En poco más de diez meses, Leo Messi ha puesto sus labios sobre dos esferas áureas, el globo terrestre de su primera Copa del Mundo conquistada con Argentina en Catar en diciembre de 2022, y el Balón de Oro este lunes en París, el octavo para una leyenda del fútbol que con 36 años mantiene el estatus oficial de ser ‘el mejor del mundo’.
Su regreso a la capital francesa no pudo ser más triunfal. Después de una última temporada discreta en el París Saint-Germain, en la que aunque conquistó la Ligue 1 se despidió en octavos de la Liga de Campeones, y llegó incluso a recibir algún silbido de la afición del Parque de los Príncipes, el rosarino rindió el teatro del Châtelet a sus pies, a pesar de haber ganado a Francia la final del Mundial.
Porque en pocas ocasiones los siete partidos de la cita mundialista habrán tenido tanto peso en la consecución del galardón individual más prestigioso del mundo del fútbol, que celebró este lunes su 67ª edición.
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Un Mundial decisivo
El cambio en la normativa que establece el inicio y el final de la temporada entre agosto y julio, como periodo de cómputo de las actuaciones de los jugadores en detrimento del año natural, ha permitido la inclusión del Mundial catarí.
«No sería lógico no dar el Balón de Oro al mejor jugador de la historia, en un año en el que ganó el Mundial», afirmaba el domingo el belga Eden Hazard en el programa televisivo francés Téléfoot.
En efecto, Messi contribuyó a la tercera estrella sobre el pecho de la Albiceleste con siete goles, dos de ellos en la final, y marcando en seis de los siete partidos jugados por el combinado argentino.
Aunque en el ejercicio 2022-2023 sumó una nueva Ligue 1 con el PSG, no logró despedir su etapa en el fútbol europeo levantando una quinta Champions League a pesar de jugar al lado de Neymar y a Kylian Mbappé, subcampeón del mundo.
Ya en su precedente Balón de Oro, el séptimo en sus vitrinas, en 2021, la Copa América conquistada con su selección, que puso fin a varios lustros de decepciones, tuvo un peso decisivo en la votación.
14 años de diferencia
Han pasado más de 14 años desde su primer galardón como mejor jugador del mundo, y más de dos décadas desde que el Barcelona tuvo conocimiento de un niño con un don especial para jugar a fútbol, que sólo necesitaba un costoso tratamiento hormonal para desarrollarse físicamente que su club de entonces, Newell’s Old Boys, no estaba en disposición de sufragar.
El Barça asumió el reto y lo demás es historia.
Cuatro Champions, diez Ligas, siete Copas del Rey, tres Mundiales de Clubes, ocho Supercopas de España y tres Supercopas de Europa.
Después de debutar en el equipo azulgrana a las órdenes de Frank Rijkaard, Messi adquirió el aura de estrella planetaria con Pep Guardiola en el banquillo, y bien escoltado por los Andrés Iniesta, Xavi Hernández, y más recientemente por Luis Suárez y Neymar.
Con el conjunto culé marcó 672 goles en 778 partidos, a través de una transición exitosa desde el extremo a un rol de ‘falso 9’ con presencia en todos los sectores del ataque.
Sus éxitos con el Barça contrastaban con sus recurrentes decepciones con la Albiceleste -derrotas en las finales de los torneos americanos de 2007, 2015 y 2016 y el Mundial de 2014-, lo que no cesaba de alimentar las comparaciones con Diego Maradona, en las que no siempre salía ganador.
Su rendimiento con el París SG parecía alejarlo de cualquier opción de reencontrarse con el Balón de Oro, pero entonces llegó el Mundial de Catar para que las palabras del técnico que quizá mejor lo conozca tomen mayor sentido.
«El Balón de Oro tendría que tener dos categorías, una para Messi y otra para el resto», sentenció Pep Guardiola.
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