Una puerta corrediza hecha de aluminio y hojas de vidrio conecta la calle sin pavimentar con el amplio dormitorio de Patricia Hernández Reyes. El piso de tierra consigna las huellas de los zapatos.
Desde abril de 2020, la habitación de paredes sin resanar funciona también como su lugar de trabajo y el salón de clase de sus dos hijos adolescentes. Por eso, además de la vieja cama de madera sin colchón hay dos máquinas de coser de segunda mano.
Sin titubeo, la mujer de 33 años elige sentarse en una silla de plástico frente a una de las máquinas y permanece inmóvil, aunque su mirada inquieta va de un lado a otro. A finales de mayo, ella y su mamá pidieron un préstamo de 20 mil pesos mexicanos (US$940) para comprarlas y así conseguir un ingreso extra.
Aunque todo vaya en contra, Patricia sonríe reiteradamente: sumandos los intereses, su adeudo asciende a 45,000 pesos mexicanos (US$2,120), que deberá liquidar en un plazo máximo de 18 meses.
La epidemia de coronavirus (Covid-19) afectó su economía y la de miles de familias que dependen de la industria de la confección en Tehuacán, el segundo municipio más poblado del estado de Puebla, con 319 mil habitantes. El desarrollo económico de este lugar depende principalmente de la industria manufacturera, pero no hay datos actualizados sobre el número de maquilas de confección vigentes y el número de personas que emplean.
A finales de marzo, el gobierno mexicano declaró al país en emergencia sanitaria y ordenó la suspensión temporal de las actividades no esenciales, así como el resguardo de la población trabajadora en sus domicilios.
Algunas maquiladoras de confección en Tehuacán pararon operaciones. Muchas otras detuvieron sus líneas de producción de ropa para incursionar en la fabricación de productos sanitarios como mascarillas, batas quirúrgicas e incluso bolsas para guardar cadáveres.
La pequeña maquiladora sin nombre donde labora Hernández no fue la excepción. Primero pasó de fabricar pantalones de mezclilla para el mercado nacional a mascarillas. Pero cuando la producción se agotó, suspendió actividades y el salario de su personal por una semana y luego por un mes y medio.
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En junio, la empresa retomó labores, pero a partir de entonces sólo empleó a Patricia Hernández y a otras seis costureras dos días a la semana y no siete como antes, por lo que les redujo el salario. Antes ganaban 800 pesos a la semana (US$38) y ahora 500 (US$24) si les va bien. Además se los abonan poco a poco.
Apoyándose en los trabajos de costura que realiza por su cuenta y, ocasionalmente, de la venta de gelatinas, donas y aretes de fibra que ella misma hace, Hernández intenta sobrellevar los gastos que le significa ser madre soltera en tiempos de pandemia. “Me veo obligada a buscar diferentes formas para pagar mi préstamo y sacar adelante a mi familia. A veces tengo que velar para sacar el trabajo o quitarme el pan de la boca”, menciona.
La tercera crisis y la peor
Martín Barrios Hernández guía el recorrido por Tehuacán, territorio que a finales de 1990 fue considerado la capital mundial de los blue jeans, por el auge de sus maquiladoras de mezclilla que fabricaban prendas de prácticamente todas las marcas globales, como Levi’s, Calvin Klein, Guess y Tommy Hilfiger.
El hombre de ojos pequeños y nariz ancha viste cómodo: tenis, pantalón de manta y una playera negra con letras blancas que dice Defender es proteger nuestro territorio. A sabiendas de que será una jornada larga, trae consigo una mochila en la que empacó un suéter y una libreta.
A sus 48 años, el activista es un referente de la lucha obrera e indígena en el lugar que vio nacer a la etnia popolaca, tras haber dedicado más de la mitad de su vida a acompañar y a asesorar estas causas. Para ello fundó, en 2002, la Comisión de Derechos Humanos y Laborales del Valle de Tehuacán.
El aprecio que le tienen las obreras es notorio, pese a la distancia física que deben guardar para evitar la propagación de la Covid-19. Se conectan mediante la remembranza de sus hazañas y el cruce de miradas cómplices.
De los cinco hogares de costureras visitados, el de Patricia Hernández es el más alejado de la zona metropolitana de Tehuacán. Se encuentra en Santa Ana Teloxtoc, localidad de 1,300 habitantes caracterizada por su alto grado de marginación. El trayecto es de 43 kilómetros en carretera hasta topar con un terreno plano de cactus y yucas, ubicado al pie de los cerros Viejo y de la Tarántula.
Los 40 minutos de traslado en vehículo son insuficientes para agotar la charla con Martín Barrios, cuya memoria es una enciclopedia sobre la historia de la industria del vestido en Tehuacán. En sus páginas consta la instalación de las primeras maquiladoras de confección en la década de 1960, así como el empuje que tuvo el sector 30 años después, con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Lejos de la bonanza, hay un capítulo que consigna las peores crisis. Destacan las de 2001 y 2007, originadas por la contracción de la economía en Estados Unidos, primero a causa de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York y después por la crisis hipotecaria que atravesó aquel país. Ambos episodios provocarían que los salarios de la población obrera se redujeran a la mitad y que migraran de Tehuacán la mayoría de las marcas globales, empujando así la consolidación de un mercado prioritariamente nacional, que es el que perdura.
La crisis de 2020 a causa de la Covid-19 sería la peor, de acuerdo con Martín y las obreras consultadas. Esto es así porque en otros momentos, tuvieron al menos la posibilidad de protestar para cambiar sus condiciones laborales, a diferencia de hoy que ni siquiera se reúnen por temor a contagiarse de la enfermedad.
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Además, porque los tribunales laborales permanecieron cerrados seis meses, lo que imposibilitó que las empleadas se quejaran formalmente de los posibles abusos y arbitrariedades cometidos por sus empleadores.
Con la voz áspera que lo caracteriza, Martín advierte que los momentos de crisis son cruciales porque es cuando más se precarizan las condiciones de trabajo, al ser aprovechados por los patrones y los sindicatos para “cargar el costo a los obreros”.
Costureras de mascarillas
Sobre la máquina de coser, hay una pila de rectángulos de tela quirúrgica que Patricia Hernández transformará en mascarillas para protegerse de la Covid-19. Sentada frente a su herramienta de trabajo, la mujer de piel tostada y cabellera oscura muestra cómo lo hace.
Primero toma un trozo de tela azul y hábilmente desliza el contorno por la aguja de la máquina previamente alimentada con carretes de hilo del mismo color. En menos de un minuto, termina el dobladillo. Para finalizar, coloca el elástico a la pieza y la deshebra.
La actividad parece sencilla porque está a cargo de una costurera que ha trabajado durante 12 años en diferentes maquiladoras de Tehuacán, de las que ha tenido que salir ya sea porque le disminuyen el salario o simplemente porque las cierran.
Hernández no eligió dedicarse a este oficio, pero se embarazó de su primer hijo al terminar el bachillerato. Como muchas otras mujeres de Tehuacán, cesó los estudios y se incorporó a la industria maquilera como una opción de sobrevivencia.
Ella hubiera preferido destinar más tiempo al béisbol, el deporte que la apasiona y que varios integrantes de su familia han practicado como pasatiempo. Evidentemente emocionada, presume que fue la primera mujer de Santa Ana Teloxtoc que jugó en una liga fuera de su comunidad. Como prueba, muestra las fotos que atesora en su cuenta de Facebook.
La jefa de familia se sujeta a su máquina de coser. Entrecruza las manos para un mejor agarre y clava la mirada en la torre de tela para mascarillas que tiene a su izquierda. Comenta que pese al adeudo que contrajo, la compra de este aparato le ha permitido tener un ingreso extra ahora que el trabajo en la maquila donde labora disminuyó.
Como ella, muchas personas y grupos familiares en Tehuacán debutaron en la manufactura de productos sanitarios, en su intento de conservar el empleo durante la etapa más crítica de la pandemia de la Covid-19. También incursionaron en el negocio las grandes maquiladoras y los pequeños talleres de costura que han proliferado en el lugar.
En marzo pasado, las trabajadoras de Tehuacán llegaron a fabricar más de un millón de mascarillas a la semana para el consumo local y para ser enviadas a China y Estados Unidos, según la Cámara de la Industria del Vestido en Tehuacán.
Sin embargo, reconoció que esta actividad, que colocó a la ex capital mundial de los blue jeans como la principal proveedora de mascarillas a nivel nacional, generó un ingreso mucho menor que el de la confección de prendas de vestir.
La mano de obra fue la más resentida. Los testimonios de las obreras entrevistadas coinciden en señalar dos situaciones: que los patrones de las grandes maquiladoras y de los pequeños talleres recortaron a la mitad los salarios, y que en otros casos dejaron de asumir el costo total de la jornada laboral para pagar por pieza de mascarilla elaborada.
Todo ello, pese a la dificultad que significó para el personal costurar las mascarillas con la maquinaria que utilizan para las prendas de mezclilla que son mucho más gruesas. Las máquinas de coser no funcionaban o se atoraban.
Las personas y familias que hicieron negocio por su cuenta tuvieron que enfrentarse, en tanto, a los precios impuestos por los “coyotes” –personas que fungen como intermediarios con los empleadores–, quienes están pagando entre 30 y 70 centavos (US$0.014 y US$0.033, respectivamente) la hechura de cada mascarilla.
De junio a septiembre, Patricia Hernández elaboró 4,500 mascarillas sencillas (las que no tienen tablones) con su propia máquina de coser, pero el coyote con el que hizo negocio se las pagó al precio más bajo del mercado. La mujer que quería ser beisbolista apenas pudo ganar 1,350 pesos (US$64), 55 mascarillas por dólar.
Debido a la poca ganancia que obtuvo de la hechura de mascarillas y a que la maquila donde laboraba dejó de pagarle el de por sí recortado salario, en octubre, Hernández dejó atrás la costura y aceptó un trabajo para hacer tortillas.
El despido de trescientas
A diferencia de la costurera Patricia Hernández, Angélica Carrera Reyes habita en la zona urbana de Tehuacán, que concentra 80% de la población del municipio y también la mayoría de los complejos maquileros.
La dinámica del espacio público retrata esta realidad. El movimiento alrededor de las fábricas inicia a partir de las 7:30, cuando el personal empieza a arribar a los centros de trabajo que, en algunos casos, carecen de insignia que los identifique. La mayoría de las personas se traslada a pie o en bicicleta. Otras van en transporte público y las menos se mueven en motocicleta.
Es viernes a las ocho de la mañana. La jornada en la fábricas arranca, mientras Carrera arriba a su casa. Acaba de regresar del mercado de su colonia donde compró su despensa porque ahí todo es más barato. Viste pantalón de mezclilla y sudadera rosa. El armazón de sus lentes topa con la visera de su gorra.
La madre de tres hijos se encuentra desempleada desde agosto pasado. De otra manera no estaría en su domicilio, sino en las instalaciones de la maquiladora Hera Apparel, un amplio complejo de muros de tabique gris donde laboraba.
El 31 de julio pasado, sin previo aviso, esta empresa dedicada a la fabricación de prendas de mezclilla para la marca estadounidense True Religion se declaró en quiebra, dejando sin empleo a unas 300 personas, en su mayoría mujeres. Angélica Carrera y su esposo se cuentan en esta lista. Ella pegaba tapas a los bolsillos traseros de los pantalones.
Cerca del 40% del personal de las maquiladoras de confección instaladas en el municipio fue despedido por el cierre de varias empresas, según la Cámara de la Industria del Vestido en Tehuacán. A otra parte del personal lo mandaron a descansar indefinidamente sin goce de sueldo, tras el impacto económico que produjo el brote de coronavirus.
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El caso de Hera Apparel, dedicada a la fabricación de prendas de vestir de exportación e importación, fue el más sonado por el número de personas que resultaron afectadas. También porque varias de ellas se atrevieron a denunciar públicamente que la empresa les estaba ofreciendo únicamente 35% de lo que les correspondía por concepto de liquidación.
Angélica Hernández se negó a recibir los 10,400 pesos (US$490) que pretendían darle los dueños de Hera Apparel por siete años de trabajo. Le pareció una injusticia porque cuando la despidieron de la maquiladora Tarrant Apparel Group, por el cierre de operaciones en 2003, le dieron 17,000 pesos (US$809) por dos años y ocho meses de servicio.
La mujer de cara redonda y semblante afable pide a las autoridades mexicanas atender de manera urgente la situación que se vive en Tehuacán, donde se cuentan por miles las y los obreros que perdieron su fuente de trabajo durante la pandemia.
«Ojalá que esto llegue a oídos del gobierno que piensa que nos liquidaron muy bien, pero no es cierto. Que sepan que mucha gente que trabajamos en las maquilas perdimos nuestra fuente de trabajo y que seguimos en el desempleo”, dice Angélica. Su pose de brazos entrecruzados refrenda su demanda.
La Confederación Patronal Mexicana calculó que se perdieron 12,000 de los 40,000 empleos que genera la industria maquiladora, así como los hoteles y restaurantes, desde que inició la cuarentena.
Tras el cierre de Hera Apparel, la patronal se fue de Tehuacán, por lo que no fue posible consultarlos durante el trabajo de campo. Posteriormente, se les pidió entrevista vía telefónica, pero al cierre de esta edición no hubo respuesta.
Tres máquinas como liquidación
Angélica Carrera cruza el comedor de su casa, que también es una habitación, y avanza hacia la cocina. Topa con un pequeño cuarto teñido de lila, donde hay amontonadas tres máquinas de coser de segunda mano.
Es el pago en especie que recibió como liquidación por parte de Hera Apparel, luego de que se uniera al pequeño grupo que decidió exigir lo que les correspondía por ley. Aunque el valor de los aparatos no satisface lo que marca la legislación mexicana, sí supera los 10,400 pesos (US$490) que inicialmente le ofrecían.
La liquidación es la indemnización que el patrón debe pagar cuando la responsabilidad de la rescisión es suya. La Ley Federal de Trabajo de México establece que este pago se compone de tres meses de salario por concepto de indemnización, 20 días de sueldo por cada año trabajado, una prima de antigüedad, más la parte proporcional de las prestaciones.
La costurera se coloca frente una de las máquinas que obtuvo. Dice que aún no sabe qué hacer con ellas. Una opción es venderlas y la otra es montar su propio taller. Ambos caminos son complicados: las máquinas requieren reparación y es difícil emprender un negocio en el contexto actual, reflexiona.
Antes de cumplir la mayoría de edad, Angélica se inició en el oficio de la aguja y la tela para poder mantener a su primer hijo. Con 28 años de trayectoria, la mujer fracasa en su intento por contabilizar todas las maquiladoras donde trabajó. Recuerda que la primera fue Diseños Hank, que ya no existe. Después vinieron otras pequeñas de producción de camisas y pantalones, donde no tuvo prestaciones.
Su paso por la maquiladora Tarrant Apparel Group, 17 años atrás, fue el más significativo. En esa fábrica propiedad del empresario de origen libanés Kamel Nacif –popularmente conocido como El rey de la mezclilla– se gestó la primera lucha independiente del sector obrero en Tehuacán, de la que fue partícipe. Entre marchas y paros laborales, conoció y aprendió a defender sus derechos humanos y laborales.
Entonces conoció también a Martín Barrios, un amante del punk que al enterarse de los abusos patronales que ocurrían en Tarrant, como despidos injustificados, repartió un volante en el que llamaba a la organización obrera.
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El panfleto sería el detonante del movimiento que luchó por arrancar el poder a la Confederación Regional Obrera Mexicana, acusada de ser un sindicato leal a los intereses patronales y ajeno a las causas de la población trabajadora. Y aunque lograron el objetivo, Tarrant terminó por cerrar sus puertas y, como consecuencia de la presión ejercida, las y los trabajadores pudieron al menor tener una liquidación justa.
Martín Barrios y Angélica Carrera permanecen en contacto desde entonces. Luego de varios meses sin encontrarse producto de la epidemia de la Covid-19 y de sus propias rutinas, se saludan de forma afectuosa. En un diálogo fluido, intercambian información sobre su situación actual, sobre sus familiares y las personas que ambos conocen.
Antes de despedir a las visitas, Carrera convida de los plátanos y manzanas que compró esa mañana en el mercado local, el único lugar donde se surte desde su despido de Hera Apparel para intentar estirar al máximo el poco ahorro que le queda. Ni ella ni su marido han podido conseguir empleo.
Barrios sostiene que los derechos laborales en la industria textil de Tehuacán han ido en picada a partir de 2008. Y es que ahora la población obrera demanda el acceso a un empleo para subsistir, obviando el tema de las prestaciones sociales. Además, las batallas ya no son para conseguir un contrato colectivo, sino para que las maquilas indemnicen lo mejor posible o simplemente porque no se vayan sin pagar.
La crisis por la Covid-19 consolidó el retroceso. El momento fue aprovechado por los empresarios del sector para acelerar la aplicación de medidas a su conveniencia, tales como la modificación unilateral de las condiciones de trabajo, la disminución de los salarios y el recorte indiscriminado de la planta laboral.
Son las 13 horas de aquel viernes. El sector obrero vuelve a apropiarse de las calles de Tehuacán, esta vez con tupper en mano. En pequeños grupos, comen sobre aceras y camellones. Quienes no llevan almuerzo, compran en los puestos callejeros. El más característico es el de las mujeres de Santa María Coapan, que tienen fama de hacer las mejores tortillas de la región. En canastas y bolsas de mandado típicas transportan, flautas y tacos.
Las obreras consultadas refieren que sí existen medidas para evitar los contagios de la Covid-19 al interior de las maquilas, como la obligatoriedad de usar la mascarilla y de desinfectarse las manos al ingresar. Pero guardar la sana distancia es prácticamente imposible en ese ambiente.
La salida de las fábricas es a las 18 horas, salvo para quienes cumplen jornada extra. Se observa de nuevo el desfile de la clase trabajadora. Las manos teñidas de azul por el contacto permanente con la mezclilla delatan al sector.
Las trabajadoras cuentan muchas historias sobre los patrones y los encargados de las maquilas. La mayoría son de maltrato y abuso hacia las personas que están a su cargo, tanto en el trato cotidiano como en el ejercicio de sus derechos laborales. Para el caso de las obreras se suman situaciones de acoso y abuso sexual que permanecen en la impunidad.
Qué sería si cada prenda de mezclilla, si cada mascarilla, llevara grabada en su etiqueta la historia de la persona que la maquiló.
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