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Lisbeth Pérez, la mujer que ha enfrentado a dos dictaduras

Ataviada con un traje azul eléctrico, maquillada y sonriente, se encuentra Lisbeth Pérez en su vivienda. El azul de su vestimenta es llamativo, es el color del mar, de una parte de la bandera de Nicaragua. De su atuendo, lo único bello es el color. Durante esta entrevista con Nicaragua Investiga, ella porta el uniforme azul que los presos políticos son obligados a usar. Su indumentaria no estaba mugrienta o maloliente, pues ya salió de las mazmorras de El Chipote.

Esta excombatiente sandinista contó que, con ese uniforme, recibió la visita de los eurodiputados, quienes llegaron a observar las pésimas condiciones carcelarias impuestas a los nicaragüenses que protestaron en abril de 2018, primero, contra las reformas al Seguro Social y, posteriormente, contra la respuesta represiva a las manifestaciones ciudadanas por parte del Gobierno de Daniel Ortega.

Lucía Pineda Ubau fue detenida junto a Miguel Mora en diciembre de 2018.

«(En el penal) yo me enfermé. Lucía se enfermó del estómago. Teníamos diarrea, teníamos asco, ganas de vomitar todo el tiempo, dolores de cabeza, mareos. Yo pasaba mareada todo el día, acostada en esas piedras, en esas planchas», narró Lisbeth, quien fue compañera de celda de la periodista Lucía Pineda Ubau, ex jefa de prensa de 100% Noticias, canal informativo allanado por las autoridades gubernamentales en diciembre de 2018.

En tiempos de Somoza

La bandera de Nicaragua, con el escudo invertido, cubre una de las paredes de la sala de su casa. Su posición indica que en este país las cosas están al revés. Ella describe con incredulidad las similitudes entre la dictadura somocista y el régimen orteguista. «En el tiempo de Somoza, el pecado era ser joven… y, aunque no perteneciéramos a estructuras de guerrillas, igual éramos perseguidos… el hecho de portar un uniforme en las calles era motivo para que nos detuvieran. “Agachate ahí”, y con un Garand te daban. Yo a muchos miré morir así, a muchos hermanos y compañeros míos», detalló.

Uno de los episodios que marcó su juventud fue la golpiza que un guardia somocista le propinó a su hermano Edgard. El sargento Alberto Gutiérrez, alias Macho Negro, se ensañó con un grupo de jovencitos que estudiaban en el Pedagógico. Ellos transitaban por carretera a Masaya cuando a Macho Negro se le antojó reventar a golpes a uno de esos niños. Él tenía catorce años. Con una cadena, lo azotó hasta que los pobladores intervinieron. Lisbeth confiesa que otro de los motivos de su apoyo al Frente Sandinista fue presenciar «tantos crímenes sin razón». Los somocistas bombardeaban a la población con barriles de 500 libras, realizaban operaciones limpieza en los barrios, ametrallaban gente. No respetaban a nadie, ni siquiera a los niños, ancianos o mujeres embarazadas.

Lisbeth Pérez señala que el Frente Sandinista no surgió como una opción política, sino militar para defenderse de la tiranía somocista. Ella fue uno de los miles de jóvenes que se integraron voluntariamente a las filas de esta naciente organización. A los 16 años, en 1976, empezó a contribuir en la lucha por la libertad. Estudiaba el tercer año de secundaria en el Instituto Simón Bolívar cuando las células del Frente se aparecieron en busca de colaboradores. En la UNAN-Managua, «hervidero de estudiantes», conoció a varios líderes guerrilleros que los instruyeron y ayudaron «a llegar al triunfo». Desafortunadamente, en el camino, vio morir a varios de sus compañeros, a quienes quería como hermanos.

Lisbeth Pérez en su vivienda. Nicaragua Investiga/NI

Asegura que, en 1979, estaban ilusionados, con la esperanza de un «verdadero cambio en el país»; no obstante, la emoción por el triunfo de la revolución popular sandinista no le duró. A inicios de los 80, descubrió que la revolución por la que arriesgaron sus vidas empezó a desbaratarse, a desvirtuarse. A pesar de ello, tuvo que enfrentar a la contrarrevolución. Volvieron las batallas, la sangre, la muerte, el dolor físico y del alma. Hasta las madres de los héroes y mártires aportaron, una vez más, a la causa.

En 1986, se desligó del Ejército Popular Sandinista. Notó que los líderes revolucionarios «se venían aburguesando», se casaban con personas influyentes para unir capitales. Miró la corrupción. Ellos se quedaron con las propiedades de Somoza y el pueblo se mantenía en la miseria. La guerra fue la excusa perfecta. «Mientras nosotros guerreábamos, mientras mi pueblo moría en las montañas del norte, ellos se enriquecían. Ellos paseaban en yate en Pochomil, en Masachapa», relató. Esta situación cambió su visión del mundo. Afirma que los jóvenes sandinistas cumplieron con su misión de defender la patria, pero, al observar las mismas desigualdades sociales, cientos de nicaragüenses renunciaron.

Según Lisbeth, las familias fueron divididas por el cumplimiento del Servicio Militar Patriótico. Los padres migraron con sus hijos, las madres se quedaron. «No había justicia para el pueblo, más bien había corrupción y cada día era peor», aseveró.

Derrota electoral de 1990

La mañana del 26 de febrero de 1990, Daniel Ortega aceptó públicamente que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) había sido derrotado en las urnas por Violeta Barrios de Chamorro, de la Unión Nacional Opositora (UNO). Lisbeth admite que, al escuchar el anuncio, se llenó de tristeza, coraje, rabia y cólera. «Esto (el triunfo) nos costó. No lo ganamos con los votos. Eso lo habíamos ganado a punta de sangre, a punta de balas, a punta de muertos», reflexiona. Conmocionada hasta las lágrimas, explicó que era injusto perder «en una mesa, por un voto». «Fue culpa de ellos porque ellos traicionaron a la revolución y eso nos dolió muchísimo», expresó.

Ese día, ella estaba reunida con unos amigos sandinistas. Tras escuchar el discurso de Ortega, abordó su camioneta y, estupefacta, recorrió la calle principal de la Vicky, que estaba adornada con banderas rojinegras. «Me fui palo por palo a arrancarlas, de arrechura, de coraje, porque me sentí traicionada. Sentí que mis hermanos habían muerto por nada», refirió con vehemencia.

Recordó que uno de sus hermanos, quien era piloto de la Fuerza Aérea, fue asesinado. Sintió que su sacrificio fue en vano. Cree que él se habría convertido en médico o en piloto comercial. «Mi madre jamás, jamás volvió a sonreír desde la muerte de Edgard y eso yo no se los perdono, porque ellos tengan maletas de reales en sus casa y nuestras madres aún esperan a sus hijos», declaró. De acuerdo con Lisbeth, miles de madres de excombatientes no están recibiendo pensión porque los restos de sus hijos quedaron al otro lado de la frontera y no tienen cómo probar que sus vástagos perecieron en las batallas contra el somocismo. «Este Gobierno no tuvo una dignidad si quiera de ir a pedir los cuerpos», lamentó.

En defensa de la Ley 830

Después de años de espera, el 13 de febrero de 2013, el Gobierno de Nicaragua publicó la ley especial para atención a excombatientes (Ley 830) en el diario oficial La Gaceta. Fue creada con el propósito de atender las necesidades básicas y lograr la reinserción socioproductiva de los veteranos. Lisbeth cuenta que, a través de la Secretaría General del Ministerio de Defensa, gestionaron su cumplimiento. Se presentaron ante el encargado de esta institución para informar sobre sus exigencias como excombatientes: atención médica, tierras y compensación monetaria. El Gobierno formó varias organizaciones «con gente sin conciencia, ladrones, corruptos, que lo que hicieron fue dividirnos, por orientaciones de ellos, dividirnos y robarse todos los beneficios», denunció.

Todo empeoró en abril de 2018

Lisbeth Pérez expresa que solamente una persona sin conciencia se negaría a respaldar a los estudiantes, artífices de la insurrección de abril de 2018. Ella es madre de dos universitarios. A sus 59 años, se identifica con los jóvenes protestantes porque ella también formó parte de una lucha justa en la década de los 70. Sin embargo, critica que los muchachos no se hayan rebelado antes. Varias veces los excombatientes fueron a buscarlos a las universidades para exponerles lo que estaba pasando en Nicaragua. Su objetivo era que despertaran y asumieran su rol en la historia.

Lisbeth Pérez en su vivienda. Nicaragua Investiga/NI

Ella no imaginó que el Gobierno reaccionaría de manera represiva. Los veteranos se acercaron nuevamente a los estudiantes, esta vez, para ayudarles «no con armas, no con bombas», sino con su experiencia. Conversaron sobre las debilidades de su estrategia. Les advirtieron del ataque a la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli) y les pidieron que abandonaran el recinto, pero los jóvenes no hicieron caso. «El orteguismo es una mascarada del sandinismo, pero la parte más mala del sandinismo. Son los oportunistas, los corruptos, los asesinos del pueblo… El sandinismo es otra cosa. Sandino jamás anduvo masacrando al pueblo», argumentó.

Por otro lado, los excombatientes intentaron dialogar con el presidente Ortega. En varias ocasiones, le solicitaron una audiencia en El Carmen. Tenían la esperanza de que, si hablaban con el mandatario, resolverían el conflicto. Eso no pasó. Incluso, consideraron la posibilidad de encadenarse vistiendo ropa militar para protestar por las primeras víctimas mortales, pero la situación empeoró rápidamente. Al ver que ya había más de 100 muertos, concluyeron: «Esto se acabó. Este hombre nos va a matar a todos y hay que buscar cómo defendernos». Lisbeth confirma que ellos hicieron todo lo posible para salvaguardar a sus hijos y demás manifestantes, aunque no todos siguieron sus recomendaciones.

Protestas de autoconvocados

Con orgullo, Lisbeth Pérez acepta que participó en 32 marchas autoconvocadas, aunque sus facciones se endurecen cuando se refiere a la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) y el gremio empresarial. Está muy molesta con ellos. «Ellos no me representan a mí», sostiene. Nadie le ordenó que fuera a las manifestaciones. Para ella, ninguna persona tiene que dárselas de dirigente. «Aquí los líderes somos todos. El pueblo autoconvocado es el que se levantó por su propia voluntad», sentenció.

Para Lisbeth, los representantes de la oposición en el diálogo nacional están actuando como el Gobierno de Nicaragua porque «son excluyentes», no escuchan al pueblo, cuya prioridad es la liberación de los presos políticos y de la patria.

Cárcel por manifestarse pacíficamente

Aunque fue encarcelada injustamente, ella le agradece a Dios por esa experiencia, que le permitió ser testigo del sufrimiento de los presos políticos. Estuvo recluida dos meses. Se siente afortunada porque, a diferencia de otras prisioneras, no fue golpeada ni abusada. La interrogaron dos días, después se olvidaron de ella. Pese a que fue excarcelada, no se considera libre debido a que continúan siendo asediados. «Nicaragua no es prisión de nadie y no es finca de nadie», destacó.

Lisbeth Pérez insiste en que quienes gobiernan a Nicaragua deben entender que tienen que irse porque el pueblo no los quiere. Además de la liberación de presos políticos, ella concuerda con que debe haber una «limpieza» en los cuatro poderes del Estado para realizar elecciones anticipadas. «Ya es hora de que haya paz en Nicaragua», concluye.

Fotografías: Nicaragua Investiga/NI

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