Lo más fuera de lo común aquel diciembre de 1972 había sido la victoria de la selección de béisbol de Nicaragua 2-0 sobre Cuba a inicios del mes. Fue inesperado porque Cuba ya era Cuba para entonces y no se esperaba que perdiera ante un equipo como el que llevaba Nicaragua.
En los días siguientes, los managuas siguieron celebrando aquella victoria mientras los días pasaban y se acercaban las fechas de Nochebuena y Fin de Año.
El día antes de la tragedia, el 22 de diciembre de 1972, la única señal digamos rara, fue que en Managua hubo un atardecer rojizo que extendió su tinte sobre el cielo. Se miraba desde el lago Xolotlán hasta los suburbios en la salida hacia Masaya y por el aeropuerto Las Mercedes.
Aquella Managua era una pequeña ciudad, bonita que, si bien no era una metrópolis, tampoco tenía nada que envidiarles a otras capitales de Centroamérica. No era necesario usar vehículo en aquel entonces porque todo quedaba bastante cerca y muy accesible. Bancos, iglesias, oficinas de Gobierno, restaurantes, cines. Todo eso y más estaba a pocas cuadras que se recorrían a pie.
También había mucha actividad nocturna. Estaba el Night Club Versalles que normalmente preparaba grandes shows, además del Gran Hotel que iba a ofrecer un baile de despedida de año para el 31 de diciembre de 1972.
Otro sitio famoso de la vieja Managua y que aglomeraba a varios comensales era La Espuela, un salón cervecero donde convergían profesionales para platicar entre vasos y botellas de cebada u otros cereales fermentados en agua, malta y lúpulo. También había otras opciones de esparcimiento en El Colonial y El Club Social de Managua.
Pero ese año no hubo festejo de Navidad en Nicaragua. No había nada que celebrar. Todo era luto. Diez mil muertos en vísperas de la mejor época del año.
Primer aviso
Fue un sismo a eso de las 10 de la noche del 22 de diciembre que dio el primer aviso a los managuas de lo que se venía. Ese primer movimiento alarmó a más de alguno, pero el que de verdad puso en vilo a los capitalinos fue el de las 12:35 de la madrugada del 23 de diciembre.
“Los habitantes de Managua bien podían, sin que se les tildara de locos, haber aguzado el oído a la espera de la trompeta. Si realmente habrá algún Día del Juicio, este fue el ensayo final”, escribió el periodista Horacio Ruiz en una de las crónicas que mejor describe la tragedia y que fue publicada en el diario La Prensa el 1 de marzo de 1973, con el famoso titular “En 30 segundos… Solo Hiroshima y Managua”.
“Imposible será a las generaciones futuras imaginar lo que vivimos los habitantes de Managua el 23 de diciembre de 1972. En la guerra la destrucción llega cuando todos han huido o se han refugiado. Es una desgracia prevista. En un huracán, los primeros vientos soplan advirtiendo, con relativa suavidad. En los grandes incendios se pueden huir. En un terremoto como el del 23 de diciembre de 1972 en Managua, todos sus 400,000 habitantes fueron lanzados repentinamente a un foso de angustia local. Al miedo del momento se sumaba el miedo del futuro. En segundos, todo se había convertido en nada”, relata Ruiz en su crónica titulada Ensayo del juicio final.
Román Gutiérrez tiene hoy 76 años y todavía recuerda que esa noche estaba esperando a su esposa que llegaba tarde de su trabajo. El sismo lo agarró en la cocina, mientras se servía un pinolillo. “Yo sentía que el piso debajo de mí se movía como agua, como las olas del mar. Primero me agarré de la mesa y después me metí debajo de la mesa”, recuerda el hombre que por el movimiento derramó el pinolillo en el piso.
De su casa, se rompió una pared de uno de los cuartos y se hundió el baño que estaba construido sobre una fosa que muchos años atrás funcionaba como letrina. Él vivía en la vieja Managua, cerca del edificio del Banco de América y lo primero que Rodríguez pensó fue que el edificio se había caído, pero cuando salió a la calle, vio que el edificio seguía en pie, pero las casas de la calle donde él vivía estaban totalmente destruidas.
En otro sector de la capital vivía Mariana Rosales, quien en aquel entonces tenía 23 años, recuerda que muchos viejos edificios se vinieron abajo. “Managua quedó pelona”, dice, para describir cómo solamente una pequeña parte de las edificaciones grandes de la vieja Managua quedaron en pie.
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Managua, a pesar de que era muy linda, no tenía construcciones fuertes y esa fue una de las principales razones por las cuales se vinieron abajo muchos hogares. La mayoría de las casas estaban construidas de taquezal, que era una especie de plancheta hecha de barro, lodo y zacate.
La caída de los viejos edificios hizo que se levantara una enorme nube de polvo sobre la ciudad. Se cortó la luz eléctrica y se registraron pequeños incendios en varias zonas que tardaron varios días en ser sofocados. Esa noche, la luna y las estrellas quedaron opacadas por el humo y el polvo.
Rosales y Gutiérrez coinciden al relatar cómo en las calles se escuchaba a gente gritando por auxilio desde los escombros. Eran gritos de ayuda, de dolor, de miedo, llanto. Después empezaron los rumores de que un barrio completo había desaparecido, y los que estaban al lado también. Repartos, residenciales y apartamentos. Todo caído y vuelto escombros en apenas 30 segundos.
Los managuas estaban todavía tratando de asimilar lo sucedido cuando de repente se movió la tierra otra vez. Un segundo temblor, que según Gutiérrez “hizo sonar la tierra” a eso de las dos de la mañana, terminó de botar los edificios que quedaron débiles por el primer sismo.
Los muertos. Primero se fueron contando de uno en uno. Después de dos en dos. Luego tres, cinco, diez, hasta que se volvieron incontables. Las estructuras de los hospitales también colapsaron. Solamente el viejo hospital El Retiro quedó en pie, aunque con graves daños en la edificación. Los heridos llegaban por montones y rápidamente saturaron los pasillos y salas del centro hospitalarios. Muchos heridos tuvieron que ser ubicados en los patios del hospital.
El exrescatista, Clemente Balmaceda, contó al diario La Prensa en 2017, que cuando llegó a la sede de la Cruz Roja después del terremoto, se encontró con que las instalaciones de dos pisos habían colapsado y las cinco ambulancias habían quedado bajo los escombros y varios voluntarios de turno habían muerto.
No había suficientes rescatistas para auxiliar a las miles de personas que quedaron bajo los edificios esa madrugada, de manera que los pocos que estaban tuvieron que improvisar. Los bomberos tampoco podían apagar el incendio que avanzaba sobre los escombros y las pocas casas que quedaron en pie.
El entonces comandante de bomberos de Managua, René Selva, también contó al diario La Prensa en 2017 que había ordenado al jefe de turno de la estación que sacara las cisternas a la calle porque no le gustaba el color rojizo que tenía el cielo esa noche ni el calor que estaba haciendo, pero cuando lo reemplazó otro jefe de turno, mandó a guardar las 16 cisternas, que quedarían aplastadas. Hora más tarde, no había cisternas para apagar el incendio que había sobre Managua.
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Amanecer tétrico
Al amanecer de ese 23 de diciembre, los managuas se dieron cuenta de la magnitud del evento. No se podía circular por las calles porque estaban destruidas y con escombros sobre las vías, los alimentos escaseaban, no había combustible, medicamentos, ni agua. Tampoco faltaba quien aprovechaba la desgracia para robar en comercios o en hogares que quedaron abandonados.
En Bolonia, los muros, techos, y paredes enteras que son armadas para residencias sólidas, estaban desmoronadas. “El Reformatorio de Menores, una estructura rectangular, se había deslizado de oeste a este, y parecía un enorme cepillo de los que se usaba antaño para raspar hielo”, describió Ruiz en su crónica.
En la calle 27 de mayo, había filas y filas de casas derrumbadas que llegaban hasta el viejo edificio donde estuvo el Seguro Social de cuatro pisos y que quedó extendido sobre la calle.
Los sobrevivientes tuvieron que velar a sus muertos de manera improvisada en las pocas casas que quedaron en pie y algunos tuvieron que velar a sus familiares en la calle. En medio de todo, la gente se dio cuenta de otra escasez: no había suficientes ataúdes.
Los cadáveres de los fallecidos eran tantos que se tuvieron que quemar en la vía pública o en fosas comunes debido al hedor que expedían por el avanzado estado de descomposición. En el sector de la carretera norte, hacia el cine González y varias manzanas más, el olor a carne muerta era insoportable, mientras las aves de rapiña sobrevolaban el lugar.
Entre las víctimas se contó a un hijo que tuvo Rosario Murillo con el periodista Anuar Hassan, después de que le cayera encima una pared de la casa de los padres de la hoy vicepresidenta. En cuanto a Daniel Ortega, él se encontraba detenido en la cárcel La Modelo desde 1967 por el asalto a un banco.
En Managua tampoco funcionaba la radio, mucho menos la televisión. Los managuas estaban incomunicados con el mundo, hasta que de repente, se escuchó un ruido familiar en el cielo. Era una avioneta blanca que hacía el primer vuelo de reconocimiento.
“No era nada más que una avioneta, pero en aquel momento resultaba una señal de vida, una como ilusión de que los managuas teníamos comunión con algo, por insignificante que era, y que ese algo estaba separado de aquel panorama desolado y terrible”, relató Ruiz en su crónica.
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Poco después, un helicóptero del Ejército voló de este a oeste en la misma misión de reconocimiento mientras los incendios ya cubrían manzanas enteras y avanzaba hacia el occidente de la ciudad impulsado por el viento. “El fuego sigue avanzando y no se sabe hasta dónde llegará”, fue el pronóstico de un bombero que cuidaba las ruinas de lo que fue el cuartel.
Para entonces, las autoridades del gobierno todavía no se pronunciaban sobre la tragedia. En ese tiempo, gobernaba una junta de gobierno encabezada por tres personas, a la cual se le llamó el triunvirato, mientras que Anastasio Somoza Debayle era el jefe de la Guardia Nacional.
Somoza Debayle aprovechó el caos generado por el terremoto y declaró una Ley Marcial, la cual le sirvió para hacerse con el verdadero poder en el país. Para limpiar la ciudad, Somoza ordenó que los escombros fueran arrojados al malecón, donde hoy se encuentra el puerto Salvador Allende.
Bajo la Ley Marcial, la Guardia también fusiló a varios saqueadores. “Se ha decretado la ley marcial. Se va a aplicar de inmediato. Detengan la robadera”, anunció la Guardia con megáfono la mañana del 24 de diciembre para que la gente dejara de saquear los comercios. Algunos de ellos fueron fusilados según admitió Somoza Debayle en febrero de 1973.
Reconstruir Managua tomó mucho tiempo. De hecho, con la caída de la dictadura somocista en 1979, todavía había varios lugares en la capital sin haber sido reconstruidos y había denuncias de que Somoza desviaba la ayuda internacional para su beneficio.
Entre los edificios más altos que había en aquel entonces estaban el del Banco de América, donde hoy se ubica la Asamblea Nacional, y el del Banco Central que tenía 12 pisos y con el sismo le quedaron solamente tres. De los pocos que soportaron el terremoto se cuentan también el Teatro Nacional, el Palacio Nacional, el cine Margot, el cine González y el hotel Intercontinental (ahora Crowne Plaza).
También sobrevivió la antigua Catedral de Managua, que sigue en pie, agrietada y clausurada porque en cualquier momento puede venirse abajo. Ha sido testigo de los momentos más históricos de los últimos tiempos, como el del triunfo de la Revolución Sandinista en 1979.
Desde hace 50 años, el reloj de esta gran mole gris sigue marcando la hora en que todo se detuvo para los managuas: las 12:35 del 23 de diciembre de 1972.
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