«La Iglesia siempre ha visto pasar el féretro de sus perseguidores”. Esto es algo que se escucha a menudo cuando regímenes autoritarios persiguen a sacerdotes, sin embargo, existen casos en los que quizás la Iglesia vea partir de este mundo a los tiranos, pero con los sistemas que estos encabezaron la cosa es más compleja. En América Latina los dos regímenes perseguidores de la Iglesia son los de Nicaragua y Cuba. En el caso de Nicaragua, la Iglesia viene lidiando con los feroces ataques de Daniel Ortega y Rosario Murillo desde hace más de cinco años, mientras que con el cubano lleva más de seis décadas, pese a que el dictador Fidel Castro murió en el 2016.
Castro, que estudió con los jesuitas, no mostró la más mínima tolerancia a las críticas de los líderes católicos y Daniel Ortega, también estudiante de un colegio católico, no ha hecho algo diferente en Nicaragua.
Ambos regímenes tienen una larga lista de vejámenes contra religiosos, entre amenazas, insultos, golpes, expulsiones, encarcelamientos y destierros. Recordada es la visita del papa Juan Pablo II a Nicaragua en 1983 y los abucheos que recibió de los sandinistas a tal punto que provocaron el enojo y una reprimenda del líder católico.
Iglesia atacada desde inicios de la revolución cubana
La odisea de la Iglesia católica en Cuba empezó desde que Fidel Castro llegó al poder tras derrocar a Fulgencio Batista en 1959. Castro estuvo al frente de ese país casi 50 años, cinco como primer ministro (1959-1976) y después como presidente entre 1976 y el 2008 cuando heredó el mandó a su hermano Raúl.
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Fidel Castro “bautizado como católico-romano y educado por jesuitas”, como lo describe un artículo de Reuters, se convirtió en un “perseguidor de la Iglesia” inmediatamente tomó el poder.
La furia del dictador caribeño fue porque los máximos jerarcas religiosos de Cuba adoptaron posturas contrarias al comunismo que se estaba imponiendo en la isla.
“El gobierno acusó posteriormente a prominentes católicos de tratar de derrocarlo. Los actos religiosos públicos fueron prohibidos después de que las procesiones se convirtiesen en protestas políticas, algunas de las cuales se tornaron violentas. Cientos de sacerdotes extranjeros, la mayoría españoles, fueron expulsados”, sostiene un artículo de la agencia de noticias AP.
Ateos, oficialmente
El dictador ordenó que los curas cubanos, incluido el hoy cardenal Jaime Ortega, fueran enviados a campamentos agrícolas a mediados de la década de 1960. Además, el gobierno se declaró oficialmente ateo en 1976 y vetó el acceso de los creyentes de cualquier fe religiosa al Partido Comunista.
136 sacerdotes expulsados en una sola noche
Las agresiones del régimen castrista contra la Iglesia católica tuvieron su punto más álgido tan solo unas horas antes de que se produjera la invasión de playa Girón, en la bahía de Cochinos. “El gobierno desató una ola de detenciones masivas en todo el país. Blanco preferido de estas detenciones fueron los católicos”, relata el sitio web Martí Noticias, que tiene su sede en Miami, Estados Unidos y difunde información sobre la isla.
“Todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, fueron retenidos en sus casas y custodiados por soldados o milicianos. Se cerraron y ocuparon todas las instalaciones de las organizaciones católicas”, sostiene el medio de comunicación.
Distintas agencias de noticias y medios de comunicación señalaron que el régimen de los Castro expulsó a 136 sacerdotes en una sola noche en 1961, que fueron sacados de Cuba por barco rumbo a España. «Con la deportación de los 136 religiosos quedaron únicamente alrededor de 50 sacerdotes para atender las más de 60 iglesias que existían en La Habana», indicaba Prensa Libre. Entre los expulsados estaba el obispo Eduardo Boza Masdival.
Ese mismo año, cerca de “350 colegios católicos y 100 protestantes fueron confiscados en todo el país junto a dos universidades católicas, una protestante y otra de la masonería”, señala Martí Noticias.
“Al llegar al poder los comunistas, salieron de Cuba expulsados o por otros motivos seiscientos sacerdotes -de los 800 en activo en aquel momento- y dos mil religiosas”, sostiene por su parte el medio de comunicación religioso Aceprensa, en un artículo publicado el 5 de noviembre de 1997.
Lo de los sandinistas no es nuevo
Así como Fidel Castro desató una cacería de religiosos, los sandinistas una vez que llegaron al poder en Nicaragua por las armas en 1979, emularon a su camarada cubano. Los revolucionarios nicaragüenses expulsaron sacerdotes e hicieron montajes vergonzosos, como el de monseñor Bismarck Carballo, a quien la Seguridad del Estado lo desnudó a punta de pistola, lo retrató y publicó las imágenes en los medios propagandísticos de la época.
En esta segunda etapa de Ortega al frente del país, aunque ha recrudecido sus ataques a la Iglesia, tiene aliados entre los sacerdotes, entre ellos, el mismo Bismarck Carballo o el padre Antonio Castro, que incluso permite banderas del FSLN dentro de su parroquia en el barrio Larreynaga. Hasta el fallecido cardenal Miguel Obando, que en los años ochenta fue un férreo crítico, finalmente se alió a Ortega y le apoyó desde la llamada Comisión de Reconciliación y Paz.
Antes de su retorno en el 2007, Ortega parecía dispuesto antes a mantener una relación cordial, pidió perdón y en el 2005 hasta se casó con Rosario Murillo por la Iglesia.
Entre Ortega y la iglesia había una relación hasta cierto punto no confrontativa, pero llegó abril de 2018 y los obispos y sacerdotes condenaron enérgicamente los abusos cometidos por el Estado en contra de quienes salieron a protestar por las reformas a la seguridad social.
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Cuba ignoró el llamado del papa Juan Pablo II
En el caso de Fidel Castro, tras décadas de reprimir a la Iglesia católica, quiso dar un giro a la relación con esta, si bien no al sistema dictatorial cubano. El desmantelamiento de su principal aliado, la Unión Soviética, les privó del respaldo financiero que gozaba, y eso lo obligó a considerar una estrategia diplomática diferente, aprovechando al Vaticano, a tal punto que entre el 21 y 25 de enero 1998 sería Juan Pablo II el primero de tres pontífices en arribar a la isla.
“Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba para que este pueblo pueda mirar al futuro con esperanza”, abogó el papa ese año.
Pero la dictadura no estaba dispuesta a cambiar. No estaba dispuesta a abrirse al mundo como se esperaba, quería ser aceptada con todo y sus desmanes.
«Juan Pablo II quería presionar al régimen castrista para que diera más respiro a la Iglesia católica, muy debilitada por décadas de ateísmo impuesto por el Estado, estrictos controles sociales como el cierre de todas las escuelas católicas, y la omnipresente influencia de tradiciones religiosas afrocubanas como la santería”, sostiene el medio de comunicación religioso, Angelus Español.
En la actualidad la historia se lee más tranquila, pero el papa no la tuvo tan fácil en ese momento, ya que previamente envió a La Habana a su portavoz, Joaquín Navarro-Valls, para negociar apoyo logístico y que el gobierno permitiera a los trabajadores ir a los actos que tuvieran lugar en días laborables.
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Tras la visita de Juan Pablo II, el régimen castrista siguió levantando algunas restricciones y hasta reinstauró la Navidad como feriado nacional. Además se autorizó la entrada de 15 sacerdotes y 25 religiosas de distintas nacionalidades, el mayor número de permisos desde la década de los sesenta, señalaron medios de comunicación internacionales.
Cuando Juan Pablo II estuvo en la isla, Fidel Castro asistió a casi todos los eventos papales y hasta se le vio sentado en primera fila en las misas, pese a haber sido el verdugo de la Iglesia católica durante décadas.
Es decir, las relaciones entre Cuba y el Vaticano han sido más cordiales desde que llegó Juan Pablo II. Entre el 26 y 28 de marzo del 2012, ya estando Raúl Castro en el poder, el entonces máximo pontífice Benedicto XVI visitó Cuba. Posteriormente lo hizo Francisco entre el 19 y 22 de septiembre de 2015.
Ortega y Murillo toman la batuta como perseguidores
Contrario a Cuba que intenta evitar la confrontación, el régimen de Nicaragua atiza el fuego cada vez más.
Sus críticos aseguran que en realidad Ortega y Murillo nunca cambiaron con la Iglesia y que en el 2018 lo que hicieron fue quitarse las caretas.
En el 2019 el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, fue obligado a salir del país por órdenes del papa Francisco; el nuncio apostólico Waldemar Stanisław Sommertag también fue expulsado en el 2022, desde agosto de ese año el obispo Rolando Álvarez se encuentra detenido y en diciembre del 2023 también fue arrestado el obispo Isidoro Mora.
En el 2023 ocurrió algo nunca visto: Ortega y Murillo prohibieron las procesiones de Semana Santa.
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Más de 700 agresiones en cinco años
Hasta octubre del año pasado, de acuerdo al informe “Nicaragua: ¿una iglesia perseguida?”, elaborado por la investigadora Martha Patricia Molina, «83 religiosas y 68 religiosos» habían «tenido que culminar abruptamente su misión pastoral en Nicaragua».
Sin embargo, en la actualidad 18 religiosos se encuentran en calidad de detenidos y dos están en “libertad y bajo vigilancia policial y paramilitar”. En los últimos cinco años la Iglesia católica de Nicaragua ha recibido más de 700 ataques de parte de la dictadura Ortega-Murillo, según la investigadora.
Varios jerarcas católicos del mundo han catalogado a la dictadura Ortega-Murillo como una de las más brutales, el último en hacerlo ha sido monseñor Manuel Eugenio Salazar Mora, obispo de Tilarán, Costa Rica, quien afirmó que esta es “diabólica como el anticristo”