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La sorprendente historia de una venezolana que obtuvo su nacionalidad canadiense

Salir del país de origen de forma forzosa es un proceso duro y que no termina con la llegada al nuevo territorio. Ser inmigrante requiere de enormes esfuerzos para conseguir nacionalidad. Conozca la historia de esta venezolana que logró establecerse en Canadá.

Eddy Ramírez es una venezolana que, tras varios años de haber migrado de forma forzosa de su país, finalmente consiguió la nacionalidad canadiense. Aunque la noticia ha sido recibida con alegría, llegar a este punto ha sido un camino de muchos esfuerzos.

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La joven salió de Venezuela tras finalizar su carrera de derecho a los 21 años de edad con el fin de continuar especializándose. Así, logró llegar a Canadá con una visa de estudiante extendida por seis meses para estudiar inglés. Sin embargo, estando allá decidió extenderla por otros seis meses para estudiar también francés.

Y finalmente, con el tiempo decidió que también estudiaría en el país norteamericano una maestría. Su madre se mostró de acuerdo con su decisión pues para entonces en Venezuela “las cosas estaban colocándose un poco fuertes con la oposición”.

Así fue como Ramírez solicitó un permiso para continuar más tiempo con sus estudios en Canadá, el cual fue aceptado ya que su madre había demostrado que contaba con la solvencia económica para asumir los gastos escolares de su hija.

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Por varios meses, la joven venezolana estuvo disfrutando de su vida de estudiante de idiomas en otro país, con una manutención mensual de mil dólares que su madre le depositaba para pagar su apartamento, alimentación y gastos personales. Sus clases de francés ya estaban totalmente pagadas. Todo parecía marchar bien hasta que una noticia cambió todo.

De tenerlo todo a tener nada

Cadivi (Comisión Nacional de Administración de Divisas) era el órgano regulador de las divisas del gobierno de Venezuela, es decir que este controlaba la tasa de cambio entre bolívares y otras divisas, hasta su cierre en enero de 2014.

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“Yo me acosté una noche a dormir en mi apartamento que pagaba, era feliz en ese sitio, me acosté ahí dependiendo de mi mamá al 100%, y me levanto al día siguiente con muchos mensajes de mi mamá desesperada porque el gobierno de Venezuela de un día para otro, sin ningún sentido de respeto, ni de nada, decidió cerrar todo tipo de cambio de Cadivi para transformar bolívares a dólares, privando a cualquier padre de mandarle a sus hijos en el extranjero”, comparte Ramírez.

“No importaba cuánto dinero tuviera mi mamá en la cuenta para mandarme a mí a Canadá, no podía, no había forma, el único mecanismo era el mercado negro” explica; una alternativa poco viable pues si un dólar equivalía a cuatro bolívares “cuando la inflación era mínima”, en el mercado negro ese dólar era alrededor de 60 bolívares, una diferencia exorbitante. “Su dinero de la noche a la mañana se volvió papel”, rememora Ramírez.

De la desesperación surge una oportunidad

El primer reflejo de la joven en medio de la situación fue retornar a Venezuela, donde tenía una vida cómoda, pues en su cuenta no quedaban ya más que 200 dólares y dependía totalmente de su mamá. El problema era que el boleto de regreso era de US$600. Las posibilidades eran limitadas.

“Yo me quedé en la calle”, dice Ramírez. “Yo estaba en Canadá, presa, no tenía como irme, no tenía como pagar mi comida, mi renta”. En medio de la desesperación, pensó que la única salida era entregarse ante las autoridades migratorias para que fuese deportada.

Sin un solo centavo, acudió a migración, ahí le contó su situación a una señora quien le comentó sobre un tipo de visa llamada “destitute student” es decir de estudiante indigente, “y eso era yo” reconoce Ramírez. Dicho programa ayuda a estudiantes que se encuentran en condición legal en Canadá pero que, por razones de guerra, un desastre natural o de caída del sistema bancario, enfrentan necesidades.

Bajo esa vía la joven venezolana logró conseguir una visa de trabajo y recibió un cheque de US$860 de parte de las autoridades migratorias. Ahora, tenía dos opciones, tomar el dinero para pagar su pasaje a Venezuela o quedarse en Canadá. Tras tres días de considerarlo, la decisión estaba tomada, Ramírez se quedaría.

Un camino de trabajo duro

Así, la joven venezolana que debió quedarse sin planearlo en territorio canadiense, inició a trabajar duro para poder costear su maestría. Estudiaba francés en la mañana, de ahí corría a trabajar hasta las 9 de la noche en una zona turística de Montreal, y luego se dirigía a su otro trabajo en el restaurante de un italiano que le proporcionaba las sobras de comidas ahorrándose los gastos en comida.

“Nunca pensé que fuese a ser tan difícil, nunca pensé que iba a ser tan duro, pero fue un reto que asumí, yo me senté y saqué cuentas, mi maestría costaba 30 mil dólares y tenía solo cuatro meses para pagar la mitad. Creo que jamás en mi existencia había trabajado tanto, trabajaba unas catorce horas al día, estudiaba cinco y el resto dormía, yo no tenía más vida porque mi objetivo era conseguir el dinero, quedarme en Canadá y ser abogada en International Business Law”. Una meta que logró alcanzar.

La ardua labor del inmigrante

Como dicen los venezolanos, Ramírez “le echó bolas”. Actualmente, ha culminado su maestría y ha creado su propia empresa de orientación legal para quienes deseen emigrar a Canadá.

“Canadá es un país realmente maravilloso cuando ustedes saben hacer las cosas, y cuando ustedes saben tomar las leyes y seguirlas. Y al final, si ustedes hacen las cosas como se deben, van a conseguir la residencia permanente y a futuro la ciudadanía, el vivo ejemplo de eso está aquí. Seis años después de haberlo perdido todo, de haberme quedado en la calle, logré conseguir el dinero para pagar mis estudios, logré comprarme un carro, tengo mi apartamento, puedo irme de vacaciones cuando yo quiera, y yo creo que logré esto porque el país le permite a uno hacerlo” comenta.

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«Conseguir la nacionalidad canadiense va siempre vinculada a esa ardua labor del inmigrante en trabajar para mantener una visa. Está vinculada a las ganas de progresar, de crecer, de soñar, de ayudar a los que dejamos en nuestros países cuando decidimos inmigrar. Conseguir la nacionalidad canadiense es más que tener un pasaporte azul. Es saber que pertenecemos a un país maravilloso que nos abrió sus puertas y nos acogió como suyos. Es saber que pertenecemos a un país con valores, un país que nos permite soñar en grande y conseguir todo lo que queramos»,  reconoce.

Y comparte que “para todos los que sueñan con conseguir este librito azul, no paren de trabajar, no paren de prepararse. El resultado es más grande de lo que jamás podamos imaginar”.

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