Los procesos electorales en Nicaragua no han sido tan cívicos como se espera de un país en «tiempos de paz». Luego del final de la dictadura somocista, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional gobernó por casi cinco años bajo el fuerte rigor de 9 comandantes.
El 21 de febrero de 1984, esa Junta decidió convocar a elecciones generales de presidente, vicepresidente y diputados de la Asamblea Nacional.
El 4 de noviembre de ese mismo año se efectuaron las elecciones poco claras y severamente criticadas, porque el país ya se encontraba en una guerra civil. El FSLN ganó con 67% de los votos con Daniel Ortega como candidato a la presidencia y Sergio Ramírez a la vicepresidencia, para el período 1984 – 1990.
Pero casi de inmediato al derrocamiento de Somoza, se había formado una fuerza armada que luchaba por sacar al partido que recién se había instalado en el poder; la Contra. Era un grupo de nicaragüenses financiados por la CIA que acusaban al Frente Sandinista de quitar tierras a los campesinos y enriquecerse. Aunque también la integraban ex oficiales de la Guardia Nacional que querían a Somoza de regreso.
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Ortega recibió apoyo por la extinta Unión Soviética (URSS) en armamentos y logística para los enfrentamientos, que duraron 10 años bajo su gestión. El país se devastó por dichos enfrentamientos, dejando más de 150 mil víctimas, incluyendo muertos, desaparecidos, discapacitados, viudas y huérfanos. Su número nunca se logró establecer con precisión.
El analista político, Mauricio Díaz, sostiene que las elecciones de 1984 no fueron calificadas como “democráticas” porque había una guerra. Y ese escenario de elecciones generales fue la continuación de “suerte” para alargar los enfrentamientos entre los nicaragüenses.
“Las elecciones para el Frente Sandinista son un escenario de guerra, no son una fiesta cívica. Para ellos las elecciones son una suerte de continuación de la guerra por otros métodos, y hay que verlo de manera integral porque no han hecho elecciones típicas, clásicas de los sistemas electorales de las democracias representativas y participativas”, dice Díaz.
“En los 80 se dio la fusión Estado-Ejército-Partido. Hubo elecciones en 1984 que no fueron calificadas democráticas porque había un estado de emergencia, había una guerra”, reafirma Díaz.
Una guerra que urgía elecciones para llegar a su fin
La guerra terminó afectando la economía nacional de manera drástica, llevando al país a un período de hiperinflación de niveles históricos. La violencia creó desconfianza política en Centroamérica y tuvo como consecuencia disminución del comercio regional y la paralización económica.
El Producto Interno Bruto (PIB) cayó al 18% en la región. A esto se le llamó la “crisis centroamericana”. Los países afectados fueron El Salvador, Guatemala, Honduras y Costa Rica. En Nicaragua urgía unas elecciones para que se acabaran los enfrentamientos y la economía se recuperara, pero Ortega se rehusaba dejar el poder a pesar que los demás países le demandaban firmar un acuerdo de paz.
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El Grupo de Contadora trató de realizar esfuerzos de negociación regional, pero fracasó en junio de 1986. Por lo cual, el expresidente de Costa Rica, Óscar Arias, asume el liderazgo en busca de la pacificación del conflicto centroamericano.
En enero de 1987, Arias introduce el denominado “Plan Arias para la Paz” a sus colegas de la región. En febrero de ese año convocó a los presidentes de Guatemala, El Salvador y Honduras a una reunión en la ciudad de San José, Costa Rica, para analizar dicho plan. Después visitó en Nicaragua a Ortega, para discutir su iniciativa de paz duradera en la región.
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Esto le costó un precio alto a Ortega puesto que se vio “obligado” a firmar el Plan de Paz, a pesar que supuestamente Fidel Castro le advirtió que no lo hiciera porque era una “trampa” para sacarlo del poder mediante elecciones adelantadas.
Óscar Arias, artífice de dicho acuerdo de paz, manifestó en una entrevista con Nicaragua Investiga que en la primera reunión que sostuvo con Ortega le dijo:
–“La comunidad internacional lo apoyó, pero para que construya una nueva Nicaragua, no una segunda Cuba”.
La respuesta de Ortega fue: –“Tampoco voy a construir una segunda Costa Rica”.
“A mí me quedó muy claro que después de haber ganado una revolución estaba ahí para quedarse para toda la vida, evidentemente eso era lo que Fidel Castro le decía: “los revolucionarios cuando ganan una revolución no hacen elecciones”, destacó Arias.
El expresidente costarricense asegura que los países centroamericanos estaban de acuerdo en firmar Plan Arias para la Paz. En cambio, el gobierno sandinista se vio “obligado” a hacerlo ya que “ante los ojos del mundo iba a ser un desastre que no quisiera firmar un plan de paz cuando se estaba sangrando Nicaragua con la Contra”.
“Yo definí muy bien el plan de paz que entendía por democracia y entre eso estaba elecciones libres, transparentes, supervisadas y eso fue lo que él hizo”, dice Arias, quien añade que Ronald Reagan, expresidente de Estados Unidos, no apoyaba el acuerdo de paz sino que apostaba “ayudar a la Contra y sacar a tiros a Daniel Ortega del poder y no mediante una solución diplomática como la mía”.
“Hasta que llegó George W. Bush fue que el gobierno de Estados Unidos apoyó el plan de paz, pero James Baker que fue el Secretario de Estado, sabía que lo que quería para Centroamérica, y sobre todo para Nicaragua, era obligarlo a convertir a Nicaragua en una verdadera democracia”, señala Arias.
El Plan Arias para la Paz también es conocido como los acuerdos de Esquipulas II, y su nombre se debe precisamente por ser firmados por los entonces mandatarios centroamericanos en la ciudad de Esquipulas, Guatemala, en agosto de 1987.
El día que Ortega perdió
Un año después de firmar el acuerdo de paz, Ortega adelantó las elecciones porque influyeron varios factores, los cuales fueron: los enfrentamientos con la Contra, la iniciativa Plan Arias para la Paz y la depresión económica, que provocó una de las mayores hiperinflaciones en la historia en este país, por tal razón se ejecutó la Operación Berta ya que la moneda nacional no valía nada.
Por otro lado, la Unión Soviética daba por perdida la Guerra Fría con Estados Unidos y entraría en un período de hundimiento. Por eso a finales de 1988, el ex presidente y alto funcionario de Rusia, Boris Yeltsin, arribó a Managua para informarles a Ortega y los otros comandantes de que el financiamiento se acabó.
Las elecciones habían sido adelantadas para el 25 de febrero del 1989. La Unión Nacional Opositora (UNO), integrada por 14 partidos políticos, participó en la contienda electoral de 1990, llevando como candidata a Violeta Barrios de Chamorro. Pero en estas elecciones se tuvo que firmar un acuerdo con el gobierno de Ortega para que garantizara que el proceso fuese justo y transparente, lo cual permitió una fuerte supervisión internacional.
“Para hacer esas elecciones se requirió y se consiguió una presencia internacional extraordinaria, desde Naciones Unidas que estuvo presente, pasando por la OEA, por instituciones políticas como el Centro Carter y la Unión Europea”, recuerda Mauricio Díaz.
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Óscar Arias dice que Ortega habilitó cuatro domingos para que la gente se inscribiera ya que no había padrón electoral. A su vez asegura que Estados Unidos no creía que Violeta Barrios podría ganar la presidencia. Además recuerda que se habían hecho consultas con encuestadores en Costa Rica, porque a los nicaragüenses “le daba miedo decir por quién iban a votar”.
Rosa Marina Zelaya, expresidenta del Consejo Supremo Electoral (CSE), reafirma que la constitución de la UNO fue producto de una suerte de reuniones difíciles que llevaron estas organizaciones políticas. “Decidir quién iba a ser el candidato o la candidata a presidente, le costó muchas votaciones, le costó muchos enfrentamientos, pero finalmente llegaron a un acuerdo de quiénes iban a ser los candidatos”, afirma.
El 26 de febrero de 1990, el Poder Electoral anunció que Violeta Barrios resultó electa con el 54% de los votos y así derrotó en las urnas a Ortega. Este cambio de gobierno permitió poner fin a la guerra en Nicaragua.
Elecciones de 1996: la instauración del bipartidismo
Las elecciones generales del 20 de octubre de 1996 son recordadas entre las menos transparentes. Se denunció que hubo grandes problemas de logística en el sistema electoral y se encontraron centenas de boletas tiradas en cauces y en basureros. Este desastre empañó el proceso electoral dirigido por Rosa Marina Zelaya, Braulio Lanuza, Alfonso Callejas, Roberto Rivas y Fernando Silva.
Según reportes periodísticos de la época, después de las elecciones un buen grupo de ciudadanos protestaba en las inmediaciones del CSE. Ellos reclamaban sus 80 córdobas por cada día trabajado en las urnas, pero el Poder Electoral supuestamente no tenía cómo pagarles.
Como resultado del enojo de los quejosos se encontraron boletas en los cauces, en los basureros e incluso boletas quemadas. Ortega aprovechó para calificar como fraudulentas las elecciones y exhortó a sus fiscales para que estuvieran “vigilantes” en el escrutinio de votos, porque insistía en que había fraude electoral.
En las elecciones del 96 se consolidó el bipartidismo en Nicaragua entre los liberales y los sandinistas. Los resultados finales dejaron la presidencia con 51% a la Alianza Liberal, que llevó como candidato a Arnoldo Alemán Lacayo. En cambio, Ortega y su Frente Sandinista perdieron con el 38%. Esto significó para ese entonces que estas dos fuerzas acapararon el 89% de los votos. Fue así que ambas fuerzas políticas controlaron la Asamblea Nacional y nombraron a sus piezas en los diferentes poderes del Estado.
El bipartidismo ha sido tradicional en este país desde las luchas de independencia hasta el presente, las lealtades políticas se han agrupado entre lo que llaman “timbucos” y “calandracas”, legitimistas y democráticos, liberales y conservadores, hasta los años 70 y desde la década de los 80, con la revolución del 19 de julio de 1979, precisamente entre sandinistas y antisandinistas.
“¿Después que hemos visto? La corrupción, los acuerdos bipartidarios y bipersonales para la perpetuación en el poder y elecciones que han sido muy amañadas en donde muy pocos partidos hemos tenido la beligerancia de denunciar los fraudes electorales”, sostiene Díaz.
Elecciones 2006: Ortega retorna al poder
Después de perder el poder en 1990, Ortega se vio obligado a pasar 17 años en la oposición y desestabilizó el país mediante protestas violentas, porque declaró que iba a “gobernar desde abajo”. Su ambición al poder lo llevó a participar en cuatro comicios que no ganó, pero finalmente retorna a la presidencia en el 2007, gracias al pacto Alemán – Ortega.
Ese pacto ampliamente cuestionado redujo el porcentaje de votos requeridos para ganar la presidencia del país del 45% al 40%, o incluso el 35% siempre y cuando quien obtenga ese porcentaje tenga 5 puntos de ventaja sobre quien quede en segundo lugar .
Así Ortega obtuvo la Presidencia de la República en 2006 con apenas la base de sus votos históricos: del 35% al 40%. En estas elecciones se acreditó misiones de observación electoral nacionales e internacionales. Las más relevantes fueron: la OEA, la Unión Europea, el Consejo de Expertos Electorales Latinoamericanos y las organizaciones nacionales Ética y Transparencia, junto con el Instituto para el Desarrollo y la Democracia (Ipade).
Ya en el poder, Ortega se hizo con el control del Poder Electoral y organizó las elecciones municipales de 2008. Los resultados declararon ganador a Alexis Argüello, candidato del FSLN, lo cual fue rechazado por el candidato opositor Eduardo Montealegre que aseguraba haber tenido ventaja y ser víctima de un fraude. La renuencia del CSE a publicar los votos totales de esa elección avivaron los ánimos en las calles y eso dio lugar a protestas y enfrentamientos entre los dos bandos, hasta que la violencia se disipó por sí misma, pues la OEA no logró hacer que Ortega revelara los datos completos de esos comicios.
Ortega organizó dos procesos electorales presidenciales más teniendo control absoluto sobre el Poder Electoral y ganando él en todos. Los conteos totales nunca fueron entregados y en el último proceso, llevado a cabo en 2016 no se acreditó a la observación internacional y solo se permitió a algunos en calidad de «acompañantes», con accesos restringidos y funciones limitadas. El Centro Carter calificó esta medida como «un ataque hacia la comunidad internacional, y una violación a la propia ley electoral de Nicaragua».
Óscar Arias remarca que el regreso de Ortega vino a destruir a la oposición y se tomó los poderes del Estado y se convierte en “una especie de dictador hasta el día de hoy”. “La gran pregunta es: ¿va a hacer elecciones libres? ¿Se va a tropezar con la misma piedra que se tropezó en 1990?”, se cuestionó.
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“Tenemos que prepararnos para una elección que probablemente sea la madre de todas las luchas electorales, ya que este régimen no pretende soltar el poder por la vía pacífica y cívica”, manifestó Mauricio Díaz.
Ortega cumplirá 15 años de estar en el poder y se encuentra en un escenario parecido al que le obligó a abandonar el poder en 1990, pues la represión estatal de 2018, que dejó más de 300 muertos, encamina al país a tres años consecutivos de recesión económica y existe una enorme presión internacional que le demanda elecciones trasparentes, creíbles y observadas el próximo mes de noviembre como una vía a la pacificación del país y al retorno a la democracia.
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