La rebelión de los mercenarios del grupo Wagner expuso debilidades en la posición del presidente ruso, Vladimir Putin, y plantea interrogantes sobre las crecientes amenazas que se ciernen sobre su supervivencia política, afirman los analistas.
Putin percibió inmediatamente el peligro este fin de semana y logró que el líder del grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, frenara la avanzada de sus fuerzas y aceptara un acuerdo para exiliarse en Bielorrusia.
Varios observadores apuntan que todavía es pronto para determinar qué consecuencias tendrá esta asonada para Putin, de 70 años, y que gobierna Rusia desde hace casi dos décadas y media desde la renuncia en 1999 de Boris Yeltsin, el primer presidente después del fin de la Unión Soviética.
En un momento en el que Rusia sostiene una invasión contra Ucrania, la rebelión expuso como una imagen ilusoria la idea de Putin como un hombre fuerte y todopoderoso y mostró a un político con fragilidades, que lucha por controlar a facciones enfrentadas.
«Putin y el Estado sufrieron un golpe duro, que va a tener repercusiones importantes para el régimen», afirmó Tatiana Stanovaya, fundadora de la consultora R. Politik.
El jefe de la diplomacia de Estados Unidos, Antony Blinken, declaró el fin de semana que la rebelión expuso «verdaderas fisuras».
«El inicio de un proceso»
Las agrias luchas internas que revela la revuelta, incluida la disputa personal entre Prigozhin y el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigu, demostraron que Putin ya no está posicionado cómodamente en un sistema vertical de poder.
Además, las fuerzas armadas no pudieron impedir que los combatientes de Wagner tomaran el centro de comando del ejército ruso en Rostov.
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Un giro sorprendente es que las negociaciones para que Prigozhin desistiera de su rebelión fueron mediadas por el líder bielorruso, Alexander Lukashenko, que suele ser percibido como un socio vasallo de Putin, que al final emergió como su salvador.
La revuelta se extinguió en unas horas, pero las imágenes de Prigozhin y sus combatientes tratados como héroes en Rostov colocan al Kremlin en una situación incómoda.
Todas estas interrogantes son cruciales a menos de un año de las elecciones presidenciales en Rusia en 2024, que tras las reformas en la constitución le permitirían mantenerse en el poder dos mandatos, hipotéticamente hasta 2036.
Putin no ha confirmado formalmente sus intenciones y no hay indicios de que ningún rival entre en la contienda, pese a que el gobernador de la región de Tula, Alexéi Dyumin, que fue guardaespaldas del líder ruso, se perfila como un posible sucesor de Shoigu y candidato a un posible ascenso.
Para Kirill Rogov, director de la consultora Re: Russia, «este no es el final de la historia, es el comienzo. Las rebeliones militares, incluso las que fracasan, muchas veces en la historia son el preludio, el inicio de un proceso».
En su discurso el sábado, Putin calificó la rebelión como «una puñalada por la espalda» y la comparó a la situación de 1917 cuando los primeros acontecimientos de la Revolución Rusa derrocaron al zar y el país abandonó la contienda durante la Primera Guerra Mundial.
Para Mark Galeotti, director del centro de estudios Mayak Intelligence, «nada de esto implica que el régimen vaya a colapsar pronto», pero señaló que la rebelión «lastra la capacidad, la fuerza y la credibilidad del Estado y acerca el día en el que este régimen caiga».
«Putin también perdió»
La invasión lanzada contra Ucrania impulsó un escrutinio minucioso por parte de los medios rusos en el exterior sobre la salud, el estilo de vida y el proceso de la toma de las decisiones de Putin, en muchas ocasiones proyectando la imagen de un dirigente enfermo, paranoico, cada vez más aislado y que pasa poco tiempo en el Kremlin.
Varios medios indicaron que Putin pasa la mayor parte de su tiempo en un recinto en el lago Lagoda, en las afueras de San Petersburgo, adonde se desplaza en un tren blindado, en lugar de viajar en avión para extremar las medidas de seguridad.
El Kremlin insistió en que Putin estuvo en Moscú durante el fin de semana y siempre ha desmentido las afirmaciones que ponen en duda su salud.
«Mi conclusión es que Prigozhin y Wagner perdieron», afirmó Michael Kofman, director de estudios sobre Rusia del Centro de Análisis Navales (CNA).
«Pero Putin también perdió y el régimen está herido. Queda por ver cuáles serán las repercusiones en el largo plazo».
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