos” fue el mensaje que transmitieron a la familia, quien entró en pánico al escuchar la noticia. En México, hacinados en una bodega, sin comer y sin dormir Flor de María y Lesther Pravia escuchaban a los delincuentes reírse de la presión a la que estaban sometiendo a la familia.
Mientras eso sucedía, el sábado 6 de noviembre Lilliam Ruiz falleció, consternada de no poder pagar el rescate de su hija.
Una deuda enorme
Le costó un mes a la familia recoger el dinero para conseguir su liberación, entre préstamos y lo que pudieron recoger pagaron 16,000 dólares al Cártel del Golfo. Los liberaron el 17 de diciembre, de noche y en una balsa, en medio del Río Bravo, que divide la frontera de México y Estados Unidos.
Hasta la fecha, Flor de María Pravia se encuentra en Estados Unidos, con una estadía temporal mientras espera su juicio para definir si le aprueban permanecer allá, o bien es deportada nuevamente hacia Nicaragua. Según relató, esperará cumplir seis meses en el país norteamericano para solicitar un permiso de trabajo y comenzar a pagar la deuda adquirida tras su viaje.
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