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Las 11 horas infernales del Papa Juan Pablo II con los sandinistas en Nicaragua

Lo primero que hizo el Papa polaco a las 9:15 de la mañana que aterrizó en Managua fue mostrar reverencia por la bandera nacional y besar el suelo nicaragüense. Fue recibido por Daniel Ortega, quien en ese momento era coordinador de la Junta de Gobierno.

RODRIGO ARANGUA / POOL / AFP

Un avión de Alitalia rodea el volcán Momotombo y desciende poco a poco sobrevolando Managua, buscando la pista del Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino, donde la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, los nueve comandantes del FSLN, los ministros y población en general esperan con ansias al principal pasajero del aeroplano, el Papa Juan Pablo II.

Ese cuatro de marzo de 1983 había un sol inclemente y los fotógrafos tuvieron que hacer maravillas para captar al Papa cuando estaba bajando del avión a contra luz. Era la primera visita del máximo líder de la Iglesia Católica a Nicaragua, un país donde estaba iniciando una guerra civil y que era gobernado por el sandinismo que mantenía fricciones con la Iglesia Católica.

Reprimenda al ministro

Lo primero que hizo el Papa polaco a las 9:15 de la mañana que aterrizó en Managua fue mostrar reverencia por la bandera nacional y besar el suelo nicaragüense. Fue recibido por Daniel Ortega, quien en ese momento era coordinador de la Junta de Gobierno y pronunció un discurso exaltando los logros de la revolución.

El Papa probablemente ya se esperaba ese discurso desde que vio la pancarta en la pista del aeropuerto que decía: “Bienvenido a la Nicaragua libre gracias a Dios y a la revolución”. El Papa, visiblemente sudado, escuchó el discurso y se dispuso a saludar a los ministros y demás personalidades que habían llegado a su recibimiento.

En la fila de ministros estaba Ernesto Cardenal, uno de los sacerdotes con cargo en el gobierno, quien en su libro La Revolución Perdida narra cómo fue la reprimenda que le dio el Papa Juan Pablo II. “Cuando se acercó donde mí yo hice lo que en este caso había previsto hacer. Quitarme la boina y doblar la rodilla para besarle el anillo. No permitió él que se lo besara, y blandiendo el dedo como si fuera un bastón me dijo en tono de reproche: Usted debe regularizar su situación. Como no contesté nada, volvió a repetir la brusca admonición. Mientras enfocaban todas las cámaras del mundo”.

Juan Pablo II reprende a Ernesto Cardenal en su vista a Managua en 1983. Reuters

Así mismo lo recuerda el exministro de la construcción Moisés Hassán, quien se encontraba dos lugares después de Cardenal, y a quien le pareció que el Papa llegó a Nicaragua “con aires de arrogancia”. Cardenal calificó como “humillación pública” la regañada que le dio Juan Pablo II en aquella ocasión, “aunque no me cogió de sorpresa porque estaba preparado para ello” dice en su libro.

Lo cierto es que el Papá no debió haber saludado a Cardenal, o al menos así era como estaba planeado. La Comisión Nacional Organizativa encargada de la logística, había planificado una semana antes con el secretario del Estado Vaticano, el Cardenal Silvestrini, que el Papa no iba a saludar a los ministros y que más bien iba a pasar de largo, pero en el momento fue el Papa quien cambió todo.

Daniel Ortega llevaba al Papa del brazo y este le preguntó que si podía saludar a los ministros. Ortega respondió que sí y fue ahí cuando se encontró con Cardenal. “En realidad era injusta la reprimenda del Papa, porque yo tenía regularizada mi situación con la Iglesia. Los sacerdotes con cargos en el gobierno los teníamos con autorización de los obispos, y ellos habían hecho pública es autorización. (Hasta después fue que el Vaticano nos prohibió tener esos cargos)”, se defiende Cardenal en su escrito.

Según el poeta trapense, lo que al Papa le molestaba era que en el país había una revolución apoyada por sacerdotes y que supuestamente no perseguía a la Iglesia. “Él hubiera querido un régimen como el de Polonia que era anticatólico, en un país mayoritariamente católico, y por lo tanto impopular”

Cardenal describe al gobierno revolucionario como un marxismo que no exigía ser ateo, y esa era la molestia que trajo el Papa a Nicaragua, se lee en su libro.

El Papa anticomunista

Para aquel entonces la Iglesia Católica se encontraba dividida por la existencia de lo que se conoció como la “Iglesia Popular” que era “una iglesia preferencial por los pobres”, recuerda Edgard Parrales, quien para aquellos años era sacerdote con un cargo diplomático del gobierno revolucionario.

El Frente Sandinista veía la visita del Papa como una posibilidad para entenderse con la Iglesia Católica, explica Moisés Hassán, quien era el ministro de la construcción y parte del gabinete de gobierno. El Cardenal Miguel Obando y Bravo, en aquel entonces adversaba al sandinismo y “mientras el gobierno estaba buscando como utilizar la visita del Papa para que Obando bajara el gas, Obando lo vio como lo contrario. Aprovechar la visita del Papa para crear más fricciones con la iglesia católica a nivel superior”.

Al igual que Parrales, había otros sacerdotes que apoyaban abiertamente la revolución y que ocupaban cargos en el Estado, lo cual contravenía con los principios de la Iglesia Católica y era la principal razón de las fricciones. El Canciller de aquel entonces era el también sacerdote Miguel d´Escoto, y los hermanos Fernando y Ernesto Cardenal también eran religiosos con cargos en el gobierno; El primero trabajaba de lleno con la Juventud Sandinista y el segundo era Ministro de Cultura, y además protagonizó uno de los episodios más bochornosos de la historia en cuanto a los viajes papales.

Tensiones entre el sandinismo y la Iglesia Católica datan de la década de 1980

Hugo Torres era el jefe de la dirección política del Ejército de Nicaragua en aquellos años, y recuerda que el dispositivo de seguridad era inmenso, como el de las películas, y que siempre hubo temor de un posible atentado contra el Papa, sobre todo porque estaba iniciando la guerra civil con la contrarrevolución.

De hecho, un día antes de la visita del Papa, 17 jóvenes habían sido asesinados en las montañas de San José de la Mulas, Matagalpa, y sus cuerpos fueron velados en la Plaza 19 de julio, donde el Papa iba a ofrecer una misa antes de dejar el país. Las madres de los jóvenes fueron llevadas por el Frente Sandinista a recibir Juan Pablo II y a pedirle una oración por sus hijos, pero el Papa no lo hizo.

“El Papa no lo hizo porque yo creo que él pensó que cualquier palabra que dijera en esa dirección podía ser interpretada como una palabra de apoyo a la revolución”, considera Hugo Torres y agrega, que la actitud del polaco era recia y su postura frente a la revolución sandinista era natural.

Karol Wojtyla era originario de Polonia, un país de Europa Oriental en el mar Báltico que había sido ocupado por la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial y vivió en carne propia los desmanes del comunismo en su país. Como la revolución sandinista era aliada de la Unión Soviética en medio de la Guerra Fría y se identificaba con la ideología de izquierda, el Papa polaco de posición anticomunista y conservadora no iba a verla con buenos ojos.

“Pretender que este Papa dijera cosas que favorecieran a la revolución, no tenía sentido. Era una ilusión”, dice Hugo Torres, pero el FSLN al menos esperaba que no dijera algo en favor de la contrarrevolución y Estados Unidos. Y así fue de cuidadoso el Papa que tampoco accedió a las presiones de las madres de los jóvenes asesinados por la contra.

La gran noche oscura

Después de regañar a Ernesto Cardenal y saludar a las personalidades, el Papa tomó un helicóptero hacia la ciudad de León donde hizo un recorrido por la Catedral y posteriormente ofreció una misa campal en el Campus Médico de la UNAN. De repente, en una de las barandas que contenía a los asistentes había una pancarta que decía: “Juan Pablo, tu rechazo a la agresión fortalece la paz”.

A las dos de la tarde el Papa volvió a Managua para celebrar otra misa en la Plaza 19 de julio frente a la UCA, donde hoy es la parada de buses interlocales. Fueron unas 700 mil personas las que asistieron a esa eucaristía que empezó cerca de las cinco, y en la cual la homilía papal fue dedicada a la unidad de la Iglesia.

El Cardenal Miguel Obando y Bravo dio la bienvenida al Papa durante la misa y comparó su llegada a Nicaragua con la visita que hizo Juan XXIII a una cárcel de Roma. “Me chocó esa comparación de Nicaragua con una cárcel, pero más me chocó el aplauso de toda la Plaza” dice Ernesto Cardenal en su obra La Revolución Perdida.

LA PRENSA/Cortesía

El poeta y sacerdote estuvo presente en la misa como parte del gabinete de gobierno, y en algún momento pensó que la revolución se venía abajo por todo lo que estaba diciéndole el Papa a la multitud. “Ponía un énfasis perverso en cada sílaba”, relata y valora que las lecturas bíblicas fueron escogidas con doble intención.

Primero se leyó la Torre de Babel del Antiguo Testamento, una historia sobre los hombres que quisieron igualar a Dios. Del Nuevo Testamento se leyó la de El Buen Pastor, que habla de que solamente Cristo lo es y “los otros son ladrones y salteadores”.

Había grupos de feligreses que durante la homilía gritaban vivas al Cardenal Obando y al Papa, y como utilizaban megáfonos o baratas, los gritos se escuchaban fuertes. Hasta que el FSLN puso a trabajar a sus seguidores y en medio de la misa y el discurso del Papa, empezaron a vociferar con consignas revolucionarias y atacando al Pontífice.

La gran mayoría de asistentes eran sandinistas y ahogaron las vivas al Papa de los feligreses.»Entre cristianismo y revolución no hay contradicción», “Poder popular”, “Dirección Nacional, ordene”, “el pueblo unido jamás será vencido” eran algunas de las consignas que el Papa escuchó aquella tarde. Juan Pablo II, visiblemente molesto, pidió silencio en más de una ocasión hasta que se hartó. Mientras los sandinistas gritaban “queremos la paz”, el Papa los cayó. “Silencio. La primera que quiere la paz es la Iglesia”, respondió el polaco.

“El pueblo le faltó el respeto al Papa, es verdad, pero es que antes el Papa le había faltado el respeto al pueblo”, justifica en su libro Ernesto Cardenal la acción de los sandinistas. El Papa terminó la misa e inmediatamente sonó el himno del FSLN. El polaco fue llevado al aeropuerto para abordar el avión de Alitalia que lo llevaría a Costa Rica a continuar con la gira papal.

Visita del Papa Juan Pablo II a la cuidad de Leon, Nicaragua en el año 1983. LA PRENSA/Cortesia

En el aeropuerto fue recibido por Daniel Ortega nuevamente, quien en el discurso de despedida le reprochó al Papa que se haya ido sin acceder a orar por los jóvenes asesinados un día antes por la contra y también justificando la acción de los sandinistas en la misa. El Papa no respondió. Agradeció con el discurso que traía escrito desde Roma y abordó el avión.

13 años después, el Papa volvió a Nicaragua. Los sandinistas eran oposición y Daniel Ortega estaba gobernando desde abajo. Juan Pablo II visitó el país nuevamente el siete de febrero de 1996 y justo una semana antes, un grupo de jóvenes de UNEN se había tomado la Cancillería y había secuestrado a diplomáticos en reclamo por la asignación del 6% universitario. En aquel entonces UNEN ya era controlado por el FSLN y las credenciales del Papa estaban en la Cancillería al momento de la acción.

A pesar de que un día antes la Policía incautó más de 50 armas y fusiles de guerra en el sector de la Carretera Norte por donde pasaría el Papa, la segunda visita se llevó sin mayores problemas. El Papa ofreció una misa campal en la Plaza la Fe y dijo durante la homilía: “recuerdo la celebración de hace 13 años. Tenía lugar en tinieblas. En una gran noche oscura. Hoy se ha tenido la misma celebración eucarística al sol”.

A diferencia de su primera visita, se despidió agradecido de la acogida de las nuevas autoridades y la población. En esa ocasión, la expresidenta Violeta Barrios le entregó una carta al Pontífice expresándole que ese había sido el día más feliz de su vida.

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