Ángel Gabriel Martínez, diagnosticado con Leucemia Linfoblástica Aguda (LLA) y con «pocas probabilidades de vida» cuando apenas cumplía sus 16 años, se convirtió en el único sobreviviente de cáncer de un grupo de ocho niños y adolescentes que eran tratados juntos en la sala de oncología del Hospital Manuel de Jesús Rivera «La Mascota».
Eran las once de la mañana de un sábado 4 de septiembre de 2021, cuando Ángel en compañía de su mamá, Gemma del Socorro Martínez, de 44 años, recibió la noticia esperada; finalmente había venido el cáncer, que en 2020 cobró la vida de casi 10 millones de personas, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
«En el Hospital Manolo Morales dijeron que yo iba a morir, o sea que no había ninguna probabilidad de vida, pero gracias a Dios aquí estoy», expresa con alegría Ángel a sus 20 años de edad, quien hoy es estudiante de la carrera de medicina.
El joven narra que cuando le detectaron la enfermedad en agosto de 2018 creyó que sus planes y sueños se terminaban ahí, y perdió la motivación para vivir, a pesar de nunca haber contemplado el suicidio. Su madre fue ese impulso que lo animó a salir del estado depresivo en el que se encontraba para continuar el tratamiento en el hospital infantil, donde lograron salvarle la vida.
«Ella ha sido quien -desde el inicio de la enfermedad- me ha apoyado y animado a no sentirme solo; me ha brindado el verdadero amor de madre, siempre ha sido mi inspiración», asegura.
Durante ese tiempo conoció a otros siete pacientes que empezaron junto a él las quimioterapias, sin embargo no lograron vencer la enfermedad, y otros ni siquiera pudieron iniciar el tratamiento. Por tal razón, los doctores y su familia ahora lo llaman «milagro andante».
A sus 20 años de edad, Ángel es parte del 30% de pacientes con cáncer en el mundo que anualmente logra superar esta enfermedad, como lo indica la OMS; aunque en un promedio de cada tres meses deberá asistir a revisiones y chequeos médicos para reducir las posibilidades de una recaída.
Actualmente cumple un año y medio sin recibir quimioterapias.
«Se me hincha el pecho y con mucho orgullo puedo decir que he sobrevivido a una de las enfermedades más difíciles que se me pudo presentar en la vida», indicó el joven, quien lleva casi dos años sin tratamiento, y agregó que hasta cumplir cinco años se reduce en un 100% el riesgo de volver a enfermarse por cáncer.
El cáncer le cambió la vida
Ángel siempre fue un niño inquieto y a la vez aplicado; atraído por el sonido de la música empezó a tocar guitarra a sus 10 años, se integró al coro de su iglesia y siempre se caracterizó por la excelencia académica en sus estudios.
Al ser diagnosticado con cáncer, continuamente debía asistir al hospital para someterse a tratamiento con quimioterapias, y su cuerpo empezó a resentir la agresividad de esa medicación.
En tres ocasiones estuvo a pequeños pasos de ser internado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) al diagnosticarle hepatitis B, y otras veces por el rechazo de su cuerpo a las quimioterapias.
Con el inicio de la pandemia del COVID-19 en 2020, el joven tuvo que someterse a un aislamiento total por decisión de su madre, ya que su condición de salud lo ubicaba entre el grupo de pacientes con alta vulnerabilidad y alto riesgo de muerte en caso de contagio.
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Y aunque fueron tiempos críticos debido a que el colegio representaba ese espacio de distracción y olvido ante el doloroso proceso de las quimioterapias, logró vencer la soledad regresando a su plan de estudios desde su casa con tareas en línea.
«Debido a las bajas defensas, tenía que aislarme porque era el momento más fuerte de la pandemia», recuerda el joven.
Tal situación también lo obligó a saltar del Colegio Teresiano, en Managua, hacia la preparatoria de la Universidad Católica (UNICA), donde en 2020 terminó con éxito sus estudios de secundaria con un promedio de 93 por ciento, siendo excelencia académica.
Sueña con ser un hematólogo pediátrico
Atravesar el doloroso proceso de las quimioterapias lo motivó a estudiar medicina con el sueño de especializarse en hematología pediátrica, es decir, diagnosticar, controlar y tratar a niños, niñas y adolescentes con cáncer.
«Decidí estudiar medicina debido a mi enfermedad y porque también desde pequeño tuve esa inquietud. Quiero ser un doctor que no quite esperanzas, sino que ayude dando esa esperanzas a las personas», manifestó el joven.
Ángel es hijo único y habita en la casa de su mamá y su abuela, Lylliam Marina Zepeda, de 86 años, quienes se han convertido en el pilar de su vida y la inspiración que le permitió superar el cáncer.
A su juicio, la vida le ha brindado una segunda oportunidad que sigue aprovechando junto a su novia -con quien lleva cinco meses de relación- sirviendo en las actividades religiosas de su parroquia en un coro que ambos conformaron.
«Comienzo a valorar la vida, porque como jóvenes desviamos diferentes realidades que viven otras personas en los hospitales. Yo me siento muy feliz de haberlo logrado; es un orgullo ser un sobreviviente de cáncer», concluyó.
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