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La muerte de su hermana la convirtió en «madrina» de los huérfanos del femicidio

Este es un relato largo, así son las historias de femicidio. Estamos acostumbrados a que solo nos cuenten el final; el asesinato, el asombro, el sepelio… pero ¿cómo se llegó a ese punto? ¿Qué tienen para decir las víctimas después de su muerte?

Aída, aún recuerda la risa y los cariños de su hermana, Dina Carrión. Ninguna de las dos lo sabía, pero aquel invierno frío de 2009 era su última navidad juntas. Dina había logrado que su esposo; Juan Carlos Siles, le diera la autorización para que el hijo de ambos, de 6 años, pudiera viajar a Estados Unidos a visitar a su familia materna.

Las fotos de esos días parecen contar una historia feliz; un viaje a Disneylandia, Dina con sus padres y hermanas viviendo ratos agradables y una montaña de regalos para desempacar.

Dina Carrión y su hijo reciben regalos de su familia durante su última navidad en 2009. Foto: Cortesía.

Pero detrás de las fotos está una verdad que no se puede develar a simple vista. Por esos días, Dina andaba sumamente preocupada. Estaba viviendo un divorcio y su esposo amenazaba con usar todas sus influencias económicas y políticas para quitarle a su hijo.

Dina también estaba molesta, porque aseguraba que Juan Carlos se negaba a entregarle las ganancias que le correspondían de la empresa de serigrafía que habían construido juntos a lo largo de 19 años de matrimonio. Aida convenció a su hermana de que no necesitaba más esa lucha y que era tiempo de dejar eso atrás y buscar su propia subsistencia.

Con esa decisión tomada, Dina regresó a Managua en enero. Aunque iba clara de poner fin a la relación, el miedo no se alejaba de ella.

“El día que yo la fui a dejar al aeropuerto yo abracé a mi hermana, yo me despedí y mi hermana lloraba amargamente, le temblaba el cuerpo, tenía mucho miedo”, cuenta Aida sobre aquel momento, que entonces solo le parecía una despedida temporal como tantas otras.

“Tengo mucho miedo que me quiten al niño, ayudame por favor, que no me quiten al niño”, le repetía angustiada Dina.

Dina, disfruta con sus hermanos y familiares un viaje a Disneylandia en 2009. Solo tres meses antes de su muerte. Foto: Cortesía.

Ser la niña de una mamá asesinada, las otras víctimas de la violencia

Aída no entendía los temores de su hermana. Era una madre dedicada y atenta con su hijo y estaba segura que la ley la respaldaría y que ningún juez sería capaz de alejarla del niño. Pero nada tranquilizó a Dina aquella mañana. Se marchó con una angustia amarga y pesada, y sus ojos llorosos que se hacían cada vez más pequeños a medida que entraba a la puerta de abordaje del avión, quedaron como el último recuerdo que Aida tendría de su hermana menor.

Aída era la mayor de cuatro hermanos. Dina, le seguía. Tenían cinco años de diferencia. Sentía que tenía que protegerla, porque, además, era una niña con una personalidad tímida y melancólica, pero muy dulce.

Pasaron cinco años siendo nada más ellas dos antes que naciera su hermana Vilma Valeria. Durante ese tiempo, compartieron el cuarto, jugaban juntas y eran cómplices en sus travesuras. Luego llegó la hermana más pequeña y por último Humberto Yamil, el único varón. Eran los niños más unidos creciendo en la Colonia Centroamérica donde, en aquellos años aún existía la costumbre de socializar entre vecinos y todos conocían a aquellos alegres hermanitos.

Cuando en 1980 estalló una guerra civil en Nicaragua y el gobierno de entonces instauró el servicio militar para los hombres y se rumoraba que se extendería a las mujeres, el papá de Aida decidió enviarla a Estados Unidos para evitar que fuera reclutada. Tenía 17 años y su hermana Dina, solo 12.

Dina pasó a reemplazar la figura de hermana mayor que Aida había dejado vacía y entonces su personalidad cambió. La adolescencia dejó atrás a la niña tímida y de pronto, estaba en casa una muchacha extrovertida, alegre y muy sociable.

Tenía muchos amigos en la escuela y le gustaba el deporte. Era tan popular e influyente que la habían nombrado la capitana del equipo de Vóleibol en la secundaria del Instituto Pedagógico La Salle.

Pero la etapa de popularidad de Dina acabó pronto, cuando en un círculo de estudios conoció a Juan Carlos Siles cuando ella tenía 16 años. Cuenta su hermana que para esas fechas en que iniciaron su noviazgo, el joven se empeñó en limitar su vida social y la personalidad retraída y tímida de Dina regresó.

Dina en la secundaria del colegio La Salle cuando fue capitana del equipo de voleibol. Foto: Cortesía.

Juan Carlos había regresado de Estados Unidos, donde vivía su familia. Cuando los padres y hermanos de Dina le conocieron no les causó buena impresión, sobre todo porque lo consideraban “muy posesivo” y “la acosaba”.

Los padres de Dina decidieron mandarla a Hawai, para alejarla de aquel novio agresivo. En Hawai vivía Aida temporalmente mientras su esposo se encontraba de servicio militar en el ejército de Estados Unidos. Pero Juan Carlos insistía, la llamaba, hablaba con ella por largos ratos, hasta que terminó convenciéndola y Dina pidió a su hermana que la dejara regresar a Nicaragua.

Al volver al país, Dina se fugó con Juan Carlos para hacer una vida juntos.

Pero era solo el inicio de una historia de abusos, cuyo final su familia jamás se atrevió a sospechar.

La noticia fatal

Era la Semana Santa de 2010, un 3 de abril, Aída busca en su cuarto un DVD; una película de Cantinflas que sus padres querían ver. Era el filo de la media noche y la búsqueda de Aída se detiene por una llamada telefónica.

Era una vecina con una noticia estremecedora y surreal: “¡Dina se mató!”.

“En ese momento quedé aturdida, porque nosotros teníamos la versión que mis hermanas estaban camino a Rancho Santa Ana, en el balneario de Tola, para pasar el fin de semana de Semana Santa, el viernes santo, pensé que era un accidente de tránsito”, relata Aída.

Pero la aclaración de aquella vecina la descontroló más: “Dicen que se pegó un disparo”. Aída se tapó la boca para no espantar a sus padres, se lanzó sobre la cama y usó la almohada para ahogar los gritos desgarradores que le habían provocado aquella terrible llamada.

Vilma Valeria, hermana menor de Dina, era muy apegada a ella a causa de sus años juntas en Nicaragua luego de la salida de Aida. Foto: Cortesía.

La mamá de Aída entró el cuarto para saber porqué tardaba tanto su película y se encontró a su hija atacada en nervios, desconsolada.

Ya no pudo hacer más por guardar el secreto. La muerte de Dina embargó aquella noche oscura. Lo que sería una jornada de comedia y risas, terminó siendo el día más triste que esta familia puede recordar.

Testigos de femicidio no acudieron a llamados de auxilio

Ver hacia atrás

Para Aída la versión de un suicidio no parecía encajar con el enorme amor y apego que Dina tenía por su hijo. Tampoco con los planes de vacaciones que había hecho justo ese fin de semana.

Entonces vio hacía atrás, y encontró la respuesta:

“No conocés a ese hombre, es capaz de matarme”, le dijo Dina aquella navidad de 2009 que pasaron juntas. Esa noche su hermana se había atrevido a confesarle las amenazas de Juan Carlos Siles y sus temores de que le quitara al niño. Pero no solo eso, también le había enseñado varios mensajes y correos electrónicos violentos y obscenos de aquel hombre.

Aida se fue más atrás en sus recuerdos, cuando la empleada doméstica de la casa de la pareja comentó a sus familiares cómo Dina recibía fajazos de Juan Carlos, así como maltratos y ofensas.

Dina sentía vergüenza de confesar a sus hermanas que era víctima de violencia. Foto: Cortesía.

Los padres de Dina trataron de hacerla entrar en razón cuando se enteraron de aquellos agravios, pero ella sentía mucha vergüenza y se negaba a aceptar que era víctima de violencia.

Finalmente, ante la insistencia de su familia y la persistencia de los maltratos Dina aceptó regresar a casa de sus padres.

Fue entonces que la familia conoció el peor rostro de aquel hombre. La perseguía en su vehículo, la llamaba sin descanso, la amenazaba, y un día, cuando Dina fue con su familia a un balneario, Juan Carlos se apareció para insultarla y tratar de llevársela por la fuerza. Algunos de sus familiares intervinieron en su defensa y el hombre los golpeó. Fue una pelea campal.

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“Al día siguiente él se presentó a la casa a dar disculpas, pero nos dábamos cuenta que él tenía reacciones totalmente agresivas”, cuenta Aída.

Juan Carlos convenció a Dina, prometiéndole que se casaría con ella legalmente. Aquella promesa entusiasmó a la joven que decidió retomar la relación.

A los pocos años quedó embarazada y su vida como víctima de violencia continuó hasta aquel día en que se reportó su muerte.

Dina solo tuvo a un hijo, por el cual se inició una batalla legal tras su muerte. Foto: Cortesía.

La versión de Juan Carlos

El divorcio estaba en marcha. La relación de la pareja era insostenible, había acusaciones mutuas de infidelidades, y mucho maltrato de parte de él.

Dina no había ido con su hermana Vilma Valeria a Tola, porque Juan Carlos le había pospuesto la entrega del niño y ella debería esperarlo.

Pero esa noche llegó solo. Dijo que estaba en su cuarto escuchando música y que no salió de la casa sino hasta a eso de las seis de la tarde del 3 de abril.

Al encender la luz del porche, vio un bulto a lo lejos, cerca de la entrada principal, se acercó a ver de qué se trataba y fue entonces que se percató que era su esposa. Tenía un disparo en el pecho.

“Estaba muy deprimida”, dijo Siles a las autoridades para justificar la versión de un suicidio. “Siempre me hacía énfasis en problemas de dinero”, continuó.

Última foto de Dina Carrión en vida. Tomada en una reunión familiar la noche antes de lo que su familia califica como un asesinato. La misma ropa con la que la encontraron muerta. foto: Cortesía.

Dictamen forense

El padre de Siles había sido funcionario del gobierno de Arnoldo Alemán y tenía muchas influencias políticas aún a esa fecha, dice su familia.

La versión de un suicidio no era creíble para ellos. “El proyectil encontrado en el arma no concuerda con el proyectil dentro de su cuerpo”, relata la hermana de la víctima.

Además de eso; la policía dijo que el disparo fue en el pecho, de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda. “Mi hermana era zurda, las manos de mi hermana estaban resguñadas, enrojecidas, seguramente cuando hizo toda la fuerza, tenía un pedazo menos del dedo anular izquierdo, mi hermana forcejeó por su vida”,  comenta Aída.

También tenía golpes y moretones en la zona lumbar que las autoridades forenses nunca supieron explicar.

Aída Carrioón y su familia encabezaron una lucha feroz por obtener justicia y esclarecer los hechos. Foto: Cortesía.

La familia pagó cuatro peritos privados, dos nacionales y dos extranjeros. Todos llegaron a la misma conclusión: asesinato.

Pero Juan Carlos Siles no solo se libró de los cargos. Le dieron la patria potestad del niño y le impidió a la familia de Dina cualquier contacto.

Empezó una lucha feroz para verlo, pero Juan Carlos no cumplió las resoluciones judiciales que pedían restablecer el vínculo familiar materno.

Una nueva misión de vida

Fue en ese largo proceso que Aída conoció a muchas familias de víctimas del femicidio. Luchaban por sus hijos, en manos de los asesinos o habían quedado en desamparo porque la mujer a la que habían matado era su único sostén económico y emocional.

La Ministra de la Niñez y Adolescencia de entonces, Marcia Ramírez le confesó a Aída y su familia, que no tenían los medios para dar atención integral a los niños y niñas huérfanos del femicidio.

“Yo tenía un llamado, ya que no podía hacer nada por el niño (…) lo podíamos hacer por otros niños”, nos dice.

Aida Carrión junto a niñas y niños beneficiarios de los programas de la Fundación. Foto: Redes sociales.

Fue así que Aída dejó su trabajo y se alistó a una misión social. Creó la Fundación Dina Carrión. No había podido cumplir la promesa que le hizo a su hermana de no permitir que le quitaran a su hijo, pero iba a luchar por justicia y  ayudar a otros niños en desamparo.

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Fundación Dina Carrión apoya con útiles escolares, canastas básicas y atención psicológica a cientos de niñas y niños huérfanos por el femicidio. Una tarea que el Estado dejó en el olvido.

Cada día es más difícil obtener recursos y donaciones para seguir su trabajo. La crisis sociopolítica del país ha mermado las posibilidades de las personas de buen corazón que se conmueven con esta misión de Aída, pero ella sigue. Dice que siente que su hermana vive a través de las niñas y niños que puede tocar y cambiar con su apoyo.

Un encuentro ansiado

Dina Carrión con su hijo, quien al momento de los hechos tenía seis años. Foto: Cortesía.

Hace casi tres meses recibió un mensaje en Facebook. Era su sobrino. Ya alcanzó la mayoría de edad, 18 años, casi 19. Le dijo que estaría de viaje en Estados Unidos y le pidió verla unos minutos en el aeropuerto.

La familia se alistó rápido para ir al encuentro de aquel, que en su mente aún seguía siendo el niño de la casa. Aída quiebra su voz mientras nos cuenta sobre ese momento fugaz.

Lo abrazaron, rieron, lloraron y se volvieron a reconocer en sus nuevos y cambiados rostros.

Aída sabe que, aunque seguirá luchando por que se haga justicia en el caso de su hermana, no quiere lastimar a su sobrino amado y deja claro que siempre estarán sus brazos abiertos para recibirlo y hablar sobre lo que  él quiera.

Por ahora, se conforma con aquel efímero encuentro. “Nos volveremos a ver”, le dijo su sobrino mientras se alejó por el aeropuerto, la misma escena que casi dos décadas atrás se quedó en el recuerdo de Aída para siempre. La vez que su hermana regresó a Nicaragua hacia su muerte.

Autor
Nicaragua Investiga
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