21 de febrero de 1990. Daniel Ortega está distanciado de su esposa Rosario Murillo. Faltan 4 días para las elecciones. Para entonces los medios publicaban sobre su separación. La conflictiva poeta era considerada “constante motivo de escándalo y polémica” dentro del Frente Sandinista, según una publicación del diario El País de España, que en esa época le hace una entrevista sobre su relación personal con el guerrillero.
Esos conflictos constantes habrían deteriorado su convivencia, sin embargo, ese día no era cualquiera para Ortega. Era la primera vez que se sometía a unas elecciones abiertas y observadas y era el día en que cerraba su campaña electoral.
«Me había pedido que estuviese a su lado porque era un día muy importante para él. Al principio yo no quise (…) pero luego acepté porque me di cuenta de que me quería tener allí, me necesitaba», dijo Murillo a El País.
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Quizá la necesidad de Ortega de estar junto a su compañera de vida en esos momentos no respondía a los nervios por una eventual derrota, sino simplemente al interés de proyectar la imagen del candidato con una vida perfecta, pues perder no era algo que creyera posible, ni él, ni los comandantes que le rodeaban.
De hecho, el Frente Sandinista acepta hacer elecciones libres, justas y observadas debido al dramático cambio que tuvo el contexto internacional entonces, lo que le impedía seguirse sosteniendo en el poder solo por las armas.
Unos meses antes de haber firmado los acuerdos de paz conocidos como acuerdos de Esquipulas II en 1988, Boris Yeltsin, del partido comunista de la Unión Soviética llegó a Nicaragua. Se reunió con Ortega y le dio una mala noticia. Aquella que cambiaría la vida del sandinista: ya no había fondos para seguir financiando a su gobierno.
Aún así, Ortega se muestra renuente a las presiones de los presidentes centroamericanos para firmar el acuerdo de paz y adelantar las elecciones en el país abatido por una guerra de 10 años que suma entonces 50 mil víctimas.
La exguerrillera Mónica Baltodano, quien fungió como viceministra de la presidencia durante esa época, relata en sus “Memorias de la lucha sandinista”, que aceptar aquel acuerdo no fue una decisión de Ortega, sino de la Dirección Nacional del partido, que estaba convencida que no había forma de perder, porque en ese momento realmente creían contar con un amplio respaldo popular.
«La verdad es que la gran mayoría de los sandinistas teníamos seguridad en que ganaríamos. Lo afirmaban las estructuras, las organizaciones y también las encuestas que estaban a cargo de Paul Oquist”, escribió Baltodano.
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Pero los cálculos del Frente Sandinista estaban ajenos a la realidad. La degradación moral de “la lucha revolucionaria” con la repartición de bienes y propiedades confiscadas, el servicio militar obligatorio que arrebató a menores de sus hogares para llevarlos a la guerra y la hiperinflación que llegó al increíble número del 33,000% había desencantado a la población.
De la sonrisa de Daniel Ortega y Rosario Murillo sobre aquella camioneta en la que cerraron campaña electoral no queda nada la noche del 25 de febrero de 1990. Más bien la pareja muestra unas caras largas y angustiadas, incrédulas y expectantes.
Los conteos preliminares van revelando el voto oculto. Los nervios se apoderan por primera vez de los nueve comandantes sandinistas que finalmente advierten la posibilidad inminente de perder.
A la media noche la suerte está echada para el mandatario y su enorme circulo de poder militar. Se reúnen para analizar la situación, se culpan unos a otros y finalmente no hay más salida; aceptar la derrota.
Ortega llora delante de diplomáticos
Antes de reconocer su derrota a nivel nacional, Daniel Ortega quiere hablar con la ganadora; Violeta Barrios de Chamorro de la Unidad Nacional Opositora UNO, que aglutinaba a una veintena de partidos políticos antisandinistas.
Esa madrugada, va a su casa. Para suavizar la conversación se hace acompañar de Carlos Fernando Chamorro, hijo de la candidata electa, quien desde hace años dirigía el medio Barricada, órgano de propaganda oficial del sandinismo.
Cristiana Chamorro, su hija, entonces de 36 años está presente. También está el expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter, cuyo instituto de observación electoral vigiló los comicios. Hay también otra comitiva de delegados diplomáticos.
Al ver a su adversaria, Ortega no pudo contener su tristeza. Lloró.
“Yo fui testigo de ese llanto y de que mi mamá le dijo ¡Ay muchachito! no te preocupés que vamos a salir adelante y todo se va a solucionar”, relató Cristiana Chamorro al periodista Jorge Ramos de la cadena Univisión el pasado 21 de marzo de 2021, unos días antes de ser arrestada por el gobierno bajo supuestos cargos de “lavado de dinero”, pero que a juicio de críticos, responde a una estrategia de Daniel Ortega para sacarla de la contienda electoral, ante su anuncio de postularse como candidata por la oposición.
Después de la conversación Ortega salió cabizbajo. Prometió entregar el poder. Al día siguiente, a las 6 de la mañana ofreció una conferencia de prensa y pronunció las palabras que hicieron llorar a su militancia. Él ya lo había hecho.
“Quiero expresarle a todos los nicaragüenses y a los pueblos del mundo que el presidente de Nicaragua, el gobierno de Nicaragua va a respetar y a acatar el mandato popular”, dijo el mandatario.
Sin embargo, el día posterior Ortega cambió su discurso. Apretado en un pantalón jean prelavado, unas botas vaqueras y una camisa a cuadros, hizo convocar a miles de sandinistas en la plaza de la revolución, que entonces se conocía como “la plaza de los no alineados”.
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“Hemos estado conversando (La Dirección Nacional) sobre lo que ha sido, lo que es y seguirá siendo el Frente Sandinista de Liberación Nacional”, gritó a la gente.
“Nacimos abajo y estamos acostumbrados a pelear desde abajo (…) ahora que hay un poder popular (…) estamos en mucho mejores condiciones en el corto tiempo de volver a gobernar en este país desde arriba”, expresó furibundo.
Y sentenció que mientras ese día llegaba: ¡vamos a gobernar desde abajo!. La multitud le aplaudía.
«Soy yo la que voy mandar»
Las palabras de Ortega asombraron a la prensa nacional e internacional. Era a todas luces una declaración de guerra a la gestión de la recién electa mandataria.
En una conferencia de prensa, le preguntaron a Violeta Chamorro qué opinaba sobre las palabras del presidente saliente. Ella frunció el ceño, se puso firme y con una voz potente contestó a la prensa.
-“Conforme la Constitución de la república soy yo la que voy a mandar de ahora en adelante”, afirmó.
Los cuestionamientos de los medios continuaron. Ortega advirtió al gobierno de Chamorro- que aún no tomaba posesión- que el desarme de la contra sería indispensable para hacer que el Frente Sandinista abandonara la idea de la guerra e indagaron con Chamorro sobre esas afirmaciones.
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Entonces Violeta reveló en púbico aquella conversación en su casa con el líder sandinista. Parecía haber querido mantenerla en secreto para no herir el ego del guerrillero, pero esa tarde decidió que era bueno recordar a Ortega lo que se había acordado.
“El día que Daniel llegó a mi casa muy emotivo, porque (fue) muy emotivo él, le dije que no se preocupara que ellos eran nicaragüenses, que tiene derecho a quedarse en la patria, (pero) por supuesto que tienen que entregar el poder total, le dije frente a todos los que estaban ahí”, contó.
“No estoy diciendo mentiras”, dijo Chamorro, que agregó que además le aseguró a Daniel Ortega: “yo no quiero el armamento que tienen, no sé también si te lo van a recibir en otros países de donde te lo mandaron porque hasta el muro de Berlín cayó y todos esos países socialistas se están arreglando y ya el nuestro cayó también, así es que el poder lo tienen que entregar, y nosotros vamos a poner una fuerza pequeñita armada democráticamente y no como la tenemos en estos momentos”.
Ortega llegaba a negociar una “transición” viable para el Frente Sandinista. Quería que su hermano Humberto permaneciera como jefe del ejército. Además, buscaba conservar a la policía sandinista con todos sus dirigentes.
Violeta Chamorro y su equipo tenían temores, sabían que estaban lidiando con gente armada, acostumbrada a la guerra y al poder.
“Solo sabíamos que habíamos ganado, pero en un país donde nunca había habido elecciones y donde lo que estaba era un gobierno que decía que era for ever como decía Somoza también decíamos; bueno de qué sirve ganar si no se va a respetar ese resultado”, relató al programa Mi Vida, Mi Historia de Vostv, el exministro de la presidencia Antonio Lacayo (Q.E.P.D).
Lacayo dijo que la presidenta electa aceptó el pedido de Ortega, con la condición de que las fuerzas armadas se iban a profesionalizar y reducir. El apelativo “sandinista”, se cambiaría por “nacional” y Humberto solo estaría ahí “un tiempo prudencial”.
“El señor Humberto Ortega va a dejar el poder y voy a poner un representante”, le dijo aquella madrugada de forma contundente Violeta Barrios a un disminuido Daniel Ortega.
La costosa "piñata" de los año 80 que seguimos pagando
También se acordó un tiempo de transición de dos meses para entregar el poder y todas las instituciones del Estado. Aquello se concretaría el 25 de abril de ese mismo año.
Ortega se levantó, caminó hacía la salida y se fue del lugar. No durmió. Reuniones tras otras de un asombrado Frente Sandinista le siguieron. Discutían, entre otros temas, cómo quedarían todas las propiedades que se tomaron para sí y cómo existirían a partir de ahora sin los recursos del estado que hacían funcionar la maquinaria partidaria.
Alcanzó lo que nunca imaginó
Al salir de la casa de Doña Violeta Barrios de Chamorro aquella madrugada larga y lúgubre, Ortega debió haber recordado el momento en que la casualidad lo llevó del último puesto de los dirigentes del sandinismo a la cima del poder absoluto.
No era un líder, más bien tenía madera para el “trabajo sucio”, como quemar vehículos, hacer pintas, reclutar guerrilleros y asaltar bancos, un método de financiamiento del FSLN aceptado por varios de sus militantes.
Al triunfo de la revolución sandinista en 1979 se le nombra coordinador de la Junta de Gobierno solo por su carácter “atontado”, dijo el exguerrillero Moisés Hassan al periodista Fabián Medina, en su libro el Preso 198.
El poco protagonismo de Daniel Ortega, no opacaba la figura de los otros comandantes como el mismo hermano menor de Ortega; Humberto, o Henry Ruiz y Tomás Borge entre quienes existía una lucha de liderazgo.
Sin embargo, Ortega tenía algo que los otros no tenían, o, mejor dicho; alguien: Rosario Murillo. Su obsesión por el poder despertaría la ambición de Ortega y los otros comandantes se arrepentirían años más tarde de haber minimizado sus codicias.
En 1984 Ortega es elegido oficialmente como el Presidente del país. Conoce la adulación, la riqueza y el poder absoluto. En aquella infancia pobre, con pocas aptitudes intelectuales y a la sombra de la astucia de su hermano Humberto, nunca imaginó que lograría llegar hasta ahí y por eso era duro abandonar todo lo que había conocido.
1993: La batalla contra Violeta Chamorro
La advertencia de Violeta Chamorro se cumple el 2 de septiembre de 1993. Durante el acto de celebración del aniversario del ejército de Nicaragua la mandataria hace un anuncio que encoleriza a los hermanos Ortega.
“Hoy, cuando cumplo la primera mitad de mi periodo presidencial, debemos terminar esta tarea pacificadora, mi deseo es continuar la institucionalización del ejército cómo corresponde en toda sociedad democrática, nombraré un nuevo comandante en jefe del ejército el próximo año”, dijo la Presidenta.
Daniel Ortega lleva tres años desestabilizando el país con asonadas violentas, secuestros, huelgas y atentados. La permanencia de su hermano en el ejército es un peligro. Chamorro quiere asegurar la paz.
Después de su discurso ofrecido en el Centro de Convenciones Olof Palme, Violeta Chamorro es alcanzada por los dos hermanos.
“Salgo para afuera, común y corriente sin guardaespaldas y sin nada, porque no me gustan esas cosas y yo me sentí como en un sándwich; Daniel adelante y Humberto atrás”, contó Violeta Chamorro en el programa Esta Semana en el año 2005.
“Quien se molestó fue Daniel, casi golpea a doña Violeta delante de unos embajadores”, recordó el exministro de la presidencia Antonio Lacayo, quien presenció aquel incidente.
“Sino hubiera sido por dos ministros que estaban cerquita que me sirvieron de ángeles de la guarda yo creo que me hubieran pegado duro”, lamentó Doña Violeta.
La agresión fue tan grave que la presidenta hizo convocar a sus ministros de inmediato.
-“Quiero decirles que yo renuncio en este momento”, les dijo aún asustada.
La indignación era enorme, pero los ministros convencieron a Doña Violeta para quedarse y completar el plan de paz.
En la ruina moral
Después de eso las cosas no van bien para Ortega. Apenas se sostiene con fondos que le provee el líder libio Muamar Gadafi y finalmente pierde a su hermano en el puesto militar clave.
Al año siguiente le da un infarto, que según información recabada por el periodista Fabíán Medina en su libro biográfico sobre Ortega, permite un mayor control de Rosario Murillo sobre el líder sandinista que depende de ella para los cuidados médicos y el nuevo estilo de vida.
En 1995 el Frente Sandinista está en decadencia. Muchos de los altos cuadros cuestionan que Daniel Ortega haya tomado el control y no haya hechos esfuerzos por enmendar los “errores” que los llevaron a perder las elecciones 5 años atrás.
Las figuras más importantes de ese partido, como Sergio Ramírez, Dora María Téllez, Víctor Tirado, Víctor Hugo Tinoco entre muchos otros se separan y forman el Movimiento de Renovación Sandinista.
Ortega está acabado. Incluso su hermano, años más tarde le da la espalda, se vuelve empresario y cuestiona sus acciones. Solo le queda Rosario Murillo, la de siempre, la que lo acompañó incluso, después que Zoilámerica, su hija mayor, le denunciara por abuso sexual.
Daniel Ortega se quedó a recoger los pedazos de un partido que logró rearmar para sí mismo. Fueron años duros. Perdió todo lo que tenía; poder absoluto, adulación y parte de su riqueza. Lloró frente a quien lo derrotó y frente a una fila observadora de altas figuras diplomáticas. ¿la gran pregunta hoy es, va a hacer elecciones libres, se va a tropezar con la misma piedra que se tropezó en 1990?, analiza el expresidente costarricense Óscar Arias, precursor de los acuerdos de paz que motivaron las elecciones que pusieron fin al sueño de Ortega.
Gioconda Belli responde en una entrevista ofrecida a la agencia AP el 23 de junio de 2021. “Daniel Ortega quedó profundamente traumado después de la derrota electoral de 1990, pasó por encima de todos sus principios, perdió todos los escrúpulos, y ya no tiene más norte que conservar su poder al costo que sea”.
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